Cien razones para amarte L
Nada menos que el número 50 de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad y que empezaron hace casi dos años , poco antes de que llegara a nuestra vida la pandemia que cambió muchas cosas para siempre, pero también trajo cosas buenas como el comienzo de esta serie de artículos que esperamos lleguen a la centena que nos tiene prometido
Para Jaime, gracias por la salomónica idea.
Para Carol, por sus maravillosas fotografías.
Y para Nieves, por darle un espacio donde retozar a mi limitada creatividad.
A por otras 50.
Soy un fanfarrón. Bastante fanfarrón. Cien razones, nada más y nada menos. Puestos a bravuconear, ¿por qué no mil? Bocazas. Con lo fácil que habría sido dejarlo en cincuenta. Y hecho, punto final, objetivo conseguido y a otra cosa mariposa. Pero no, se me tenía que llenar la boca de centenas. Sólo porque suena más bonito, más redondo, más contundente: “cien razones para amarte”, ¡que a gusto me quedé! Pues a lo dicho pecho, que además de fanfarrón soy muy cabezota, así que, a ello, cueste lo que cueste, quien dijo miedo. Porque habelas hailas, sobran los motivos, lugares de los que hablar, personajes que recordar e historias que narrar. Por muy hermoso que haya sido el camino recorrido ha de serlo más el que queda por recorrer.
Porque ha sido un camino muy hermoso. O tal vez quiero recordarlo así. Con un puntito de temor, a partir de ahora podría empezar a restar, el trayecto por andar será más corto que el andado, cada paso que dé me acercará más al inevitable final. Como una perfecta metáfora de mi vida. 50. ¿Casualidad o magia cabalística? Qué más da, es un número magnífico, rotundo, digno de celebrar. Cargado de simbolismo y de libertad, el más democrático de todos los números. Representa la igualdad, la justicia, el jubileo. Cada 50 años en el Antiguo Testamento se celebraba el año jubilar, tiempo de celebración, de fiesta, de dejar reposar la tierra, liberar a los esclavos y perdonar las deudas. De igualarlo todo, a partes iguales. Como ese niño que el rey Salomón quiso partir a la mitad porque cuando nadie cede eso es lo justo. ¿O tal vez no?
Salomón, el rey sabio por concesión divina, constructor de templos y de mesas de leyenda. Leyendas que llegan a Alcalá y que perduran durante siglos en el olvido porque apenas son una gota de agua en el océano de la realidad. Se pierden en los recovecos de la memoria hasta que alguien las encuentra perdidas entre mohosos legajos o mínimas referencias en crónicas ancestrales y las devuelve a la vida dotándolas de ese puntito de verdad que tienen todos los mitos, hasta los más fantásticos. Y nos las creemos, o nos las queremos creer, lo necesitamos.
Dios se lo ordenó a Salomón, y cualquiera le decía que no, todo el que se haya leído el Antiguo Testamento sabe como se las gastaba el Creador en aquella época con los que le llevaban, aunque fuera un poquito, la contraria. Por un “Señor, yo creo que podríamos hacerlo de otra manera” te caía mínimo una plaga. Así que si quieres un templo ahí lo tienes, y una mesa sagrada, la famosa mesa del rey Salomón, con las claves para el conocimiento del Universo y la fórmula de la Creación escritas en su superficie, y sobre todo el Shem Shemaforash, el verdadero nombre de Dios, el que no puede escribirse jamás, y que Salomón registró con una forma jeroglífica de alfabeto sagrado que evita la escritura del Nombre, pero da las pistas necesarias para su deducción. El nombre secreto de Dios, la palabra guardiana del poder, la fórmula del conocimiento infinito. El vocablo impronunciable que sólo conoce el Baal Shem, el sumo sacerdote de Israel que una vez al año la pronunciaba en voz baja sobre el Arca de la Alianza para renovar la alianza entre Dios y la Humanidad. Y ahí está, camuflada en la manualidad de un monarca carpintero. Nos tomamos un té en la mesita de marras y de paso te digo de dónde vienen las estrellas.
Una mesa viajera, aunque nada nos haga pensar que tuviera ruedas ni pasaporte covid. Escapó de las manos del babilonio Nabucodonosor II, pero no de las de Tito el romano, y acabó decorando el templo de Júpiter Capitolino en Roma. Hasta que llegaron los godos, saquearon, robaron, comieron ravioli y bebieron limoncello, y el sagrado tablero puso rumbo con sus nuevos dueños primero a la Galia, y luego, huyendo de los francos, a Hispania. ¿Barcelona, Medinaceli, Jaén, Toledo? Pues nada de eso, Alcalá de Henares, o Complutum como se la conocía todavía por entonces. Y no porque lo diga yo, porque lo dice Don Rodrigo Ximénez de Rada, arzobispo de Toledo y vencedor en las Navas de Tolosa, que eso si que es tener currículum y no mi inglés leído y paquete office. Basándose en textos de los cronistas musulmanes Al-Razi y Ibn al Qutiyyta cuando el caudillo Táriq se dirigía a Guadalajara desde Toledo después de derrotar a Don Rodrigo en la batalla de Guadalete, tras atravesar los montes de Yabal-Sulayma, o lo que es lo mismo, Montaña de Salomón, encontró la mesa en una semi abandonada Complutum. Envidioso por los éxitos de su lugarteniente, Muza, gobernador del califato Omeya en el Norte de África, desembarcó en la Península Ibérica para llevarse a Táriq y la mesa a Damasco y ofrecérsela como tributo al Califa. Vamos, lo que viene a ser para hacerle la pelota. Pero esta última parte yo no me la creo tanto, y no porque tenga menos lógica que todo lo anterior, sino porque no me interesa, y punto.
La mesa del rey Salomón sigue escondida en Alcalá de Henares o en una cueva del monte Zulema. No me cabe ninguna duda. Podría buscarla, pero ¿y si la encuentro? ¿Y si no es más que un trozo de madera raída por el paso del tiempo? A veces es mejor que los tesoros no aparezcan, que vivan sólo en nuestra imaginación, la ilusión siempre es mucho más hermosa que la realidad. Y aunque Alcalá esté repleta de bellas realidades, también lo está de maravillosas fantasías. Mejor dejarlas que sigan alimentando nuestros sueños. Sería como quedarse en unos meritorios 50 pudiendo llegar a unos legendarios cien. ¿No os parece?
“Cuando las leyendas mueren,
Tecumseh
los sueños terminan; no hay más grandeza”
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