Un simple paseo por mi calle

Cien razones para amarte VI

Esta es la sexta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Mi idea para relatar mis cien razones por las que amo Alcalá de Henares era seguir un orden cronológico y biográfico. Pero hoy, desde la ventana de mi habitación, con el alma inundado por la melancolía fruto del #yomequedoencasa al que nos vemos obligados por la situación actual, he visto la acera de enfrente de mi portal por la que siempre he dado por sentado que podría pasear sin problemas, y he recordado cuando mi hija era apenas un ratoncillo y corríamos por ella cogidos de la mano. Y he decidido saltarme el plan. Y contaros porqué una simple X marcada en el suelo puede recordarte que las pequeñas cosas de la vida son las que te dan realmente la felicidad.

Iratxe, mi hija, era pequeña. Tendría unos 3 años más o menos. Una noche de verano de las que solíamos salir a pasear después de cenar descubrió que en la acera de nuestra calle, en el lado del polideportivo, había a intervalos irregulares de espacio unas X grabadas en el suelo. Yo nunca me había fijado. Supongo que ella estaba a una altura y con una edad que le hacían más fácil observar los detalles de las cosas insignificantes que a los adultos se nos escapan.

Ese día que descubrió las X Iratxe me preguntó que qué eran y porqué estaban allí. En realidad yo no lo sabía, así que decidí inventarme una historia que se convirtió en un divertido juego del que disfrutamos durante muchos años, los suficientes como para que ella supiera que la historia era mentira y que las X tenían seguramente una razón lógica de existir. Tampoco era una historia del otro mundo. Era bastante fácil asombrar a una niña de 3 años, así que me bastó con decirle que las había puesto un
pirata de hacía 300 años para recordar donde había dejado escondido un tesoro que nunca volvió a recoger porque murió defendiendo su barco del ataque de unos espantosos monstruos marinos. Monstruos que por supuesto ya no existían, no fuese a ser que ese verano en la playa nos encontráramos con el problema de que papá no me quiero meter en el agua no vaya a ser que me coma el monstruo que hundió el barco del pirata Barrigón que si no lo he comentado antes así es como se llamaba.

El juego era algo tan simple como pisar todas las X que encontrásemos en nuestro camino hacia la ermita del Val, donde por aquellos años existía, y aún existe (hoy en día también restaurante) un chiringuito al aire libre donde se podía uno tomar un refrigerio nocturno (eufemismo de cubata) dejando corretear libremente a los niños sin miedo a los coches o a que se perdieran.

La primera vez que jugamos me las apañé para hacer creer a Iratxe que a los pies de un árbol con unas ramas cruzadas que parecían simular una X (ni de coña lo parecían) había enterrada una parte del tesoro. Me puse a cavar un agujero con las manos y deslicé una piruleta en el, mostrándosela como si la hubiera encontrado allí, poniendo cara de sorpresa y dando gritos de alegría. Ver el asombro reflejado en sus ojos y en su boca abierta es una de las imágenes que por siempre permanecerán en mi mente. Y en mi corazón. En ese preciso momento supe que habíamos encontrado algo que nos uniría durante muchos años, algo nuestro, algo que recuperar en los malos tiempos y que nos haría recordar lo bien que lo pasábamos juntos y lo felices que nos hacíamos el uno al otro.

Y entonces, con la inocencia de una niña de 3 años, me soltó algo que a pesar de su lógica simplicidad, me dejó bastante alucinado:

Pero papi, sólo hay una piruleta, ¿cómo la vamos a repartir?
Como la vamos a repartir, he ahí una pregunta importante. Para ella no existía el concepto de guardar, de acaparar, no entendía el valor de ese tesoro si no era para disfrutarlo en ese mismo instante.
Esta para ti cariño, pero habrá que cambiar las reglas del juego.
Convertimos nuestro juego en una competición, una lucha de titanes ávidos de gloria, que peleaban por pisar el mayor número de X para hacerse con el derecho a una pieza del tesoro del pirata Barrigón. Por supuesto, casi siempre ganaba ella.

Y aunque los años han pasado, más rápido de lo que mis recuerdos intentan comprender, e Iratxe ya concibe gran parte de su propia vida y experiencias en un mundo ajeno al mío, todavía, cuando en alguna ocasión caminamos por la Avenida Virgen del Val, uno de los 2 grita de repente ¡EQUIS!, y sabemos que la batalla vuelve a comenzar y que no habrá piedad para el perdedor.

Ojalá hoy pudiéramos hacerlo.

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