El pasado domingo 12 de febrero tuvimos la inmensa suerte de acudir a la representación de Oceanía en el Teatro Salón Cervantes. No lo sabíamos con antelación pero era la última representación del montaje, al menos de momento, después de las cien veces que Carlos Hipólito se ha subido al escenario durante los últimos meses para meterse en la piel de su amigo Gerardo Vera en un monólogo que tiene al espectador conectado y emocionado desde el minuto uno.
¿Qué tiene de especial Oceanía?
La razón por la que muchos acudimos a ver Oceanía seguro que tiene que ver con las críticas que habíamos leído sobre la obra, también la posibilidad de ver a un actor como Carlos Hipólito encima de un escenario sin otro artificio que su presencia, al tratarse de un monólogo. Pero la verdad es que la experiencia de ayer en el teatro Cervantes superó todas las espectativas.
Oceanía parte de un texto que estaba escribiendo Gerardo Vera cuando la muerte le sobrevino de manera prematura en el mes de septiembre de 2020 de la mano de aquel maldito virus que nos cambió la vida a todos. La salud de Gerardo ya era delicada para aquel entonces, y él mismo manifestó varias veces su intención de retirarse, pero el amor y la pasión por su trabajo eran más fuerte que su frágil salud y continuó “al pie del cañón” con distintas tareas, según se lo permitían sus fuerzas. Parece ser, según cuenta y su pareja, el adaptador teatral José Luis Collado, que de repente se entusiasmó con escribir sobre su propia vida en su infancia y adolescencia . Aunque no era la especialidad de Gerardo, el texto lo trabajaron juntos él y José Luis para su puesta en escena como proyecto teatral inminente.
Tras la muerte de Gerardo el montaje de Oceanía era una tarea pendiente que abordar, y se gestó, como no podía ser de otra forma, desde su círculo más próximo: José Luis Arellano como director, el propio José Luis Collado encargado del texto y su amigo Carlos Hipólito como actor serían los encargados de hacer que Oceanía llegase a los escenarios.
¿Quién era Gerardo Vera?
Gerardo fue un escenógrafo, director de cine, director teatral, director de ópera, licenciado en filología inglesa y literatura, con formación escénica en prestigiosos centros internacionales, creador en el más amplio sentido de la palabra. Llegó a ser director al frente del Centro Dramático Nacional , consiguió dos Goyas por diseño de vestuario y dirección artística, l, pero lo que nos cuenta en esta Oceanía, es mucho más íntimo y personal. Nos habla de una infancia, adolescencia y paso a la edad adulta de un niño que nació en una España dividida, tras la Guerra Civil, en 1947.
Gerardo era hijo de un alto mando falangista procedente de una familia de Torrelaguna (Madrid) con alto poder adquisitivo, dueños de muchas propiedades, tierras, con varias personas trabajando a su servicio. Un apasionado del cine, ya desde pequeño, que ve como estrellas de fama internacional como Sofía Loren, Gary Grant y Frank Sinatra se alojan en su casa familiar de Torrelaguna cuando se instalan en el pueblo para el rodaje de la película Orgullo y Pasión. Que coleccionaba sin parar programas de mano de cine, hubiera visto las películas o no, que era amigo del proyectista del cine, como aquel pequeño Totó de Cinema Paradiso y que, de repente, cuando tenía 9 años, lo pierde todo y tiene que trasladarse con su familia a vivir a un piso prestado en Madrid, en condiciones desconocidas hasta entonces para él. La razón de ese traslado fue la pérdida de todos los bienes a manos del padre de Gerardo en apuestas de juegos de cartas. Este acontecimiento cambió la vida de Gerardo para siempre y desencadenó un odio por la figura de su padre que se extendería a lo largo de los años.
La figura paterna, figura clave en la vida de Gerardo
Este, en realidad, es el eje central de Oceanía: la relación de Gerardo con su padre, un padre distante frío, sin ningún tipo de comunicación con él durante su infancia, con una relación tormentosa y violenta con su madre a consecuencia de la adicción al alcohol, seguramente agravada por el sentimiento de culpa que arrastraba al haber sido el causante de aquella desgracia familiar: la ruina de la familia.
En el montaje hay saltos en el tiempo, idas y venidas, porque tampoco es muy relevante saber exactamente como sucedieron los acontecimientos, pero lo que si es relevante es el cambio en la relación padre-hijo que Gerardo sitúa en el cincuenta cumpleaños de su padre, cuando él todavía era un chaval de apenas diecisiete, en el que su padre, al fin le habla y se sincera con él, le pide perdón por todo lo que ha pasado.
A partir de ese momento, todo va cambiando y Gerardo aprende a disfrutar de eso que no ha tenido nunca hasta ese momento: un padre. Un padre que, desde aquel momento, aunque algo ausente físicamente por sus graves problemas de salud, en ningún momento distante emocionalmente. Para Gerardo este es el otro momento clave en su vida, y así lo muestra la obra con claridad la puesta en escena.
El texto transita también por el momento político y social que le toca vivir a Gerardo, en una familia católica y falangista tras la Guerra Civil, que, aunque le marcará toda su vida, consigue dejar atrás, primero por oposición a la figura paterna, y más tarde con el apoyo de esa figura a su lado que, a pesar de sus convicciones (posiblemente impuesta por el momento que le tocó vivir y heredada), es capaz de abrazarle y apoyarle en su decisión de dedicarse a un mundo como el de la cultura y la creación, aplaudir su salida a Londres a estudiar y también abrazar la relación homosexual de Gerardo con su pareja a pesar del difícil momento.
¿Porqué nos emociona tanto Oceanía?
La puesta en escena sencilla , solo apoyada por los cambios de luz y alguna proyección, nos muestra a Carlos Hipólito, saltando de un personaje a otro, aunque de manera mayoritaria está situado en primera persona, puesto que es, el propio Gerardo el que nos está contando sus recuerdos a través del texto que está escribiendo. Significativo y crucial, el ponerle su propia voz al personaje de su padre al que le confiere el punto de identificación que sintió Gerardo en el momento de confesión y sinceridad de su progenitor.
Las relaciones familiares: padre-hijo pero también con el resto de la familia, son la clave de esta Oceanía. Oceanía como ese lugar al que Gerardo, desde su infancia siempre soñó con viajar, y que al final no conoció porque, en realidad no es un lugar al que llegar, si no el camino por el que transitar en la vida, lleno de experiencias, de proyectos, de creaciones, de locura, de inmediatez, de todo eso que compone lo que somos, o más bien lo que vamos siendo a lo largo de nuestra vida que, afortunadamente, no es siempre lo mismo. Porque todos tenemos momentos vitales con los que identificarnos en esta obra que nos encogen el corazón, porque habla de ese viaje que es la vida que nos toca a todos, por la magistral interpretación, desbordante de emoción de Carlos Hipólito, (que puso al Cervantes en pie y secándose las lágrimas, nada más bajar el telón), Oceanía es, sin duda, una de las grandes obras que ha pasado por el Cervantes esta temporada y que deja ese poso que se nos fija en el alma cuando tenemos la suerte de asistir al teatro en una representación como esta.
No sabemos si se decidirán a volver a representarla en algún momento, (que entendemos que el trabajo actoral y emocional de Carlos Hipólito pide un descanso), pero si lo hacen, no os la perdáis si no habéis conseguido verla.
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