El obispo de los pobres
Santo Tomás de Villanueva nació en Fuenllana, en La Mancha, el año 1488. Se trasladó pronto a Villanueva de los Infantes, donde sus padres tenían una rica hacienda. Ya desde niño se vio cuál iba a ser la virtud más querida de Tomás: la caridad. Cuando en casa lo encontraba todo cerrado, se desprendía de sus vestidos para dárselos a los pobres, o echaba mano de los pollos del corral. De sus padres lo había aprendido.
Le enviaron a estudiar a los mejores centros de entonces, Alcalá y Salamanca. Estudió con ahínco. Se graduó de bachiller en artes y de licenciado en teología. Pronto fue admirado como extraordinario profesor.
Pero a él le tiraba más el hábito monacal que la muceta de profesor. Entró en la Orden de San Agustín el año 1517. Podemos decir que recogió el hábito agustiniano que ese mismo año abandonaba Lutero.
Carlos V le tenía en suma estima, le hizo su predicador y consejero y consiguió para él el arzobispado de Valencia. Llamaba la atención la vida del arzobispo. Muchas horas de oración. Vida de austeridad y caridad. Es decir, muy exigente consigo mismo, muy comprensivo con los demás. Ha sido llamado con razón el arzobispo limosnero. Reunió todo el dinero que aún no había distribuido y lo repartió entre todos los pobres de la ciudad. Luego llamó junto a su lecho a todos los empleados y les fue dando sus pobres enseres.
Murió en el año 1555.
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