Ecos del Don Juan. Viernes y sábados visitas teatralizadas a las 18,30h
«La vida es como una obra de teatro: no es la duración sino la excelencia de los actores lo que importa»
Séneca
Sigo a Ciutti por las calles de Alcalá y no puedo evitar sentir que he viajado en el tiempo al pasado. Sin Delorean, sobre una capa negra y guiado por las palabras en español antiguo de un criado pícaro y leal, más listo y menos pendenciero que su amo. Siento que he viajado al pasado, pero no a ese siglo XVI en el que transcurre la obra, sino a esos años ochenta en los que el Don Juan de la noche de Todos los Santos era itinerante y apenas lo seguíamos unos cientos de personas, antes de que la multitud y los problemas de movilidad urbana lo arrinconaran, el triunfo del pragmatismo y la funcionalidad al servicio de la masificación, dentro de las murallas del Pico del Obispo.
Y digo que sigo a Ciutti porque eso es lo que hago, y conmigo decenas de personas, niños, adultos y ancianos, que reciben un dos por uno: la representación en lugares simbólicos de Alcalá de las escenas más famosas del Tenorio, y, de regalo, las explicaciones de un guía turístico al que no dediqué mucha atención, por muy bien que lo estuviera haciendo, porque ya son muchos años viviendo en esta ciudad, y me lo conozco si no todo, sí lo más interesante. Claro que también podría decir lo mismo sobre lo primero, me lo he tragado muchas veces, el Tenorio, me refiero, pero que le voy a hacer, no me canso. De ver apostarse a Don Juan y Don Luis Mejía lo que no es suyo, y pedirle este último a una bellísima Doña Ana de Pantoja que consienta, que consiente, aunque vaya luego y se equivoque de mozo. De contemplar como Brígida traiciona a su ama por dinero, y escuchar como Doña Inés, dulce e inocente, es seducida por unas palabras de amor que resultan no ser tan falsas como creía su dueño. Y de emocionarme porque el alma de Don Juan, atrapada por un vengativo Convidado de piedra, es salvada por el amor de Doña Inés, aunque me decepcione un poco, no sé por qué, me sé el final de sobra, que al final se arrepienta de sus pecados. A lo hecho, pecho, como el Don Félix de Montemar de Espronceda, que prefiere enfrentarse al Diablo, que vete tú a saber si no tiene menos mala leche que el de arriba. Al Antiguo Testamento me remito.


Merece la pena, sin duda. Porque los actores y actrices están maravillosos, todos, y porque te llevan por un viaje inolvidable por los más hermosos rincones de Alcalá y por una de las obras más inmortales de nuestro teatro. Y lo hacen de una forma tan amena, entretenida, a veces emocionante, y cuando toca divertida, que las dos horas más o menos que dura el evento se pasan volando, a pesar del frío, de la caminata, y de las miradas al cielo deseando que no llueva. El otro día, tuvimos suerte. Ojalá que siga siendo así todos los viernes y sábados del mes de noviembre, a las seis y media de la tarde. Desde la Capilla del Oidor, si se llega un poco antes y se aprovecha para ver una exposición muy chula del gran Alex de la Iglesia mucho mejor, hasta el Palacio Arzobispal. Y que los Ecos del Tenorio sigan resonando todos los años, que Doña Inés siga consintiendo a uno lo que le da a otro, que la luna continúe brillando pura en la apartada orilla, que el amor no deje nunca de salvar almas perdidas, y que los versos de Zorrilla se esparzan por el aíre llenando nuestra ciudad de arte y de cultura, que falta le hace últimamente. Y si es posible que sea con las mismas voces, para qué cambiar lo que es perfecto, cuando no lo hacemos con lo mediocre.
