¿Estarán el griego, el latín, el hebreo y el arameo entre las seis millones de formas de comunicación que domina C3PO?

Cien razones para amarte XCVII

Esta es la Nonagésimo séptima entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Por eso a la ciudad se le llamó Babel,
porque fue allí donde el Señor confundió
el lenguaje de todos los habitantes de la tierra
y los dispersó por todo el mundo.”

Génesis 11:9

Ahí sí que anduvo con muy mala leche Yahvé. Mira que con lo de echarnos del paraíso y lo del diluvio universal estuvo fino, pero lo de los idiomas, sí señor, si lo que quería era fastidiar, de matrícula de honor. Qué bien pensado, qué manera de liarla parda. Todavía se tiene que estar descojonando, o descoñonando, que no sé por qué motivo Dios no puede ser perfectamente una mujer. El caso es que como castigo por levantar una torre, que en el fondo tenía toda la pinta de ser un tema de especulación inmobiliaria, hizo que nacieran las naciones y que al hablar no se entendieran entre ellas. De ahí a empezar a liarse a hostias por las lindes había un paso, que en casa cada vez somos más y tocamos a menos y los pastos del vecino, o sus pozos de petróleo, ¿al final aparecieron las armas de destrucción masiva?, vendrían de puta madre. De lo que vino más adelante tenemos sobrados ejemplos en los libros de Historia, y por desgracia, en las noticias de cada día. Por muchos traductores que trabajen en la ONU.

No entendernos se nos da muy bien, incluso hablando el mismo idioma. Así que imagina a un japonés intentando explicarle a uno de Ourense la Metafísica de Avicena o los Elementos de Euclides. Algo que en realidad sería posible que sucediera gracias a que allá por la Edad Media, en la Escuela de traductores de Toledo, tuvieran la maravillosa idea de traducir desde el árabe al latín pasando entre medias por el vernáculo castellano medieval, las obras de los grandes pensadores musulmanes y de los clásicos griegos y romanos. Sin ella seguramente se habrían perdido en el limbo del olvido, víctimas de la amnesia colectiva de los años bárbaros y las necesidades primarias, como les ocurrió a muchas otras creaciones que no pudieron ser rescatadas de las llamas por Guillermo de Baskerville en una abadía imaginaria del norte de Italia, o que se desvanecieron junto a la Biblioteca de Alejandría cuando un gobernante, que sentía suspicacia hacia aquellos que poseían argumentos racionales para criticar sus actos, decidió expulsar de la ciudad a los eruditos e intelectuales. La intolerancia del poder hacia la cultura siempre ha tenido su lógica maquiavélica.

Igual son muchos rodeos para llegar a lo que en realidad interesa. Una nueva, ya de las últimas, razón para amar a Alcalá de Henares. La Biblia Políglota del Cardenal Cisneros. Una joya bibliográfica universal. Pensada, elaborada e impresa aquí, en nuestra ciudad, en la Universidad Complutense, no la que nos robaron los de la capital en el siglo XIX, sino la de principios del XVI, la original, la auténtica. La primera edición completa de una Biblia en varios idiomas, aunque algunos ya estén un poco difuntos. Una herramienta de traducción única, necesaria para los estudiosos de las Sagradas Escrituras que precisaban poder acceder a ellas en sus idiomas originales. Después de todo el Antiguo Testamento fue manuscrito originariamente en arameo y hebreo, menos los últimos libros, redactados ya, al igual que el Nuevo Testamento, en el griego dominador de la Judea pre romana de cultura helenizante. Es por ello por lo que la Biblia hebrea sólo tiene 24 libros, pues no acepta los que no han sido escritos en sus lenguas sagradas originales, ni evidentemente los del Nuevo Testamento. Aunque poco podemos reprocharles sus sutilezas los cristianos, que ni entre nosotros nos ponemos de acuerdo: para los protestantes 39, para los católicos 46, para los ortodoxos 51, un jaleo bastante curioso. Eso sí, por lo menos en los que se refiere a los evangelios, los hechos de los apóstoles, las epístolas y el apocalipsis estamos todos más o menos de acuerdo. Y hasta aquí la clase de estudios bíblicos. Quien quiera saber más que acuda a la Wikipedia o a los Testigos de Jehová.

La Septuagenaria, la “vulgata” traducida al latín por Jerónimo de Estridón, el canon bíblico aprobado ya en concilios de la iglesia cristiana del siglo V y convertido en “dogma” en el Concilio de Trento. Esa es la base de la Biblia Políglota del Cardenal Cisneros. Cuatro volúmenes dedicados al Antiguo Testamento bellísimamente impresos en latín, hebreo y griego, con alguna parte en arameo. Un volumen más dedicado al Nuevo Testamento en griego y latín. Y un último tomo compuesto de elementos para el estudio de la Biblia, diccionarios, gramáticas, índices e interpretaciones onomásticas. Un verdadero monumento del arte tipográfico. Una obra maestra perseguida por la mala suerte, las circunstancias adversas y un destino trágico.

