A mi padrino, Félix Navarro, gran cómico y dramaturgo.
Él me enseñó a amar el teatro, y a soñar.
Su espíritu sigue vivo en el escenario del Español.
La vida es puro teatro. Lloramos, reímos, actuamos, cantamos, bailamos. Y sólo esperamos que cuando el telón caiga, hayamos logrado despertar algo en los corazones de los que nos han observado. Si no, tampoco importa. ¡Vivamos por nosotros mismos, actuemos por placer! La recompensa está en disfrutar, y si para eso hay que renunciar al reconocimiento externo, pues así sea. Ese es el espíritu del teatro amateur, gozarlo, soñarlo, sentirse vivo. Sin cobrar, la mayoría de las veces incluso poniendo pasta. Y pasión y amor por el escenario. Y, sobre todo, me muevo entre la admiración y la envidia, mucho valor y coraje. Que empiece la función, luces de candilejas, es la hora de la farándula, del papel a la escena.
Alcalá es teatro. En el Corral de Comedias y en el Salón Cervantes. Pero también en los centros culturales, en los auditorios, en las pequeñas salas de espectáculos, en el Pico del Obispo y en las plazas y en las calles. En las grandes compañías que acuden al Festival de Clásicos, y en los actores y actrices de renombre que se enfundan el vestuario de época para recitar el Don Juan Tenorio. Y sobre todo en los grupos de aficionados. Los de la gente que de verdad ama las tablas, ¡arriba el telón que nos comemos el mundo! Los que necesitan sentir ese cosquilleo cada vez que se suben a un escenario, los que la noche anterior a un estreno no pegan ojo, aunque sepan que en muchos casos sólo van a ir a verles sus familiares y amigos cercanos, como mucho algún despistado. No les importa, no cobran en euros, cobran en aplausos, a lo sumo un ramo de flores de algún admirador enamorado. Y es probable que, una vez acabada la función, felicitaciones y abrazos, incluso del cuñado enfurruñado, aunque sean falsos, seguro que preferiría haberse tragado en el bar un Celta Rayo Vallecano. Que se joda, ésta por las más de trescientas fotos de las últimas vacaciones de verano.
El pasado sábado día 10 de mayo bastaron tres banquetas, una mesa y un puñado de actores y actrices sobre un escenario. La sala multiusos Jesús Guzmán de Santorcaz (los más mayores tendrán en su cabeza la imagen del cartero de Crónicas de un pueblo), villa vecina complutense, casi extrarradio alcalaíno, se llenó para presenciar una representación de El Alcalde de Zalamea que rozó la perfección, si es que no la logró. Y no lo digo a la ligera. Digo perfección porque la compañía Tithya, nombre arévaco de Atienza, hermana de los numantinos en eso de tocarle las narices a los romanos, logró hacer lo más importante que se le debe pedir al teatro, emocionar a todo el público presente, y levantarnos de nuestras sillas blancas de plástico de terraza de verano para agradecerles con nuestro cariño y aplausos el regalo que acababan de hacernos. Todos nos pusimos en la piel de Pedro Crespo, magistral Félix Donoso, director de la compañía, y odiamos al Capitán Don Álvaro de Ataide, que malvado más bien logrado, yo mismo lo habría ahorcado. Lloramos con el sufrimiento de Isabel, sublime Maribel Domínguez en su monólogo, y nos reímos con las ocurrencias de La Chispa y Rebolledo. Nos movimos entre la tirria y el cariño por Don Lope de Figueroa, soberbia interpretación, creí que era realmente cojo, y nos fastidió un pelín que Juan Crespo, maravillosa actuación, quisiera ser soldado, que yo soy más de pueblo llano. Y de lo que no me cabe duda es de que Calderón estaría orgulloso de todos ellos, y de los demás, sargentos, primas, soldados, labradores y escribanos. Y hasta de la mesa y de las tres banquetas. Aunque la escena de los calvos no se la perdono. Ni puñetera gracia.



Todos ellos siguen con sus vidas cuando acaba la función. Como lo hicieron tantas otras veces, Tenorios y Don Mendos se representaron en el camino. Pero estoy seguro de que nunca olvidan esos aplausos, el cariño del público, y el subidón de adrenalina que sienten sobre las tablas. El orgullo de saber que lo han dado todo, y de que se han dejado el alma. Ojalá los veamos pronto en Alcalá de Henares, me consta que están en ello, para que sean profetas en su tierra. A ellos y tantas otras compañías amateurs que llenan de teatro nuestra ciudad, y que sólo esperan su oportunidad de hacer llegar al público el resultado de su esfuerzo. Serán aficionados, pero se entregan como auténticos profesionales. Vaya este pequeño homenaje por todos ellos. A mí lo único que me queda es darles las gracias.
“Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro,
si no está muerto, está moribundo”
Federico García Lorca