Para que irse por los cerros de Úbeda, cuando están los de Alcalá aquí al ladito

Cien razones para amarte IC

Esta es la Nonagésimo novena entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

“Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla

mientras el género humano no escucha.


Víctor Hugo

Fue uno de los motivos por los que elegimos la casa en que vivimos. El gran ventanal de la cocina con vistas al Parque de los Cerros. Si asomas un poco la cabeza incluso puedes ver el Malvecino, y me refiero, mejor evitar malentendidos, a la cima desde la que los cristianos allá por el siglo XI se dedicaban a tirar piedras a los musulmanes. Las estaciones pasan inexorablemente ante mis ojos con sus colores cambiantes mientras preparo la cena o separo la ropa blanca de la de color para poner una lavadora. Año tras año el campo muda del verde primaveral al marrón otoñal, pasando por el amarillo estival, evidenciando con su paleta de colores la premura con la que el tiempo arrasa nuestras vidas. Pero nada importa cuando la naturaleza, cada vez más espaciadamente, nos regala la belleza absoluta cubriendo con un invernal manto níveo el reflejo terrenal de su propia existencia. Vivaldi suena en mi cabeza, y cuando vuelvo a mi anodina realidad compruebo que una vez más se me ha quemado la tortilla francesa.

Y sin embargo en casi veinticinco años puedo contar con los dedos de las manos las veces que me he acercado al Parque de los Cerros a sentir el cuerpo a cuerpo. Y no le encuentro sentido, porque cada vez que lo hago una inyección de vitalidad me inocula al mismo tiempo el virus del entusiasmo y la vacuna contra la amargura durante varios días. La brisa agita las ramas de los árboles y acaricia mi piel con una delicadeza casi sensual. Las flores endulzan con sus fragancias mis pensamientos. Los pájaros trinan para mí hermosas canciones de cuentos de hadas y mis pupilas se relajan de los excesos visuales del mundo moderno ante la humilde grandilocuencia de la creación de la Madre Tierra. Y el bocata de jamón y el refresco me saben como el mejor de los manjares cuando después de casi hora y media de caminata llego a la cima del Ecce Homo, ¡qué subidón haber alcanzado la cima más alta de Alcalá de Henares! Vale que no es un ochomil, apenas un ochocientos, se sube diez veces y arreglado. Una cosita importante, el papel de aluminio y la lata vacía a la mochila, eso lo deberían saber hasta los que no han crecido con las aventuras de David el gnomo, que la ecología está inventada ya hace bastantes años, aunque parece que no acaba de calar en algunos.

Los montes, las cuevas, los bosques, siempre han sido escenarios de leyendas, de cuentos con moraleja, vivienda de seres mitológicos, hadas, elfos, duendes… Los cerros de Alcalá también tienen sus historias, algunas fantasiosas, otras que no por ser reales dejan de ser asombrosas. No hace falta irse al vecino cerro de San Juan del Viso a buscar la mesa del rey Salomón o los restos de la antigua Iplacea fundada por guerreros griegos procedentes de Troya. Busquemos tesoros en la cueva de los Gigantones, seamos goonies a la caza de nuestro Willy el tuerto, pero cuidado, no despertemos a los gigantes de un solo ojo que la habitan, o acabaremos siendo el almuerzo para sus grandes bocas de dos filas de dientes, manchando sus barbas con los restos de nuestras vísceras y decorando su guarida con los despojos de nuestra roída osamenta. Viajemos al pasado, vamos Doc, pon en marcha el Delorean, al 3 de mayo de 1118, seamos testigos imparciales de una batalla que cambió la Historia de nuestra ciudad, a ver si es verdad que se apareció una cruz en llamas en lo alto del Ecce Homo que acojonó a los musulmanes y espoleó a los cristianos. Cuidado no interferir, a ver si por querer hacernos un selfi con el arzobispo de Toledo va a resultar que cuatro siglos y medio más tarde a Miguel de Cervantes en vez de nacer aquí le da por hacerlo qué sé yo, por ejemplo en Córdoba.

Es curioso que en tiempos de paz y relativa tranquilidad la gente habita en los valles y en las riberas de los ríos. Más comodidad, más riqueza, más fertilidad. Sin embargo, cuando el mundo se vuelve turbulento y agresivo, las montañas y los bosques se convierten en el refugio que da la seguridad de la orografía difícilmente franqueable. Lo hicieron los musulmanes alcalaínos, ante la inexorable marcha hacia el sur de la reconquista cristiana. Así nació, a mediados del siglo IX, Alkal´a Nahar. Con su castillo, después ocupado por los cristianos hasta bien entrado el siglo XVI, y posteriormente abandonado porque lo dicho, sin guerras ni fronteras que guardar se está mucho más agustito abajo. Qal´at Abd Al-Salam, el castillo de Abd Al-Salam, el caudillo cordobés encargado de la defensa de la Marca Media, para asegurar la ruta entre Zaragoza y Toledo. De poco les sirvió. La suerte estaba echada, la decadencia es inherente a la gloria, la caída sucede irremisiblemente a la victoria. Una gran torre y los restos de otras ocho y de la muralla son los únicos vestigios que han llegado hasta nuestros días. Lo suficiente para servir de excusa para un bonito paseo en una soleada mañana dominical.

Cuando camino a ritmo de trote cochinero, lo que yo llamo correr, por la ribera del Henares, y miro hacia el otro lado del río y observo en los cortados las cuevas naturales, no puedo evitar acordarme de los hombres, mujeres y niños que huyendo de los bombardeos de la Guerra Civil se refugiaron en las grutas del parque de los Cerros para estar a salvo de las bombas. Y entonces comprendo que la Naturaleza, a pesar de todos los avances tecnológicos, de las viviendas con calefacción y aire acondicionado, de las calles asfaltadas con su alcantarillado y alumbrado público, siempre está ahí para servirnos de refugio cuando las cosas no van bien. Para ejercer de guarida de rebeldes con mallas verdes que se enfrentan a fuerza de arco y flecha a reyes usurpadores y tiranos. Para dar cobijo a los que huyen de los horrores de las guerras porque saben que los que las empiezan no son los que van a derramar su sangre para terminarlas. O simplemente para oxigenar nuestra mente y nuestros músculos a golpe de pedaleo después de una estresante semana de trabajo. Está claro que la Naturaleza nos ama más a nosotros de lo que nosotros la amamos a ella. Tristemente, lo mismo que le ocurre a Alcalá de Henares con algunos de sus vecinos.

“El arte, la gloria, la libertad, se marchitan

pero la naturaleza siempre permanece bella”

Lord Byron

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