Señoras y Señores, agárrense a sus butacas porque parece que vienen curvas

Cien razones para amarte LXIX

Esta es la Sexagésimo novena entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.


No hay negocio como el negocio del espectáculo.

Irving Berlín

Ha pasado ya un año. Lo recuerdo perfectamente porque me lo han recordado. Un año de cabaret, buslesque, zarzuela, comedias, cine viejuno más que clásico, fiestas de cumpleaños, cursos de improvisación, monólogos, conciertos, exposiciones y mercadillos domingueros. Todo eso en un año. Y mucho más. A pesar de pandemias, aforos limitados y mascarillas obligadas. Un año de Vodevil Circus. Un año de Mónica, Carmen y Alfonso. De Carmen, Alfonso y Mónica. De Alfonso, Mónica y Carmen. Tanto monta, monta tanto. Trío de “alunados” como cariñosamente les bauticé en una ocasión. No sé en qué estarían pensando o qué se les pasó por la cabeza cuando decidieron abrir una sala de variedades en Alcalá de Henares, sin más pertrechos que un local con pretéritos ecos de zapateado, una dosis sobradamente demostrada de talento, y una saca llena de sueños e ilusiones que no la vacía ni la tristeza de los aforos incompletos ni la amargura de las inmerecidas cancelaciones.


Ha pasado ya un año. Lo sé porque yo estuve allí. Y porque Mónica me lo ha recordado. Yo estuve allí, pero llegué tarde. Mas el destino me regaló otra oportunidad con apenas hora y media de diferencia. Fue un viernes 18 de junio a las 6 de la tarde…si no hubiese llegado tarde. No me di por vencido, y con la excusa de unas disculpas que eran más pretexto que sentimiento de culpabilidad, me acoplé a una segunda tanda de presentaciones cuya existencia ignoraba, aprovechando una de esas raras ocasiones en las que el azar tiene a bien serme propicio. Así que yo estuve allí un viernes 18 de junio a las 8 de la tarde. Y creo que nunca olvidaré ese día ni esa hora, aunque hayan tenido que recordármelo.


Tú tampoco volverás a olvidarte de Vodevil Circus una vez lo hayas conocido. Te aviso, cuando llegues no te encontrarás una gran marquesina anunciando el estreno de un desmedido musical al estilo Broadway, ni luces de neón con los nombres de grandes, no, de grandes no, que el tamaño no importa, de famosas estrellas del mundo del espectáculo. En el número 4 de la calle Cruz de Guadalajara, bueno, más que calle, ese caminito al que miras de reojo cuando pasas por Teniente Ruiz ya sea yendo o viniendo de la plaza de los Cuatro Caños, te espera una puerta acristalada cautiva de enrejado negro y decorada con bandera del orgullo gay, que aquí la tolerancia es de obligado cumplimiento y al que no le guste que se vaya al fútbol o a los toros. Y sobre la puerta un pequeño cartel, que en letras moradas te informa, después de mirar a través de las rejas varias veces para asegurarte, ¿seguro que es aquí?, de que al fin has encontrado tu destino. Enmarcadas en anillo dos palabras blancas presumen de que te vas a adentrar en las fauces de una sala cultural. Podría parecer pretencioso, pero responde fielmente a la realidad. Así que ten cuidado, aun estás a tiempo, piénsatelo dos veces antes de entrar. Una vez lo hayas hecho tú tampoco volverás a olvidarte.

