¡Al río con ella!

No es más que un río que desemboca en un río que desemboca en otro río. La brisa marina no acaricia sus riberas y su agua no sala su dulzor al mezclarse con el tibio licor salobre de la mar.

Ese algo más de la mitad de Alcalá que nunca ha contado lo mismo.

Paseo por mi ciudad una de esas soleadas mañanas que de vez en cuando nos regala el mes de febrero. Callejeo entre las plazas de las Siete Esquinas y de los Irlandeses, aspirando ese aroma a mundo de otro tiempo, a calles apenas olvidadas por los tránsitos rodado y andado a tan sólo dos manzanas de la bulliciosa y atestada calle Mayor. Es domingo. Las campanas de la Magistral repican convocando a sus feligreses a misa de a 12. Una hermandad de Semana Santa ensaya su paso. Entre los costaleros una mujer.