Cuando la brisa nocturna de Alcalá se impregna de música

Cien razones para amarte LXXIV

Esta es la Septuagésimo cuarta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.


“¿ Y tú de quién eres?
De Marujitaaa
¿Y tú de quien eres? “

No me pises que llevo chanclas

Llegamos justo con el sonido de los primeros acordes. La plaza Cervantes rebosa de cincuentones con ganas de sentirse jóvenes de nuevo a golpe de recuerdos y de viejas camisetas que quedan demasiado ajustadas. ¡Cerca del escenario, que nos vibren las entrañas y nos piten los oídos con el retumbar de los altavoces! Esta canción no me suena, aprovecho para ir a la barra a por un litro de cerveza, pero rapidito no vaya a ser que me pille de camino una conocida. Si antes lo digo, corriendo de vuelta que tengo que cantar con toda la tropa reservista que yo, como todos los que tenemos ese estribillo grabado en un rincón de nuestra mente junto a la muerte de Chanquete y a la teta de Sabrina, también soy de Marujita. Generación de al menos quince días en el pueblo durante las vacaciones, a todos nos han hecho esa pregunta. Yo en realidad era de la Mariángela, y con eso bastaba, que mi pueblo tampoco era tan grande. Demasiada cerveza, es hora de que mi agüita amarilla inicie su demencial viaje por el inframundo de Alcalá hasta terminar jugando con los pececitos y regando los campos para dar de beber a las vaquitas, todo a la mayor gloria de los Toreros Muertos, que Dios los guarde en la memoria de la mente perturbada de Pablo Carbonell.

Al mismo tiempo, no muy lejos, un festival al que podría tildarse de pretencioso por el nombre, llena del mejor sonido el recinto semi amurallado de la Huerta del Obispo. Tres días de música a lo bestia, sin parar, de todos los estilos y para todos los gustos, como tiene que ser, que aquí o disfrutamos todos o la puta al río. Desde la tarde hasta la madrugada. Con razón se llama Gigante. Debería llamarse Súper Gigante. Cuatro escenarios y más de cincuenta bandas y solistas dándolo todo, y miles de personas devolviendo desde la arena gratitud a ritmo de cadera, palmas y grito desafinado, que para afinar ya están los triunfitos y demás expertos en karaoke de la tele. La segunda vez que el festival visita nuestra ciudad. Esperemos que haya venido para quedarse.

Larga vida al rock&roll. Llega el Barón Rojo surcando el cielo sobre guitarras eléctricas y cazadoras de cuero. Su combustible son los decibelios y su batería se recarga con brazos en alto marcando cuernos y con los movimientos de cabeza de sus fans, la mayoría, eso sí, ya sin pelo con el que acompañar la sinfonía de acordes metaleros. Gira de despedida, más de cuarenta años sobre los escenarios, cuatro décadas dando caña, intentando demostrar que el rock es algo cultural y logrando que de sus conciertos nadie escapara sin cantar que iba como loco. De teloneros nada más y nada menos que Saratoga. Mi telonero, nada más y nada menos que Nano, o más bien yo el suyo, que sin duda de los dos él es el más grande. O qué coño, formando banda, compinches de concierto, y ya van unos cuantos. Y recogiendo gente para la causa de la fiesta, el Asier, las Montses… Un nuevo festival ha llegado a Alcalá de Henares, el Fierabrás Rock Fest, ¿quién sabe si el año que viene nos sorprenden con Rosendo o con Barricada? No dejen de sintonizar su guía de ocio y cultura favorita de Alcalá de Henares para estar informados.

Pero aquí no termina la cosa. Se avecinan los conciertos de la muralla. Próximamente será asaltada por Robe Iniesta, Sergio Dalma y Niña Pastori. No son mi palo, me temo que no contarán con mi presencia, por otro lado, perfectamente prescindible. Pero eso es precisamente lo maravilloso de la música. Hay para todos los gustos, para todas las edades, y en Alcalá, por suerte, al alcance de todos sus vecinos y de los que quieran visitarnos. Y qué queréis que os diga, en directo todo es mucho mejor. El teatro, el fútbol, la amistad, el amor. Y por supuesto también la música. Yo nunca me compraría un disco de Sergio Dalma ni pagaría por ver un concierto suyo, pero he de reconocer que ya hace unos cuantos años, tantos como para llevar melena y una talla S de camiseta, en unas fiestas de Koslada entré con una chica, a la que quería complacer por motivos que no vienen al caso, a escuchar el final de su espectáculo. Abrieron las puertas del recinto y nos dejaron pasar gratis. Y he de ser sincero, aunque mancille mi reputación de rockero salvaje. Aluciné. Me impactó la potencia y belleza de su voz, más allá de que sus canciones me parecieran moñas o insulsas. Pero no me arrepiento, porque realmente disfruté escuchándole. Y porque la chica con la que fui se puso muy pero que muy, digámoslo de esta manera, melosa. Gracias Sergio, te debo una.

No es sólo la música en directo. Es estar de pie, apretujarse, saltar, bailar, cantarse al oído una canción romántica o en grupo ese himno generacional con el que vibrabas con los colegas en los garitos de tu juventud. Abrazarse, hacer piña brazos sobre hombros, empujarse espalda contra espalda y compartir un litro de cerveza. Sin miedo, sin restricciones, sin remordimientos. Después de tanto tiempo, que en realidad no ha sido tanto pero que a mí se me ha hecho eterno, de “recitales” bajo techo, de culo plantado en una silla, de espacio entre acompañantes y de mascarilla amortiguadora por fin podemos disfrutar de los conciertos como hay que disfrutarlos, al aire libre, sudando y recibiendo pisotones. Es pura adrenalina, es pura pasión, es locura, es sexo, es vida. Y a esperar que llegue el siguiente. A la cabeza me viene el próximo Alcalá Suena, pero para eso queda todavía mucho. Quiero más, necesito más. Me lo pide mi cuerpo viejuno antes de que mis huesos digan basta. Lo siento por los vecinos que se quejan por su sueño perturbado. Vivís en Alcalá de Henares, vivís en el paraíso, y el paraíso requiere ritmo, precisa de armonía. Ya tendréis tiempo de descansar cuando vayáis al cielo. O, si os lo montáis bien, al infierno. Allí es donde vamos todos los rockeros.

“Sé que al final tendré razón y ellos no,
mi rollo es el rock”.
Los rockeros van al infierno

Barón Rojo