El diablo se viste de encaje y toca Heavy Metal sobre una Harley

Cien razones para amarte LXXXVI

Esta es la Octogésima quinta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotos, una vez más, de Carolina Delgado Rivas.


“Una de mis inspiraciones iniciales se remonta a la película Cabaret. Amo a Liza Minelli, la manera en que canta es energía pura. Me gusta el modo en que las luces destacan cada movimiento del show”.

Freddie Mercury


Tras un atril, el “chico celofán”, bolígrafo en mano, elegantemente ataviado de smoking, o de frac, nunca he sabido distinguirlos, confirma nombres de asistentes asignando mesas siguiendo un plan previamente establecido que nos relega al lugar más alejado del escenario. Normal, después de todo vamos por la cara, es lo que tiene ser redactor de una revista local, que alguna invitación cae de vez en cuando, pero los que pagan, segunda ley no escrita de la guía del capitalista interurbano, tienen más privilegios. No importa, la visibilidad es perfecta, y la audición inmejorable. Tampoco es que estemos en el Metropolitano, las distancias son cortas, podemos oler los perfumes embriagadores de las poulettes al pasar junto a nosotros, sentir la vaporosa sensualidad de su lencería, y estremecernos con el erotismo de sus movimientos y sus miradas. La cercanía de la barra compensa en parte la relativa lejanía del escenario. Los tercios de Estrella Galicia y los vasos de DYC 8 años “on the rock” vuelan más raudos en nuestra dirección que en ninguna otra. Falta la nebulosa capa de humo de cigarrillo enturbiando el ambiente para que nuestra imaginación nos traslade al París de los años sesenta. Aun así, en ese instante, cuando Madame Morgana abre el espectáculo y nos presenta a sus chicas, no nos cabe ninguna duda de que, como decía el maestro de ceremonias, la vida es un cabaret. Y ese París de la bohemia y la absenta, del can-can y los pintores callejeros, de los poetas hambrientos y las baguettes bajo el brazo, vendrá hasta nosotros, como un sueño, como una alucinación. Ocurrirá, con la voz de una joven de Montmartre que quiso ser marinera, a pesar de ser mujer, porque amaba el agua salada casi tanto como el vino. Ocurrirá, cuando de su garganta rasgada por el alcohol y el tabaco brote ese himno inmortal, No, je ne regrette rien, que sólo puede sonar así porque se canta en la dulce e hipnótica lengua de Baudelaire, de Proust, de Edith Piaf. Igual es cosa mía, pero en alemán o en ruso no sería lo mismo.


Una pitonisa rumana de generosas curvas y tarot visionario agita sus pechos y sus caderas a ritmo de taranta, y no puedo evitar evocar los Cárpatos y divagar con condes empaladores con futuro novelesco y cinéfilo de, últimamente, espíritu atormentado y piel nívea. Una joven de cuerpo diez y sonrisa pícara burlesquea arrancando silbidos a la grada masculina cada vez que una prenda de su vestuario deja de cubrir su piel para tapizar de seda y cachemire el suelo. Una mujer de pechos de plástico y entrepierna ajena se proclama protagonista principal, y no le falta parte de razón, de una función en la que pone la gracia, el humor y el chascarrillo. En la mesa de delante los tenedores prueban más el suelo que la quiché de verduras, y en el descanso, a la hora de la meadita y el cigarro, nuestra posición postrera delata una nueva ventaja ayudando a evitar las colas en el baño. Rápido, se me acumulan los planes, a escasos cien metros están tocando rock las chicas de la Dulce Harley.


¿No es una putada cuando coinciden dos o más cosas a las que te gustaría asistir? La Dulce Harley cumple siete años, el hogar de la mujer motera en Alcalá de Henares, el templo del rock complutense, la meca del cuero y las camisetas de Iron Maiden y Metallica. Siete años de conciertos, concentraciones de motos y fiestas solidarias. Antigua residencia del Formentera, espacio de asueto gastronómico cercano al amanecer cuando la fiesta en la zona llegaba a su fin y la necesidad de asentar el estómago antes de regresar a casa se hacía apremiante. Por suerte, a pesar de los horarios simultáneos, apenas cien metros separan la calidez del cabaret del salvajismo del heavy metal, y, querencia llama, aprovecho el recreo del primero para sumergirme en el fragor del segundo justo cuando la cantante grita el estribillo de una canción que se ha convertido en un himno del feminismo. Que las chicas son guerreras ya no hay duda, no les ha quedado más remedio. A tomar por culo el paternalismo, lo que les pertenece por derecho propio lo están cogiendo ellas mismas, por las buenas de momento. Pero si tiene que ser por las malas, pues que así sea.


Regreso a la Posada del Diablo, Madame Morgana ya me estará echando de menos, y entonces caigo en la cuenta de que ambos lugares habitan a la sombra de mi amada Puerta de Madrid. Eso lo hace todo más especial. La noche está fría, pero el corazón me arde. Probablemente sea el whiskey, o quizá la sensación de comprobar que las cosas están cambiando. Porque esta noche veo a mujeres haciendo lo que quieren hacer, decidir sobre sus vidas, elegir sin coacciones, darlo todo por sus sueños. Haciendo burlesque sobre un escenario, convirtiéndose en marineros de alma bohemia, siendo dueñas de bares de moteros o tocando la batería en una banda de rock duro. Abriendo camino, acortando brechas. Gracias a ellas mi hija lo tendrá un poco más fácil de lo que lo tiene su madre, e infinitamente más sencillo de lo que lo tuvieron sus abuelas. Y aun así lo seguirá teniendo más complicado que cualquier hombre en sus mismas circunstancias por el hecho de ser mujer. Y una sociedad que se permite el lujo de ignorar y menospreciar las capacidades de la mitad de sus componentes, de la mejor mitad, es una sociedad sin futuro. Por suerte el pasado de Alcalá de Henares estuvo repleto de grandes mujeres. El presente lo está. Y eso es casi una garantía de que el futuro lo estará. Y mientras tanto, ¡viva el cabaret! En abril habrá que volver, aunque sea pagando. ¡Y larga vida al rock! Cualquier sábado por la noche es bueno para escuchar el estridente chillido de las guitarras eléctricas en la Dulce Harley. O haz lo que sea, busca algo que te guste, en Alcalá seguro que lo encuentras, pero no te quedes en casa. En esta ciudad eso es casi un pecado.


“Las chicas tienen algo especial,
las chicas son guerreras”.

Coz


— CONTENIDO RELACIONADO —