Cien razones para amarte LXVIII
Esta es la Sexagésimo octava entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado
Un río parece una cosa mágica.
Laura Gilpin
Una parte mágica, conmovedora y viviente de la tierra misma”.
No es más que un río que desemboca en un río que desemboca en otro río. La brisa marina no acaricia sus riberas y su agua no sala su dulzor al mezclarse con el tibio licor salobre de la mar. Un simple y humilde afluente de un afluente, hijo del Jarama y nieto del Tajo, príncipe no heredero de la monarquía fluvial castellana, ignorado en el currículum escolar allende las fronteras regionales de su recorrido. Sin embargo, le da nombre a un corredor, no de los de dorsal, sino de los de trascurrir la gente, los sueños y la vida. Y apellido y gentilicio a varios pueblos y ciudades. Porque Alcalás hay muchas, pero sólo hay una Alcalá de Henares.
El río Henares le regaló el enclave a una ciudad que nació Complutum buscando la fertilidad de su cauce. Tal vez estuvieran locos esos romanos, pero tontos no eran, y sabían de sobra que los ríos crean vida, y que puestos a levantar ciudades mejor a la ribera de como mínimo un arroyo, cuánto más caudaloso y abundante mejor, que en un páramo árido y estéril esclavo penitente de las lluvias estacionales. Y el Henares es mucho más que un arroyo, y de caudal y abundancia no va nada mal, con los inevitables altibajos de los periodos estivales y las épocas de sequía. Suficiente para erosionar su margen izquierda dándole ese aspecto tan especial de cortados que tiene el parque de los Cerros. Y más que de sobra para crear ese pequeño vergel de vegetación y fauna que fluye paralelo a la Avenida Virgen del Val desde la Plaza de la Juventud hasta la Ermita de la Virgen del Val.
El tiempo discurre de otra manera cuando camino por el margen del Henares. Más lento, más pausado, casi irreal. Bajo la sombra de álamos, chopos, fresnos y sauces mis pasos casi divagan al ritmo del trinar de jilgueros, mirlos y ruiseñores mientras los secos graznidos de los patos desvían mi atención hacia su lento navegar sobre unas aguas no siempre cristalinas. Su sosegado fluir susurra en mis oídos secretos de otros tiempos y trae a mi memoria momentos que he vivido y otros que tan sólo he escuchado de bocas con más pasado alcalaíno del que yo acumulo en mis alforjas, pero que siento tan reales como si hubiesen formado parte de mi existencia.
Niños bañándose a grito pelado y salpicadura indiscriminada en la presa de El Cayo mientras pescadores de calma obligada y pulso firme esperan optimistas que una carpa o una bermejuela se deje engañar por un cebo cuidadosamente enhebrado. Un canario difunto de nombre Ringo reposando en una caja de galletas bajo la tierra sementera de un olmo centenario. Excursiones en bicicleta, tardes de running pre cervecero y leguas del Val esquivando piedras y ladeando juncos, mimbreras y zarzamoras, de las de recoger su fruto a finales de agosto para hacer tartas caseras que saben a hogar y cariño bien nutrido. Un molino Borgoñón casi derruido por el tiempo y la desidia, que el Cardenal Cisneros regaló a su Colegio de San Ildefonso para que a los estudiantes no les faltara la harina, y que promete un futuro en forma de museo que no me creeré hasta que no vea. Restos de un antiguo merendero con sus mesas y bancos, su barra de bar, un escenario para orquestas y solistas, y hasta baños públicos que acabaron siendo refugio de yonquis y camellos, restos que un buen día fueron borrados de su espacio físico piedra a piedra, ladrillo a ladrillo y viga a viga, pero no de la memoria colectiva de un pueblo que retiene sus historias a fuerza de orgullo y autoestima. Y fin de trayecto rezándole a la patrona de Alcalá en la Ermita de la Virgen del Val o tomándote una cerveza en el chiringuito o en el vecino a apenas unos metros Sacromonte, según tu Fe sea más de altar de iglesia o de barra de bar.
¡Al río con ella! Broma de amiguetes con algún vino a cuestas y viajes inolvidables con foto de amenaza de empujón a las aguas del Guadalquivir en Córdoba o del Nervión en Bilbao. Sin embargo, no tenemos ninguna en similar situación en el Henares, aquí en nuestra ciudad. Olvido imperdonable. La haremos. Pero tal vez ya sea mejor esperar a que el proyecto de renaturalización y puesta en valor del entorno natural del río se haya llevado a cabo. Era necesario, desde hace mucho tiempo. Olvidado por políticos, su limpieza ocasional había quedado en manos de ecologistas con la intermitente ayuda de asociaciones vecinales y AMPAS. Niños recibiendo educación medioambiental a base de guante de látex y bolsa de basura. Mejor tarde que nunca. Ojalá no nos encontremos con que lo convierten en una atracción turística de naturaleza artificial al estilo del Monasterio de Piedra. Habrían acabado con una de mis razones más queridas para amar Alcalá de Henares.
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