Cien razones para amarte LI
¡Ya hemos pasado la mitad de las cien razones, y aquí seguimos!
Esta es la Quincuagésimo primera entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado
Es la hora del café. Me desalojo de la Facultad de Filosofía y Letras, tras una olvidable hora de curso de doctorado impartida por un aún más olvidable profesor universitario, con la esperanza de recuperar energías y moral con la ayuda del, en esta ocasión oscuro, néctar colombiano. En la calle de las Escuelas, acogedora y onomásticamente compatible con mi merecida y bien ganada reputación, me espera la Oveja Negra, con sus mesas cuadradas perfectas para la tertulia y la partida de mus, y con ese suave aroma auditivo a jazz ligero que casi siempre envuelve el ambiente. Es un miércoles cualquiera.
Pero el atronador repicar de las campanas de la Magistral proclama triunfal que en Alcalá de Henares no es un miércoles cualquiera. Por inusual e inesperado su ensordecedor ding dong me sorprende mientras cruzo a la altura del Ayuntamiento por la todavía abierta al tráfico rodado Plaza Cervantes. La gente se amontona junto a la puerta principal del consistorio, y los abrazos, los aplausos, los gritos y alguna que otra lágrima que delata emoción y alegría revelan claramente que algo muy especial está ocurriendo. Instintivamente alzo la cabeza y miro la hora en el reloj de la solitaria torre del edificio. No sé por qué, pero siento que es importante que registre en mi memoria ese momento exacto. Algo me dice que tengo que apresarlo, dotarlo de esa realidad concreta que da la artificiosa medición humana del tiempo, enmarcarlo en hora y minutos. Son las 11 y 25 de la mañana, estoy viviendo el momento, respirando la reacción ajena, y ahora necesito averiguar el motivo. Más allá de lo ejecutivos esclavos de su trabajo y los yuppies siervos de su imagen, nadie tiene teléfono móvil, y los datos y el wifi son cosa del futuro. Todavía estamos en 1998, a día 2 de diciembre para ser más concretos. Si no tienes un transistor a mano, no quieres esperar al telediario del mediodía o el periódico del día siguiente te parece una solución muy lejana, la única forma de enterarse de lo que está ocurriendo es el contacto humano, a fuerza de pregonero de corta distancia, de voceo en corrillo y palabras cara a cara.
Unas horas antes a algo más de 10.000 kilómetros de distancia, en la ciudad japonesa de Kioto, los representantes de la UNESCO toman la sabia y justa decisión de que la Universidad y el recinto histórico de Alcalá sean declarados Patrimonio de la Humanidad. Una ciudad concebida y creada en torno a su Universidad, persiguiendo el concepto ideal de la Ciudad de Dios agustiniana, y contribuyendo al desarrollo y propagación del humanismo. Un legado material e inmaterial que trascendió fronteras y siglos de Historia y que resurgió de sus cenizas cual Ave Fénix. Una biografía de más de 700 años que nació en 1293 con la creación de unos Estudios Generales concedidos por el rey Sancho IV, que culminó con el surgimiento de la Universidad Complutense, obra personal del Cardenal Cisneros, y que trataron de matar en 1836 con su cierre y traslado a Madrid. Pero los alcalaínos dijeron que no, se negaron a permitir que una historia que estaba a punto de convertirse en leyenda llegara a su fin, que acabase olvidada en las catacumbas del tiempo. Y se unieron, y lucharon, porque por lo que luchaban lo merecía. Y a base de Sociedad de Condueños y láminas de a cien reales salvaron lo que estaba irremediablemente perdido. No sólo edificios, el Colegio de San Ildefonso y todos los que formaban parte de la manzana universitaria, sino a toda una ciudad en decadencia que se arrastraba amnésica de su gloria pasada adormecida por el apacible veneno de la resignación.
Casi nunca somos conscientes de lo que tenemos. Ni de lo que otros han tenido que dar para que lo tengamos. Yo, saliendo tranquilamente de mi facultad, ignoro inconscientemente que por muy aburrida que haya sido la clase de doctorado que acabo de padecer o por muy pedante y condescendiente que me parezca el profesor que la acaba de impartir, para que pueda disfrutar de este privilegio un rey medieval tuvo que conceder unos Estudios Generales, un arzobispo de Toledo fundar una Universidad, y unos alcalaínos, que amaban su pasado y soñaban su futuro, salvar el legado de toda una ciudad. Y gracias a esa herencia que sin merecerla he recibido puedo pasar bajo el umbral de la entrada principal del Colegio de Málaga y respirar la magia que brota de todos y cada uno de los rincones de Alcalá de Henares.
Son las 11 y 28 de la mañana, y ya sé porqué repican las campanas de la Magistral. Alcalá ya no es sólo de los alcalaínos, ahora pertenece a la Humanidad. Su legado es eterno, su Historia universal, su riqueza patrimonio de todos. Gracias a un Cardenal que tuvo un sueño y la fuerza para hacerlo realidad. Gracias a unos vecinos que se negaron a que ese sueño se hundiese en la laguna del olvido y a que el inexorable paso del tiempo y la ineptitud de los hombres borrara las huellas físicas de su existencia. Ahora nos toca a nosotros cuidarlo, mimarlo, mejorarlo y restregárselo al mundo. Ya no tenemos excusa. Sentirse orgulloso y presumir. Amar. Es lo único que nos pide esta ciudad, amor verdadero, del que todo lo convierte en inmortal. ¿Y tú? ¿Dónde estabas cuando nombraron a Alcalá Patrimonio de la Humanidad?
La arquitectura es el gran libro de la Humanidad
Víctor Hugo
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