Ese algo más de la mitad de Alcalá que nunca ha contado lo mismo.

Cien razones para amarte LIX

Esta es la Quincuagésimo novena entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado


No soy libre mientras cualquier mujer no sea libre, incluso cuando sus grilletes son muy diferentes a los míos

Audre Lorde.

Paseo por mi ciudad una de esas soleadas mañanas que de vez en cuando nos regala el mes de febrero. Callejeo entre las plazas de las Siete Esquinas y de los Irlandeses, aspirando ese aroma a mundo de otro tiempo, a calles apenas olvidadas por los tránsitos rodado y andado a tan sólo dos manzanas de la bulliciosa y atestada calle Mayor. Es domingo. Las campanas de la Magistral repican convocando a sus feligreses a misa de a 12. Una hermandad de Semana Santa ensaya su paso. Entre los costaleros una mujer. Me llama la atención, no es algo habitual. Es posible e incluso ocasional, pero desde luego no habitual. Es triste que me resulte curioso, a mí y a los pocos viandantes con los que se cruza la sacramental comitiva, que la observan de soslayo ignorando al resto de la cuadrilla que pone a prueba la resistencia de sus espaldas bajo la parihuela de hierro y madera. Ahí andamos todavía, recorriendo el camino, hace unos años era algo impensable, y tal vez habría que verlo como una pequeña victoria. O quizás como un síntoma de lo mucho que todavía queda por hacer.

Fotografía de Carolina Delgado


En una de las fachadas de la Facultad de Derecho de Alcalá de Henares hay 47 placas con nombres de ilustres personajes de la Historia de España relacionados con la abogacía o las leyes. Entre ellos aparecen los de Clara Campoamor y Concepción Arenal. Dos mujeres frente a 45 hombres. Seguramente sea la triste realidad de nuestro pasado, un pasado que no se puede cambiar, pero que no puede tener cabida en el futuro, ni tampoco en el presente. En cualquier caso, en ese muro que sin quererlo nos retrata, echo en falta tres nombres de mujer que son parte del legado de esta ciudad y que, aunque no eran ni mucho menos abogadas ni legisladoras, fueron importantes a la hora de cambiar como las leyes trataban a las mujeres en las épocas en las que les tocó vivir. Francisca de Pedraza, María Isidra de Guzmán y Catalina de Aragón

Fotografía de Carolina Delgado

Francisca de Pedraza nació en Alcalá de Henares a finales del siglo XVI. Criada por las carmelitas descalzas al quedarse huérfana de niña se casó con Jerónimo de Jaras, que resultó ser un cruel maltratador que le hizo la vida imposible. Pero ésta, lejos de resignarse, recurrió a la jurisdicción eclesiástica, que se encargaba por entonces de este tipo de casos, para solicitar el divorcio alegando las palizas que recibía constantemente por parte de su marido. La respuesta invariablemente la misma, una sentencia aconsejando al marido ser honesto y bueno y dejar de maltratarle. La Iglesia siempre tan considerada hacia el género femenino. El estigma de Eva, misoginia teológica de lento desarraigo. Pero ella insistió y consiguió que el nuncio papal le diera permiso para llevar su caso a otra jurisdicción, y el tribunal de la corte de justicia de la Universidad de Alcalá, presidido por el rector Álvaro de Ayala, otorgó una sentencia de divorcio que además incluía
una orden de alejamiento contra Jerónimo de Jaras y le obligaba a devolver el dinero de la dote. Corría el año 1624. En pleno siglo XVII. Hasta el siglo XX no volvería a verse una sentencia igual en España. Señor decano, creo que Francisca merece tener una placa en su Facultad de Derecho. Placa, estatua y salón de actos.


María Isidra de Guzmán no era alcalaína. Ni tampoco una cualquiera dentro de la escala social de la época. Hija de condes y esposa de un marqués, desde niña le cayó en gracia por su ingenio e inteligencia a Carlos III, que usó toda su influencia para conseguir que en contra de toda costumbre y ley la examinasen en la Universidad Complutense de Alcalá para alcanzar el grado de doctora en Filosofía y Letras Humanas, título que consiguió en 1785 cuando apenas tenía 16 años y que le era necesario para poder acceder a la Academia de la Lengua. Una niña bien con influencias, sin las cuales por el hecho de ser mujer nunca habría tenido la posibilidad de conseguir su doctorado, lo cual no significa que de haber sido hombre no lo hubiera merecido sin duda. Vamos, que nada hace pensar que se marcara un “Casado” o un “Cifuentes”. La primera mujer doctora de España. Nuestra Doctora de Alcalá.


A Catalina de Aragón no era ni mucho menos fácil amedrentarla. No en vano era hija de Isabel la Católica. Los profesionales de moda en la corte de Enrique VIII, los verdugos, a ella ni mirarla de lejos, que andaba su sobrino por ahí conquistando media Europa y no era cuestión de enfadarle. Mujer inteligente, culta y de carácter, era plenamente consciente que de haber nacido hombre su posición habría sido otra, y aunque no le quedaba más remedio que aceptarlo no siempre se resignaba a ello. Hija de Alcalá y de reyes, triste moneda política de pactos matrimoniales, exiliada en la Pérfida Albión nunca olvidó su patria ni dejó de añorar los pasillos de nuestro Palacio Arzobispal ni los jardines de la Alhambra de Granada. Una mujer atrapada en un mundo que se le quedaba pequeño precisamente porque por ser mujer no se le permitía otra cosa que no fuera soñarlo. Y en voz baja, por supuesto.


Y muchas más, también las anónimas, todas marcando el camino. Hasta hoy. Lo mejor de esta ciudad, sus mujeres. Las que luchan por las demás y las que luchan por ellas mismas. Las que han criado solas a sus hijos levantándose cada mañana para ir a trabajar y las que deciden renunciar a sus trabajos por cuidar a sus familias. Ellas, siempre les toca a ellas. Las que malviven con una pensión de viudedad porque eran esclavas de su hogar y dependían económicamente de sus maridos en una sociedad patriarcal que no ha sabido reconocerles su sacrificio y las que luchan contra el cáncer de mama día a día convencidas de que lograrán la victoria. Las que sufren los abusos y maltratos de hombres que por el hecho de serlo se creen con el derecho de humillar a una mujer y las que pelean por llegar a la cima de su carrera a costa de murmullos, reproches y exigencias que nunca se le harían a un hombre. Las que tienen que aguantar que les pregunten en una entrevista de trabajo si quieren tener hijos y las que después de ser violadas son denigradas por llevar minifalda o haberse tomado dos copas. Las que no se conforman con soñar y hacen sus sueños realidad y las que aman como sólo las mujeres saben amar, sin condiciones, dándolo todo, entregándose a tumba abierta. Las que juegan al fútbol defendiendo los colores rojiblancos o de cualquier otro equipo en la ciudad deportiva del Atleti y las niñas que al verlas saben que uno de los motivos por los que lo hacen es para que su futuro sea más justo de lo que lo es el presente para sus madres.

Fotografía de Carolina Delgado

Tengo la fortuna de conocer a muchas grandes mujeres en Alcalá de Henares. Todas hermosas, todas especiales, de una forma particular y única. Cada una de ellas es una razón para amar esta ciudad. Una muy buena razón. Las admiro, ellas lo saben, o me gustaría que lo supieran. Y las envidio. Son mucho más fuertes y valientes que yo, que nosotros, que cualquier hombre. Por eso a veces pienso que Marilyn Monroe estaba en lo cierto cuando decía que una mujer que aspira a ser igual que un hombre es una mujer sin ambiciones.

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