Estas no son las espeluznantes calabazas que a mí me daban

Cien razones para amarte LXXIX

Esta es la Septuagésimo novena entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Llega un momento en la vida de todo hombre en que ha de levantarse del sillón y matar a un zombie

Zombies Party

La teniente Ripley se siente segura en la cápsula de salvamento mientras acaricia a Jonesy, el noveno pasajero felino, creyendo que el Alien ha muerto en la explosión de la nave Nostromo. Nada más lejos de la realidad. “En el espacio nadie puede oír tus gritos”. Pero aquí sí, en la Avenida Virgen del Val se escuchan perfectamente. Le doy al pause y me asomo a la terraza. Una parte de la acera está ocupada por una fila de sobre todo adolescentes que esperan su turno para acceder a la Juve, donde un pasaje del terror arranca chillidos estremecedores a los que ya deambulan por su interior. Desde las alturas de mi estratégicamente situada vivienda puedo percibir, sentir, casi palpar el miedo de los que huyen presas del pánico buscando la salida por un patio exterior iluminado con infernales luces rojas. Suena el timbre en mi puerta y no puedo evitar dar un respingo. Me cago en sus muertos, tal vez no sea este el mejor día del año para soltar este improperio, y me dirijo a la entrada para abrir, previo oteo temeroso por la mirilla. Cuatro chavalillas de unos 12 años vestidas con ropas viejas y raídas y con las caras pintadas en rojo y negro aparecen cual muertos vivientes en mi descansillo. ¡Truco o trato! Por un instante estoy a punto de responder truco. Tengo curiosidad por saber que hacen. Pero tampoco es cuestión de ponerlas en un aprieto ante una eventualidad probablemente no contemplada o de exponer el acceso a mi vivienda a un demoniaco ataque con huevos podridos. Elijo trato, y tras una breve búsqueda en la cocina lleno sus ensangrentadas manos con caramelos fruto de alguna cabalgata de Reyes y con una bolsa de gominolas cuyo inicial destino era endulzar la copa hogareña de sofá y peli post cena de los sábados.

La tarde amenaza lluvia y la pereza invade nuestros espíritus. No vamos a ver el Don Juan. Mala decisión, las nubes al final han respetado y nos hemos perdido por lo que dicen una de las mejores representaciones de los últimos años. Los muertos vinieron a buscar a Don Juan y ya no regresará hasta el año que viene. Tal vez aun no sea tarde y podamos verle arrastrado por el tétrico desfile de zombies que recorre la calle Mayor cada 31 de octubre cuando las oscuras tinieblas del crepúsculo cubren de sombras cada rincón del casco histórico. Historias de miedo y leyendas tenebrosas, reales o inventadas, son susurradas por el viento provocando escalofríos y calando hasta los huesos como la humedad de un lluvioso día de otoño. Muertos vivientes, piratas regresados de ultratumba, novias cadáveres o asesinos en serie de sagas hollywoodenses invaden la ciudad, augurando una noche de horrores y pavor en la que es mejor que la oscuridad no te alcance en una calle solitaria de Alcalá.

Los Adams nos reciben en su hogar. Morticia está triste, se siente hastiada de la muerte y ni siquiera compartiendo los sensuales compases de un tango junto a su amado Gómez logra desanimarse y sentirse infeliz. Ya no disfruta desenterrando muertos ni torturando a los repartidores de Amazon, y apenas puede dormir por culpa de los sueños repletos de hermosos atardeceres y tiernos niños cantando dulces melodías que le asaltan cada noche. Los espíritus de los ancestros, invocados desde sus lugares de reposo en el más allá y trasmutados en público difunto, acuden para tratar de animarla con consejos de ultratumba. Pero no es fácil. Cuando uno es feliz cuesta volver a la anormalidad, caer de nuevo en la depresión y desear vivir una larga muerte llena de dolor y sufrimiento. Miércoles sigue sin encontrar un color más oscuro que el negro para poder darle un poco de variedad cromática a su vestuario, y Lurch, faltando a su proverbial ineficiencia, atina con los efectos de sonido en todas las ocasiones menos en una. Pero no pasa nada, esto es teatro, es espectáculo, es Vodevil, y al final, como en todas las monstruosas familias de clase media americana, todo acaba saliendo bien. O mejor dicho, mal.

Halloween. Noche de brujas y muertos, víspera de difuntos. El paganismo asaltando el fortín de una ciudad católica donde las haya, refugio contemporáneo de conventos y obispos reaccionarios, de colegios religiosos y monjitas reposteras. Tradiciones extranjeras acometiendo contra las murallas del patriotismo y el orgullo nacionalista en una Alcalá de banderas rojigualdas exorbitantes, cuarteles militares cuasi abandonados y visitas regias a bombo y platillo. El hedor a ocio fácil y sin respeto hacia lo verdaderamente nuestro de las nuevas generaciones. La puñetera globalización cargándose los cimientos del casticismo. Es como llamarle fútbol al balompié, comer en un McDonald en lugar de en el museo del jamón o ponerse pantalones vaqueros en vez de un traje de luces. Qué será lo siguiente, ¿celebrar el Oktoberfest en el Wizink Center? ¿Dejar que Santa Claus les traiga regalos a los niños en Navidad? Tal vez ponernos un kilt e ir a tomar cervezas a una taberna irlandesa el día de San Patricio.

Todas las tradiciones tuvieron un principio, y casi siempre esos principios llegaron de otros lugares. Y Halloween no es más que la cristianización de la fiesta celta pagana del Samhain, asimilada poco a poco por el cristianismo como ocurrió con casi todas las fiestas religiosas que aun hoy en día celebramos. En Euskadi hace siglos que se festeja el Gau beltza (la noche negra) o Arimen gaua (noche de almas), con sus sábanas viejas agujereadas, sus calabazas vaciadas e iluminadas con velas, y, particularidad horticultora autóctona, sus nabos también envelados para alumbrar los caminos a los baserris. Finalidad, la misma, asustar a los osados viandantes que abandonaban sus hogares en tan luctuosa jornada y pedir dulces casa por casa. Eso sí, cantando, que eso los vascos lo llevan en el alma, Xanduli, Manduli, kikirriki… eman goxokiak guri!

¿Por qué no en Alcalá de Henares? Cualquier ocasión es buena para disfrazarse y comer caramelos. Un desfile de falsos muertos vivientes por la calle Mayor. Unos minutos después de que el alma de Don Juan sea salvada por el amor de Doña Inés. No voy a comparar, tengo claro con cual me quedo. Pero lo que es seguro es que pueden convivir perfectamente, y que el éxito de uno no va en detrimento del del otro. No son excluyentes, al contrario. Se demuestra año tras año, sacando a los alcalaínos de sus casas y atrayendo a miles de forasteros para disfrutar del primero, divertirse con el segundo, o, por qué no, gozar de ambos. Bajo un cielo sin nubes colmado de estrellas, o cayendo chuzos de punta. A no ser, claro, que seas un pamplinas tonto y perezoso. El año que viene no me deja en casa ni la Filomena. Y mucho menos el miedo a ser devorado por una horda de zombies.

Hagas lo que hagas no te quedes dormido

Pesadilla en Elm Street

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