Nunca olvidaré el lugar en el que la tuve entre mis brazos por primera vez

Cien razones para amarte LXXII

Esta es la Septuagésimo segunda entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.


Para Iratxe, mo cuishle

A nadie le gusta ir a los hospitales. Ni de visita, ni como acompañante, ni, por supuesto, como paciente. A no ser que tengas el síndrome de munchausen, en ese caso ir a un hospital sería lo mismo que para un yonqui quedarse encerrado en la habitación del médico de un equipo ciclista profesional o para el médico de un equipo ciclista profesional pasar la noche solo en los laboratorios de una empresa farmacéutica. Pero por desgracia todos hemos tenido que acudir alguna vez a uno, en cualquiera de las tres situaciones. Y siempre, en mayor o menor medida, es duro. Pero por suerte están ahí, y muchas vidas se salvan, muchas enfermedades se curan, y muchos males se previenen gracias a que tenemos una de las mejores sanidades públicas del mundo. De momento. La reciente pandemia nos ha demostrado lo necesaria que es, y el maravilloso personal sanitario que tenemos. Luchemos para que siga siendo así, no permitamos que nos lo roben para satisfacer intereses privados. Con salir a aplaudir a los balcones no basta.

A nadie le gusta ir a los hospitales. Bueno, hay una excepción. Cuando nace un niño. Hasta el tipo más duro e insensible no puede evitar que en su impenetrable rostro aparezca una pequeña mueca en forma de sonrisa cuando está ante la frágil, tierna y dulce presencia de un recién nacido. Lo de tipos babeando frente al cristal de una maternidad repleta de cunas con rorros con apenas unas horas de vida en realidad es cosa de las películas americanas. Y no sé por qué, pero a mí me da un poco de mal rollo. Pero obviando esa perturbadora imagen, un nacimiento es algo maravilloso. O debería serlo. La definición exacta de la felicidad, el culmen de la plenitud existencial, la magia de la subsistencia de la humanidad. Padres sabiendo que tal vez habrán hipotecado su vida, pero que tener un hijo es lo más increíble que jamás harán, y abuelos emocionados que inconscientemente ya inician el ritual de malcriar a los nietos presentándose en el hospital con el cochecito de última generación, unos patucos de color azul o rosa dependiendo de si hay o no colita y un ramo de flores gigantesco para la madre. El tío solterón que reparte puros que nadie se fumará y se presenta el muy mamón con un bodi con el escudo del Madrid, aunque sabe sobradamente que el padre de la criatura es colchonero y lo primero que hará al día siguiente será acercarse al Calderón a hacer socia del Atleti a su retoño rojiblanco. Amigos pragmáticos que traen el sobre de jamón ibérico para que la madre se dé un capricho después de nueve meses de privaciones impuestas por la toxoplasmosis, y amigas con germinantes barrigas y su “estoy de tres meses, ya se me empieza a notar, pero no paro de vomitar a todas horas”. Pues eso, el milagro de la vida.

Hace exactamente 18 años yo viví ese milagro de la vida. En el Hospital Universitario Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares. Desde ese momento supe que esta era mi ciudad, porque en ella había nacido mi hija. Sufrí viendo sufrir a su madre por los dolores de las contracciones sintiéndome culpable por no poder compartir con ella esa agonía física. Me enojé por la tardanza innecesaria en administrar una epidural aliviadora que al final no llegó a tiempo. Pasé miedo en el paritorio ante la incertidumbre de un alumbramiento al que habíamos llegado de milagro después de muchos meses de angustia, reposos obligados e ingresos de urgencia ante el riesgo de un posible aborto. Pero cuando vi asomar esa cabecita poblada de pelo negro, con sus ojos abiertos como platos y sus pequeños y frágiles bracitos y piernas, con sus manos y sus pies y sus cinco dedos en cada una de ellos, veinte en total, en ese preciso momento, mi corazón dejó de ser mío, mi sangre ya no sólo corría por mis venas y mis sueños se convirtieron en los sueños de una personita que ni siquiera se había dignado todavía en dirigirme la palabra.

Mi hija nació en Alcalá de Henares, en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias. Y nunca podré estar más agradecido a los médicos, enfermeras y a su personal en general por haber ayudado a traer al mundo al mayor tesoro que poseo. Fueron meses muy duros de embarazo, y sé con certeza que si no fuera por su trabajo y profesionalidad no habría salido adelante. Siempre estaré en deuda con ellos, y su madre, y sus abuelos, y su familia, y sus amigos y amigas. Todos los que la queremos. Algunos años más tarde, luchando contra un tumor canalla que perdió la batalla porque Iratxe a eso de a cachetazos tú y yo solos cara a cara le dio una soberana paliza, el cariño y la ternura con el que la trataron los fisioterapeutas intentando mejorar la movilidad de su brazo hacía mucho más fácil soportar sus llantos de dolor mientras apretaba con fuerza mi mano simuladamente firme. Aparte de eso, alguna visita a urgencias, pocas, esta niña es más dura de lo que parece. Lo típico, que si el bebé lleva tres días sin hacer caca y lo de la ramita de perejil no funciona, o Antonio, vente para el hospital, que la peque se ha tragado un tornillo en casa de mis padres. Claro, si es que no le dan de merendar.

El hospital de Alcalá, público, de todos, para todos. No somos conscientes de lo difícil y complicado que ha sido conseguirlo. Y lo que es peor, no queremos enterarnos de lo fácil que les está resultando robárnoslo. Mirar hacia otro lado no es la solución, nuestra indiferencia es su mayor arma. Ojalá no llegue el día en que nos arrepintamos de no haber hecho nada para evitarlo, el día en que para que un niño nazca o un enfermo sea tratado con garantías y dignidad sea necesario tener un seguro privado o cargarse de deudas médicas. Yo nunca olvidaré que en el hospital público de Alcalá de Henares tuve a Iratxe entre mis brazos por primera vez, como no la harán miles de padres que también han visto nacer a sus hijos en él. Porque ella es la mayor de las razones no sólo para amar esta ciudad, sino para amar la vida. Hoy cumple 18 años, ya no es una niña, es una mujer. Y algún día es posible que sea madre, quien sabe, dando a luz en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias, y éste se convierta también para ella, como lo es para mí, en una gran razón para amar Alcalá de Henares.

Azafata, tenemos que llevarlos al hospital
¿Qué es, doctor?
Es un edificio grande lleno de enfermos y casi nunca hay camas”


Aterriza como puedas, 1980