A la derecha, la taquilla. No te confundas, de verdad es una taquilla, no el guardarropa de una discoteca ni un punto de venta de seguros de salud o tarjetas de crédito en la galería de un centro comercial. De frente, un pasillo de figuradas baldosas amarillas de fila de a uno que conduce al mundo de los sueños y la fantasía, con un cuarto más prosaico en forma de baños unisex a uno de sus lados. Tendremos almas puras e inmortales, pero nuestros cuerpos son mundanos y rehenes de las necesidades fisiológicas. Algunas, y no me refiero precisamente a las escatológicas, hasta dan gustirrinín, o eso me han contado. A continuación, el patio de butacas, literalmente. Ya lo habrás intuido, no hay palcos, ni necesitarás prismáticos. Una pequeña barra de bar de carta breve y asequible ejerce de refugio de una nevera algo ochentera mitad refrigerador mitad álbum de fotos y a la vez de sala del camarero-técnico de luces y sonido. Al fondo, el escenario, el lugar donde se hacen realidad todos los sueños.


La magia del escenario. El territorio de los valientes, de los locos, de los arrogantes. De los que tienen algo en el alma que no les deja ser corrientes. De los que necesitan gritarle al mundo ¡yo no me conformo! De los que huyen de la monotonía y se atreven a compartir ese talento que, en mayor o menor medida, todos llevamos dentro. Todo un mundo sobre un tablado, con telón de fondo, chimenea falsa, teléfono retro de rueda y attrezzo surrealista en forma de foto bismarckquiana de Nicolas Cage. Fuera luces, dentro focos, ha llegado el momento de los artistas, de la pasión, de la locura, del desenfreno. Comienza el espectáculo…

Porque el teatro tiene mucho de pasión y algo de desenfreno. Un poquito de lujuria y una pizca de voluptuosidad. En ocasiones llega a ser sensual y lascivo, cuando no descaradamente obsceno. Por eso no es casualidad que de nuevo el destino, en esta ocasión para nada caprichoso, haciendo uso de su incognoscible y enigmática sabiduría, haya hecho coincidir el primer aniversario de Vodevil Circus con mi razón para amar Alcalá de Henares número 69. El número 69. Mi número favorito. A los que me conocéis seguro que no os extraña. Más por romanticismo e impresión catódica de película de “arte y ensayo” que por realidades prácticas o experiencias personales. Pero es que no podía ser otra, la 69, la más íntima de las uniones, la irreverente expresión del sexo hecha vida. Así es el teatro, una metafórica orgía de hedonismo humano sobre un escenario.


El vodevil, el vaudeville, el voix de ville, la voz del pueblo. Baladas y cánticos de juglares, danza, comedia, música, magia, pantomimas, acrobacias y malabarismos. Todo vale, todo entra, todo tiene cabida. Porque el vodevil es la voz del pueblo, la que cacarea desde el gallinero y convierte en héroes a sus artistas predilectos, esquivos al menos hasta la próxima función a la hortaliza y el tomatazo. Es el arte mundano, el real, el puro, el que no entiende de artificios intelectualoides carentes de emociones telúricas, el arte del pueblo, de ese pueblo que se conmueve con honradez, se ríe con sinceridad y llora con dignidad, a fuerza de entrañas y corazón, que la razón se la vamos a dejar para los matemáticos y los críticos teatrales. Procreemos todos en el altar del mal gusto y la chabacanería, idolatrando a una diva sobrada de barba, bigote y kilos que se desata con frívola sensualidad un corsé para mayor gloria de la libertad, el amor y el desenfreno. Viva la vida canalla, viva el vodevil, y si es Circus, viva más todavía.

Gracias Mónica. Gracias Carmen. Gracias Alfonso. Trío de alunados. Gracias por no pensar con la cabeza, por hacerlo con el corazón. Porque le habéis regalado a Alcalá de Henares una razón más para amarla, a carretadas de fantasía y diversión, risas estridentes y lágrimas emocionadas, danzas sugerentes y poderosas voces de mezzosoprano, muslos turgentes y escotes generosos, momentos de alegría e instantes de tristeza, largas horas de felicidad que pasan volando y cortos días de espera entre semana que se hacen eternos. Así que, damas y caballeros, ocupen su localidad, porque como diría mi idolatrado Cantinflas, el espectáculo no más acaba de empezar. ¿Estáis seguros de que os lo queréis perder?

— CONTENIDO RELACIONADO —