Todo apunta a que Diego López de Zúñiga pasó por debajo de una escalera, Antonio de Nebrija rompió un espejo, Alonso de Alcalá se cruzó con un gato negro y que a Pablo Coronel se le cayó un salero. La fortuna no le fue propicia a la magna obra en la que todos ellos, además de Alfonso de Zamora, Demetrio Ducas y Hernán Núñez de Toledo, que debían ir siempre vestidos de amarillo, trabajaron en mayor o menor medida hasta que el último ejemplar fue impreso en 1917 en el taller del tipógrafo francés afincado en Alcalá de Henares Arnao Guillén de Brocar. En la mismísima calle del Tinte, tan minúscula como coqueta ella, uniendo nada más y nada menos que la calle Libreros con la avenida Complutense, ruta inevitable en mis años universitarios para acudir desde la estación de tren a la facultad de Filosofía y Letras y viceversa, menudo trasiego. Cinco meses después de finalizar la impresión el Cardenal Cisneros murió. No pudo ver publicado el que fue uno de sus más ambiciosos y queridos proyectos.

Cuando Johannes Gutenberg inventó la prensa de imprenta con tipos móviles el primer libro que imprimió fue su famosa Biblia de 42 líneas. Tiene lógica, después de todo era el best seller del momento. La influencia de su invento para la Historia es trascendental, hasta tal punto que hay historiadores que lo sitúan como la fecha de inicio de la Edad Moderna al igual que otros se decantan por la caída de Constantinopla o el descubrimiento de América. Pero la publicación y difusión de su Biblia tuvo también gran importancia, pues fue una de las causas de la propagación de la reforma protestante y de las doctrinas de Lutero. Los libros podían ser muy peligrosos, propagaban ideas e incitaban a pensar. La Iglesia se dio cuenta enseguida de ello, y desde ese momento para poder publicar las Sagradas Escrituras fue necesaria antes una licencia papal. Casi a la vez que la imprenta, había nacido la censura. Y es aquí donde da comienzo la desdichada aventura de nuestra Biblia Políglota Complutense.

Erasmo de Róterdam anduvo más listo. Y habiendo escuchado rumores de lo que se estaba haciendo en Alcalá de Henares decidió adelantarse y publicar una edición crítica del Nuevo Testamento. Y como por aquel entonces, estábamos en 1516, aun no estaba mal visto ser erasmista y humanista, el Papa León X le concedió una licencia exclusiva de publicación de cuatro años que hizo que se retrasara hasta 1520 la recibida por la Biblia Políglota de manos del mismo pontífice. Precisamente cuando los seiscientos ejemplares que se habían publicado de la Biblia complutense iban de camino a Roma en busca del visto bueno de los mandamases del Vaticano, un naufragio hizo que se perdieran la gran mayoría de los ellos. Sólo se salvaron unos pocos, apenas hay un centenar en todo el mundo, eso sí, uno, faltaría más, custodiado en la Universidad de Alcalá. Entre unas cosas y otras su difusión no tuvo ni la trascendencia esperada ni la merecida, por mucho que podamos pensar hoy en día que la solución habría sido publicar más ejemplares. Por aquel entonces no era tan fácil, no bastaba con gritar ¡enciendan las rotativas!

Medio siglo más tarde la intención inicial de reeditarla con el patrocinio de Felipe II se trasformó cuando Benito Arias Montano, curiosamente un antiguo estudiante de la Universidad Complutense, se hizo cargo del proyecto ampliándolo a ocho volúmenes con la inclusión de diccionarios y gramáticas. Había nacido la Biblia Regia o Políglota de Amberes, lugar donde se publicó. Pero ya eran otros tiempos, y hecha con la idea de ser un instrumento de lectura más que de estudio, tardó varios años en pasar por el filtro de la aprobación inquisitorial, que, aunque al final la autorizó, no se resistió a colocar advertencias de censura sobre algunas de sus partes seguramente más para hacerse los gallitos con un aquí estoy yo, que por motivos reales y, pongamos el tamiz de la mentalidad post tridentina de la época sobre esta afirmación, justificados. Con la iglesia hemos topado amigo Sancho.

Tal vez esta sea la razón menos tangible de todas las que he tenido hasta ahora para amar a Alcalá. Después de todo muy pocos habrán visto el original de una Biblia Políglota Complutense. Y aun menos habrán podido siquiera tocarla, ya no digo ojearla o leerla. Yo no, desde luego. Aunque da igual, la verdad es que tengo el hebreo y el arameo un poco olvidados, nivel principiante. Y tampoco es que su publicación haya tenido una gran trascendencia para la historia de la literatura o del pensamiento. Pero en lo que todo el mundo está de acuerdo, al menos los que entienden de estas cosas, es en que se trata de una joya única de la tipografía de la época, algo más cercano al arte que a lo que entendemos hoy por editar, casi podríamos decir fabricar, un libro. Y se hizo aquí, en nuestra ciudad, en nuestra Universidad, esa que nos quitaron pero que no nos resignamos a perder. La que hizo grande y famosa en el mundo entero a Alcalá, la que nos dio el título de Patrimonio de la Humanidad, la que creó Cisneros, al igual que la políglota, su caprichito personal. ¿A qué ahora sí que os parece una gran razón para amar a Alcalá de Henares?

Hay, quizás, muchas variedades de idiomas en el mundo,
y ninguno carece de significado.
Pues si yo no sé el significado de las palabras,
seré para el que habla un extranjero,
y el que habla será un extranjero para mí.


Corintios 14:10-11

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