Cosas que hacer en Alcalá cuando está muerta

Cien razones para amarte LXXIII

Esta es la Septuagésimo tercera entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.


“Tiempo de verano, y la vida es fácil”
Summertime

George Gershwin

Mientras escribo estas palabras los gigantes y cabezudos desfilan bajo mi ventana a ritmo de charanga y murga trompetera. Niños cogidos de las manos de sus abuelas siguen a la comitiva presidida por Don Quijote y Dulcinea mientras sus niñeras octogenarias los animan a bailar y dar palmas en una comparsa que claramente les hace más ilusión a ellas que a ellos. Las ferias de Alcalá han vuelto. Después de dos años, de ausencia el primero y restricciones el segundo, han regresado en todo su esplendor con sus cacharros, sus peñas, sus casas regionales, sus conciertos, el teatro, los juegos infantiles, su música hasta el amanecer, los gritos, las litronas esparcidas por la plaza de la juventud y el jaleo y la algarabía escalando por las paredes de mi edificio para ayudar a las altas temperaturas estivales a que el insomnio se haga fuerte en mis párpados somnolientos. El sueño reparador se convierte en una entelequia durante ocho días, y en esos momentos de vigilia forzosa añoro los días justamente anteriores al inicio de las fiestas en que no había casi nada que hacer en Alcalá de Henares porque estaba sino literal sí metafóricamente muerta.

Porque hay unos días del mes de agosto, los que van desde el final de la festividad de los Santos Niños hasta el comienzo de las ferias de San Bartolomé, en los que Alcalá vive en el limbo de la ausencia, la inactividad y el aletargamiento, como si necesitara reponer fuerzas y lanzarse con desenfreno a la vorágine de unas fiestas que parecen ser el punto gravitatorio en torno al cual giran las ilusiones y esperanzas de los alcalaínos. La ciudad se vacía durante esos días, y los negocios decoran sus escaparates con carteles, más o menos refinados, impresos, con dibujos o simplemente folios escritos a mano, que informan al paseante que sus puertas estarán cerradas por vacaciones, siempre justas y merecidas sin lugar a dudas, desde el 8 al 21 de agosto, así ha caído en esta ocasión, ambos inclusive. De lunes a domingo, como mandan los cánones. Se acaban las fiestas de los patronos de la ciudad, pues nos vamos. Empiezan las fiestas de verdad, aunque no tengan ningún día festivo de calendario, pues nos venimos.

¿Y qué pasa con los que nos quedamos? Pues siempre habrá algo, que esto es Alcalá de Henares y no en vano es Patrimonio de la Humanidad. Es cierto que la oferta hostelera se ve considerablemente reducida, pero nos quedamos tan poquitos que a pesar de la escasez no hay problema para encontrar una mesa en una terraza donde deleitarse con una jarra fresquita de cerveza con limón y un buen pincho para acompañar el trago. Pasear por la calle Mayor es hasta relajante, sin necesidad de hacer eslalon para evitar choques ineludibles debidos a la masificación peatonal ni tener que detenerse a hacer fotos a turistas sentados junto a Don Quijote y Sancho Panza con la Casa Natal de Cervantes como telón de fondo. Menos basura, menos contaminación, menos ruido, menos teléfonos móviles sonando por todos lados, el ding-dong de los mensajes, eso sí, Dios nos libre de hacer una llamada de voz que nos obligue a mantener una conversación verbal. ¿Colas para comprar el pan o hacer una gestión en el banco? ¿Problemas para encontrar un lugar con sombra donde plantar la toalla en la piscina? ¿Atascos para ir al trabajo o ir de pie en el autobús porque no hay asientos libres? Conocéis la respuesta. En esos días no. Como los añoro.

Los museos y salas de exposiciones todos toditos para ti. Aunque no esperes que en estos días expongan nada nuevo, así que si los has visto recientemente spoiler al canto. Eso cuando no te los encuentras cerrados por “motivos técnicos” o porque el mes de agosto es de clausura obligada por formar parte de la institución universitaria, que lo de contratar gente para sustituciones por vacaciones debe de ser complicado, o más bien salir muy caro. Quise aprovechar para visitar el Antiguo Hospital de Santa María la Rica y el Instituto Quevedo del Humor y me los encontré chapados, y yo, ahí va un pareado, me quedé chafado. También es verdad que anda que no tiene días el año, ya me vale. No pasa nada, ¿y si nos marcamos un cine de verano? Pues va a ser que no, que eso ya es cosa del pasado, del pasado mes de julio concretamente, que en agosto no renta. Con lo que me apetecía, que yo con el calor me pongo muy nostálgico. Esa pantalla gigante en el campo de fútbol de la vía en Coslada, con apenas catorce añitos, sentado al lado de mi vecina Yolanda, notando el roce de su brazo desnudo con el mío y ocupando mi vista más en sus rodillas desnudas que en un Arnold Schwarzenegger venido del futuro para matar a la madre de John Connor. O más niño todavía, mi primer recuerdo cinéfilo de proyección sobre lona blanca, viendo a mi idolatrado Bud Spencer junto a Terence Hill, caradura y pendenciero, amigo a su pesar, soltar mamporros a diestro y siniestro a una pandilla de piratas con pinta de Ángeles del Infierno que quieren robarles sus tesoros a los indígenas de una mal llamada isla desierta. La primera la adivináis todos seguro, la segunda ya es de premio. Pues eso, que me quedé con las ganas, a casita a ver que ponen en Netflix. Hay muy pocas cosas que hacer en Alcalá de Henares cuando está muerta. Sino muerta del todo, agonizante.

Pero llegan las ferias, y todo el mundo regresa. A comer bocatas de calamares en la caseta de Izquierda Unida o beberse un litro de sangría en la de la casa regional de Extremadura. A montarse en la noria para ver la ciudad desde las alturas o a recibir escobazos en el tren de la bruja. A intentar ganar un muñeco de peluche para esa chica que te gusta o a bailar a ritmo de reguetón en la caseta de alguna peña. Alcalá renace, con una fuerza y vitalidad inimaginables apenas unos días antes, esos días que a pesar de ser los grandes olvidados del año ahora añoro como ningunos otros por culpa del olor a fritanga, la música a todo trapo y el griterío descontrolado. Y aquí lo dejo que van a volver a pasar los gigantes y cabezudos por mi barrio y quiero bailar un rato detrás de ellos y de las octogenarias con sus nietos de la mano antes de irme a la Plaza Cervantes a tomar unas cervezas con los amigos y volverme loco en el concierto de los Toreros Muertos.

¡Felices ferias!