El mejor equipo de fútbol que jamás ganó un partido

Cien razones para amarte VII

Esta es la séptima entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Lo importante es participar. En nuestro caso no era hablar por hablar. Podría haber sido perfectamente nuestro lema o incluso el nombre de nuestro equipo. Es más, intentamos que lo fuera, pero en el Servicio de Deportes de la Universidad ya no se fiaban de nosotros desde que tratamos de inscribirnos con la denominación de “Descansa” con la esperanza de que nuestros rivales, al ver su nombre junto al nuestro, pensaran que no jugaban esa jornada y de esa manera nos dieran el partido por ganado
por incomparecencia del adversario. No coló, y lejos de felicitarnos por nuestro ingenio picaresco, tan propio de chusma de letras les faltó decirnos, amenazaron con expulsarnos de la competición y nos obligaron a continuar con nuestro apelativo original: Yellow Submarine.

¿Que porqué Yellow Submarine? No porque nos gustaran los Beatles
especialmente. El motivo era mucho más prosaico. Nuestra camiseta era amarilla y, si nos atenemos a los resultados deportivos, siempre estábamos en el fondo. En 2 años, los que coincidieron con 2º y 3º de carrera, no fuimos capaces de ganar o empatar un solo partido. Es más, muy malo era el equipo que no conseguía meternos más de 5 goles y dejar su portería a cero. Pero nosotros, lejos de sentirnos humillados o deshonrados, sabiéndonos quijotes balompédicos, hicimos de ello un motivo de orgullo.

Lo cierto es que cuando decidimos formar el equipo ya hubo varios indicios que debían habernos hecho sospechar que no teníamos un futuro muy prometedor. Que la mayoría no hubiesen jugado al fútbol en su vida y que incluso alguno preguntara en que consistía exactamente ese deporte ya nos dio unas pistas muy claras de lo que nos esperaba. Pero tampoco había mucho donde elegir en una clase de unas 80 personas de las que sólo un 20% aproximadamente éramos chicos. Y no hacía falta más. Todos nos
conocíamos, y en mayor o menor medida nos apreciábamos. Y eso nos bastó para querer formar una cuadrilla futbolera, que aunque jamás ganó un partido, fue la más divertida y cachonda que nunca se haya visto sobre un terreno de juego.

Los horarios de los partidos también tuvieron su parte de culpa de nuestros desastrosos resultados deportivos. Que hubiera 3 horas libres entre el final de las clases y el comienzo de la competición en una ciudad donde lo malo no era que conociésemos casi todos los bares de tapas del centro, sino que ellos ya nos conocían a nosotros demasiado, no invitaba a que llegásemos en las mejores condiciones a los encuentros. Por no hablar de los terrenos de juego. Cuando voy a ver jugar a los hijos de mis amigos y les oigo quejarse de que la hierba está muy alta o de que han regado demasiado el césped me entran unas ganas de darles un pescozón como los que me daba mi abuela cuando de niño me quejaba porque no le quitaba la nata a la leche. ¡Tenían que haber jugado en esos verdaderos patatales que eran los campos del Juncal y del Val! Cuando llovía se convertían en auténticos barrizales por los que apenas podías moverte. Y si no llovía peor, más te valía no caerte al suelo, porque volvías a casa con las rodillas y los codos llenos de rasguños de lo seca y dura que estaba la arena. Niñatos consentidos los de ahora…

Pero como nos reíamos. A pesar de las derrotas. Algunas de proporciones épicas.
Había un equipo, formado por extranjeros que estaban haciendo el Erasmus en Alcalá, que siempre nos atizaba de lo lindo. En una ocasión llegó a ganarnos 17-0. No exagero.Y poco me parece si comparabas su porte con el nuestro, casi todos ellos teutones de metro noventa sin un puñetero gramo de grasa. ¡Joder, si nuestro delantero centro pesaba 130 kilos y jugaba con bambas! Creo que fue en ese partido en el que Buyi, nuestro portero, cansado de recoger balones del fondo de la red, me pidió que ocupara su lugar entre los 3 palos. Perfecto, yo estaba cansado de correr detrás de la pelota sin tocarla ni una vez. Pero me entraron ganas de orinar, e, iluso de mí, como íbamos a sacar un corner al otro lado del campo, pensé que tendría tiempo de sobra y me dispuse a evacuar detrás de mi portería. De pronto, alertado por unos gritos de ¡Tonino, Tonino!, que así es como me llamaban en la facultad, diome por girar la cabeza y divisar a cuatro gigantes nórdicos con el balón controlado dirigiéndose hacía el arco que era mi responsabilidad defender sin más oposición que la del posible desconcierto que pudieran causarles las carcajadas de mis compañeros retozando en el suelo a costa de mi precaria situación. Creo que es innecesario aclarar como acabó la jugada.

Y como esta, muchas anécdotas más. Todas divertidas e inolvidables. Fuentes de risas solitarias cuando en ocasiones mi memoria traidora y nostálgica me regala recuerdos de aquellos momentos con los Paco, Antonio, Óscar, Lorenzo, Michel, Víctor, Marcos, y otros tantos compañeros de camiseta dorada con los que nunca pude compartir el sabor de la victoria deportiva, pero sí, mucho más dulce y placentero, el de la amistad sin condiciones.

Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas nuestras, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro.

Miguel de Cervantes. Primera parte del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Capítulo I

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