Cien razones para amarte LXXXII
Esta es la Octogésima segunda entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado
“Pensé que, estando lejos de tu convento,
Sister Act
incluso alguien como tú podría sentirse sola.”
La hermana Mary Robert a Deloris Van Cartier (Woopi Goldberg)
Siempre que pienso en monjas el cine tiñe de idealismo una realidad que está muy lejos de ser idílica. O al menos tan idílica como el celuloide muestra. Y no es que esté constantemente pensando en monjas. La época de los don juanes asalta conventos ya pasó hace tiempo, pero viviendo en Alcalá de Henares es imposible no tenerlas presentes ya que son una parte muy importante de su paisaje cotidiano. Si no presencialmente, tampoco es que se vea a tantas paseando por la calle, si arquitectónicamente, pues son muchos los conventos, algunos de ellos aun ocupados bajo clausura, que uno se puede encontrar recorriendo la ciudad. Es más, seguir un recorrido por sus ubicaciones sería una buena manera de hacer una ruta turística por el casco histórico y por parte de la Historia de Alcalá.
“La pequeña Roma”. Así era conocida Alcalá en el Siglo de Oro debido a la cantidad de órdenes religiosas que tuvieron aquí una sede. Evidentemente, esto ya no es lo que era, debido a las sucesivas desamortizaciones que tuvieron lugar a partir del siglo XVIII, pero también a que los conventos y seminarios dejaron de ser refugio de segundones de familias de hidalgos que decidían seguir la carrera religiosa antes que la militar y de hijas no casaderas que acababan encerradas “intramuros”, o como se solía decir, “para vestir santos”. Eso no significa que no estuvieran dotadas, y cuando digo dotadas me refiero a con dote, requisito cuasi indispensable no sólo para conseguir marido, sino también para ser aceptadas en una orden religiosa. No hace tanto tiempo de esto como podría pensarse. La falta de Fe en un mundo moderno que tiende a la aconfesionalidad ha sido el postrero escollo que en las últimas décadas ha diezmado las filas de la Santa Madre Iglesia. Hasta los refranes, antiguos pozos de sabiduría costumbrista, piedras angulares de la racionalidad de mis abuelos, pierden su contexto, y en Alcalá de Henares, donde cuatro huevos son dos pares, cada vez menos curas, menos monjas y menos militares.
Pero haberlos haylos. Y haberlas haylas. No las vemos, prisioneras voluntarias de la clausura, siervas entregadas a las oraciones diarias y a las labores de repostería. Casi todas ancianas, abuelitas carentes de descendencia con poco o nada que dejar en herencia ni nadie a quien dejárselo. Alguna jovencilla, hispano americanas la mayoría, convertidas en esclavas de Dios no lo tengo muy claro si por convicción o huyendo del hambre y la miseria en sus países de origen. El proselitismo siempre tiene más éxito allí donde la pobreza y el miedo campan a sus anchas. Monjitas que todavía en Alcalá ocupan varios conventos, cada vez menos, cerrados muchos por falta de inquilinas y exiliadas en ocasiones sus habitantes como si de un desahucio hipotecario se tratara. Trasladadas a otras sedes de la orden para unir filas, sin importar los recuerdos ni los arraigos de décadas de confinamiento autoimpuesto. Expulsadas de sus hogares sin que su opinión cuente. ¿Acaso contó alguna vez? La de las hermanas del Monasterio Carmelita del Corpus Christi parece ser que no.
Muchos de esos conventos abandonados han acabado perdiendo su función religiosa y se han secularizado transformándose en museos, bibliotecas, salas de exposiciones, instalaciones universitarias o incluso en restaurantes y viviendas particulares. Edificios de gran valor arquitectónico que han sido salvados de la ruina y el olvido dándoles un nuevo uso más acorde con los tiempos actuales. Símbolos de la arquitectura renacentista y barroca del siglo XVI y XVII que podemos seguir admirando gracias a que Alcalá ha sabido reinventarse en torno al resurgimiento de la Universidad y al amor de sus vecinos por su patrimonio. El Colegio Menor de Trinitarios Descalzos, hoy en día biblioteca universitaria, el Convento de los Dominicos de la Madre de Dios, actual Museo Arqueológico Regional, el Monasterio de San Bernardo, con su enorme cúpula elíptica y su museo de arte religioso, o el de San Basilio Magno, trasformado en Aula de Música de la Universidad de Alcalá.
Podríamos empezar nuestro paseo por la calle Santiago, y detenernos un instante frente a la fachada del convento de San Juan de la Penitencia, para los de aquí “las juanas”, dejémonos de credenciales. Seguir hasta la calle Imagen y pasar bajo la Inmaculada Concepción del Convento de la Carmelitas Descalzas, no la original claro, y viajar en el tiempo sabiendo que Santa Teresa de Jesús habitó en este edificio y que la hermana de Cervantes, Sor Luisa de Belén, fue abadesa de la comunidad en varias ocasiones. Atravesar la calle Mayor y la plaza de los Irlandeses y buscar callejeando el Monasterio de las Franciscanas de Santa Clara, “las claras” vamos, con su portada de ladrillo y sus contrafuertes semicirculares que le dan esa apariencia de un castillo infranqueable para galanes impíos. O el de las Agustinas Descalzas de Nuestra Señora de la Consolación. Demasiado largo el enunciado, el de la “Magdalena” de toda la vida, con la fachada de su iglesia rompiendo la calle Santa Úrsula, que como vayas descuidado te das de morros. Y al ladito “las Úrsulas”. ¿Dónde? Pues en la calle Santa Úrsula, obvio. Convento de Franciscanas de la Purísima Concepción y Santa Úrsula, para los puristas, piruleta para el que encuentre en su fachada un curiosísimo vano con dos arcos y tres círculos. Un vano es una ventana, sin cristales. Lo aclaro por si a alguien le hiciera falta. Esperad un momento, volvamos para atrás, que nos hemos dejado el Convento de las Dominicas de Santa Catalina de Siena, a recular hasta la calle Empecinado. Vale, ya está, sigamos el camino, hacia el destino final, última parada antes del tapeo y las cañitas. La calle Beatas, en plena plaza de la Universidad. Allí nos esperan “las Diegas” o, seamos académicos, el Convento de las Clarisas de San Diego. Si no quieres ser una novia pasada por agua, llévales una docena de huevos para que hagan sus almendritas garrapiñadas.
En las calles de Alcalá de Henares no te encontrarás a Sor Citroën intentando sacarte limosna con su vocecita de pito, ni a la falsa hermana Mary Clarence resucitando el coro de un colegio de monjas a base de rock y blues mientras se esconde de una banda de mafiosos. Ni a la hermana María haciendo de niñera guitarra en mano y cambiando los hábitos por una familia numerosa y un capitán austriaco de acartonado semblante. Pero estoy seguro de que todas y cada una de las mujeres que han elegido pasar su vida en el interior de un convento de Alcalá también tienen sus sueños y sus esperanzas, su forma de encontrar la felicidad y su manera de compartirla. Y aunque no lo entienda ni los comparta, debo respetarlo. Todos debemos hacerlo. Porque ellas también son una parte importante de esta ciudad. En realidad, Dios mediante, lo han sido durante siglos.
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