Cien razones para amarte, y alguna que otra para odiarte

Cien razones para amarte  XC

Esta es la Nonagésima entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Para Iratxe, una vez más

Huye en cuanto puedas

No siempre fue así. Todavía hoy, en ocasiones, cuando siento que el mundo me maltrata y la amargura asalta mi corazón, el demonio del rencor me atrapa, se hace fuerte en mis pulmones, trepa hasta mi garganta, y lucha por salir a grito de qué coño hago yo aquí dejando pasar la vida bajo el aroma provinciano de una ciudad que ha acabado modelándome a su antojo y atemperando mis sueños con el dulce néctar de la felicidad simple y cotidiana. Porque no siempre encontré cien razones para amar Alcalá de Henares, ni tan siquiera diez. Hubo una época en que odiaba esta ciudad, era mi destierro particular, mi exilio forzado, la piedra de Sísifo, el águila de Prometeo y el cielo de Atlante al mismo tiempo. Y ahora, vendido y resignado, prácticamente soy su prostituta.


Casi un cuarto de siglo. Ese es el tiempo que llevo siendo vecino de Alcalá. Legalmente empadronado, desde el primer día. Con derecho a médico, número del coche, catastro y colegio electoral. A tirar la basura, donde corresponda, que algunos se toman la incívica licencia de dejarla en cualquier lado, y a que me la recojan. Porque un poquito guarros sí que somos por aquí, siempre entre las ciudades más sucias del país, mandan las estadísticas. Con código postal complutense en el documento nacional de identidad. Y buscando cien motivos para amarla que salen solos porque seguramente me quede corto. Casi un cuarto de siglo que a buchitos suman más. Los años de universidad y los de novia alcalaína siendo todavía cosladeño, que ya me está cabreando que el corrector de Google me marque el gentilicio como falta de ortografía. Porque por mucho tiempo que lleve viviendo en Alcalá, y tiene toda la pinta de ir para largo, me vais a perdonar, pero yo soy de Coslada, así lo siento, y eso, contra toda lógica, aunque acabe aquí mordiendo el polvo, no va a cambiar nunca.


Fue fácil enamorarse. A pesar de las carencias. Alcalá no era por aquellos mis 18 años
lo que es hoy en día. Apenas un Don Juan Tenorio por difuntos y un festival de cortos que le hacía honor a su nombre en todos los sentidos. Las ferias de agosto y poco más. Y mucho monumento y edificio abandonado hasta que todo cambió con el nombramiento de Patrimonio de la Humanidad. Y a la primera, otros no pueden decir lo mismo con las olimpiadas. Una Universidad adolescente, morada de estudiantes de proximidad o sin nota para las de élite, y refugio de docentes que no daban la talla o no tenían suficientes tragaderas para prosperar en alguna de mayor prestigio. Cuatro tascas de tapa generosa y mucha fiesta en garito cutre por la zona. Un príncipe de los ingenios de hijo pródigo y un premio con su nombre, excusa para guateque anual de ministros, concejales y monarcas. Coches circulando por la calle Mayor y buscando aparcamiento en la Plaza Cervantes, y un teatro al que le sobraban butacas con una función a la semana. Nada del otro mundo, Y aun así, hubo flechazo.


Flechazo de los de me mola pasar un rato contigo, pero luego cada uno con los suyos
y a su casa, y los fines de semana con mis amigos. Entre diario cojo el tren y voy a verte,
paseamos de la mano, flirteamos, nos decimos cosas lindas al oído y me dejo cautivar por el esplendor de tu pasado, por el aroma a Historia de tu piel envejecida por la apacible caricia del sosegado devenir del tiempo. No es amor, es lujuria, voluptuosidad casi indecente, lascivia juvenil, ¡cómo no dejarme seducir señora Robinson! No conocía por entonces mundo más allá de una aldea perdida en el Bierzo, una escapada de fin de curso a Torrevieja y un verano de llovizna en las Rías Bajas. Me enamoré. Era un virgen de 18 años deseando mamar de los pechos de la vida y Alcalá tenía los pezones más hermosos que jamás había visto.

flechazo


Es tan fácil el amor en la distancia. Cuando no te agobia ni te aparta de las otras cosas que amas. Yo amaba a Alcalá de Henares, hasta que me vine a vivir a ella. Entonces, al principio, la odié con todas mis fuerzas. La odié por lo que me quitó, por alejarme de los míos, por hacerme prisionero de su ociosidad y su indolencia. Por poner quince kilómetros de distancia entre lo que soy y lo que podría haber sido. Por empezar a atraparme en esa tela de araña de la que ya no he sido capaz de escapar. La odié por cobardía, la mía, por no echarle huevos a la vida, esa es la cruda realidad.


Todo ha cambiado. La Alcalá de hoy no es la de hace veinticinco años. Festival de teatro clásico, mercado cervantino, cuentacuentos, marchas zombis y desfiles de legionarios
romanos. Música en las plazas, calles peatonales y rotondas en lugar de semáforos.
Restaurantes étnicos, salas de espectáculos y Semana Santa de interés turístico nacional. Salas de exposiciones, museos y visitas guiadas para turistas. Una autovía de tres carriles para asomarse al mundo y trenes y autobuses cada cinco minutos. Todo lo que necesites en ochenta y ocho mil kilómetros cuadrados. No estoy seguro si la prefiero ahora o como era antes. Porque ya no puedo odiarla, pero amarla me está matando. Ya no puedo odiarla, porque me ha dado tanto que sería un descastado si lo hiciese. Me ha dado una mujer a la que amo, una hija a la que adoro, y amigos a los que quiero. Un hogar y una familia, un lugar donde pasar el resto de mi vida. Ahí está el problema. Ya se me hace impensable escapar, dejarlo todo. Es mi cadena perpetua. Motivo más que suficiente para odiarla.


La odio porque me ha atrapado, me ha encarcelado entre los muros de su autosuficiencia, soy prisionero de la necesidad de saciarme con toda su voluptuosidad, y del miedo a perder sus favores. Me he conformado, soy un puñetero burgués acomodado y podría seguir echándole la culpa a Alcalá de Henares otro centenar de párrafos, pero el culpable soy yo, porque es muy fácil ser cobarde cuando no te falta prácticamente nada, y aun así no acabas de ser feliz del todo. Iratxe, mi vida, chuisle mo chroi, coge al toro por los cuernos, busca la aventura, cómete el mundo, ya es tu momento. Huye, no pongas a sestear tus sueños en una ciudad que te va a dar tanto que te privará de lo importante. Escapa, corre, pero mira atrás, no olvides nunca de dónde vienes, el lugar donde naciste y en el que creciste, en el que hiciste tus primeros amigos, en el que viviste los años más fáciles de tu vida. Y a ti, Alcalá, te pido disculpas por, aunque sea por una vez, odiarte. Espero que puedas perdonarme, me quedan diez razones para resarcirme.

“Ódiame o ámame, ambas están a mi favor.
Si me amas, siempre estaré en tu corazón.
Si me odias, siempre estaré en tu mente”.

William Shakespeare

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