Cien razones para amarte LXIV
Esta es la Sexagésimo cuarta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado
Siempre hay que tener cuidado con los libros, y con lo que contienen,
Cassandra Clark
porque las palabras tienen el poder de cambiarnos
En abril, en Alcalá de Henares, florecen libros en las calles. En las plazas brotan sueños novelados y crecen versos de colores en las avenidas. La fantasía impregna con su aroma los bulevares y en los parques, junto a los gorriones, silban los poetas sus canciones. Es abril, y la literatura renace con la primavera, liberada de paredes y estanterías, expuesta a ojeadas y tactos esporádicos, al postureo pseudo ilustrado y al amor verdadero, a los rayos de sol y a las gotas de lluvia, siempre vigilada y protegida por la imperecedera presencia de la estatua de Cervantes
Un niño abre un cuento y los dragones cobran vida. Una niña lee un libro y los piratas surcan los mares. Una anciana acaricia la áspera tapa de un viejo ejemplar que le trae recuerdos de juventud. Pasa las páginas, y caballeros de dorada armadura vagan por el mundo en busca de princesas que rescatar y de entuertos que deshacer. Espadachines con alma de poeta escriben anónimas cartas de amor en nombre de galanes de rostro agraciado y nariz corta, y desde un balcón, doncellas de piel marfilada responden con versos de amor al amor en verso que les es confesado. Canallas de moral disoluta apuestan con el honor de inocentes doncellas, ignorando que su alma será salvada por una de ellas, y locos aventureros descubren mundos asombrosos viajando al centro de la Tierra. Un poeta, esta noche, escribe los versos más tristes, mientras Aureliano Buendía piensa en Remedios la bella delante de un pelotón de fusilamiento. Soñar otras vidas, imaginar otros mundos, conocer otros tiempos.
La Plaza Cervantes se llena de magia. Magia en forma de casetas prefabricadas, hogares multiusos y efímeros de cuentos, novelas, ensayos y comedias, residencias pasajeras de tragedias, poemas, fábulas y dramas. Es la feria del libro de Alcalá de Henares. Librerías locales y editoriales anónimas salen a la calle rogando al cielo para que el tiempo acompañe y las ventas sean aceptables. Quien sabe, quizá logren sobrevivir un año más al acoso de las multinacionales y a la llegada del libro electrónico. Algún famosillo del mundo de las letras dará color y atraerá admiradores, y autores desconocidos ofrecerán charla, firma y dedicatoria, soñando con que haya segunda edición y con que esta vez no sea a costa de sus bolsillos. Mucho curioso, algún que otro pedante, y compradores los justos. Me temo que el gato al agua se lo llevará el best seller de turno y el 3 por 10 euros de libros de bolsillo. Pero no importa, porque no es por el dinero, es por pasión, casi lujuria. Cuando hay querencia ni la miseria refrena el arrebato. Además, estamos en Alcalá de Henares, la cuna de Cervantes, y a apenas unos metros, en la calle Libreros, donde curiosamente no hay ninguna librería, sí perduran los recuerdos, y el olor a tinta atraviesa los siglos para evocar aquella época en que imprimir libros era un arte y no una industria. Sinergia lo llaman.
Terminará la feria, hasta el año que viene si las pandemias lo permiten, y los libros volverán a sus estanterías, a ocupar su lugar por tema y orden alfabético, a llenar su espacio en una base de datos, y a esperar que alguien acuda a la tienda y los rescate, que los encuentre lo suficientemente hermosos e interesantes para llevarlos a su casa y dedicarles unas horas, compartir sofá, bombilla y copa de vino. Sentir el tacto de unos dedos que los abren por primera vez, robándoles su virginidad, dándole sentido a su razón de ser. Ser leídos, ser vividos, con avidez o con calma, de una vez o a cachitos, a tramo de marcapáginas.
Me encanta el sonido que hacen las hojas de un libro nuevo cuando lo abro. Y ese olor a castidad que desprenden. Y a pertenencia. Es mío, nunca ha sido de nadie antes. ¡Qué sentimiento tan primitivo, tan capitalista, tan patriarcal! En el fondo me avergüenza, y cuando entro en Diógenes intento no delatarme, que no vean a ese pequeño burgués que se excita con el brillo de todos esos ejemplares que aun no han sido leídos y que me susurran “somos hermosos, somos puros, nos deseas”. Incitan a acaparar. Tal vez por eso la librería se llama Diógenes. Pero soy fuerte, y no siempre me dejo seducir. Al menos no tanto como por un libro usado.
Los libros usados, de segunda, tercera o cuarta mano. Mal llamados viejos. Hay cosas que nunca envejecen, aunque haya que pasar las hojas con cuidado para que no se deshagan o les hayan arrancado la primera página para ocultar una dedicatoria. Tienen su historia, en ocasiones varias. Han perdido su blancura, y las arrugas surcan sus portadas. Desprenden tristeza, abandono, olvido. Siempre pienso en cual habrá sido el motivo para que sus dueños se deshicieran de ellos, porqué le dieron más valor a los míseros 50 céntimos que recibieron a cambio. En Domiduca, en la plaza del Padre Lecanda, tienen un hogar de acogida. Hermoso nombre, la diosa romana que protegía a los niños cuando volvían a casa, perfecta metáfora para la morada de libros perdidos y olvidados que Marcos, un antiguo compañero de carrera y de gloriosos fracasos futbolísticos, ha construido para placer hedonista de los que envolvemos de nostalgia lo que para la mayoría es anticuado. Y si allí no encuentro lo que busco, puedo acercarme a la calle Victoria, paraíso ordenado del libro de segunda mano, fácil de buscar, sencillo de encontrar. Aunque con mucho menos embrujo y falto de algo de encanto. Es lo que tienen las franquicias.
Alcalá y los libros. Unidos por la figura de Miguel de Cervantes, desposados por la presencia de la Universidad. Y por un premio que otorga la segunda en nombre del primero. Y por otros muchos autores que son tan nuestros o más que el soñador de Don Quijote, pero que viven olvidados bajo su sombra. Pero no importa cuantos grandes escritores hayan nacido aquí, porque la literatura es universal. Lo realmente importante es cuantos grandes lectores haya, y que hay muchos sólo podría afirmarlo si tuviéramos más librerías que casa de apuestas.
Un buen libro es el mejor de los amigos,
Rubén Darío
lo mismo hoy que siempre.”
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