Cuando todo es posible en tres callejuelas y un pasadizo

Cien razones para amarte LV

Esta es la Quincuagésimo quita entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad. Las fotografías que acompañan esta entrega son obra de la mirada desde el objetivo de su cámara de Carolina Delgado


Primer acto. El teatro

Nervioso, ansioso, espero junto a la puerta del Teatro Salón Cervantes con las entradas en la mano y el corazón en el puño todavía dudando si habré escogido la camisa adecuada y los zapatos a juego. La veo acercarse desde la Calle Mayor, unos minutos tarde, los suficientes para considerarlo elegante. O tal vez es que yo he llegado demasiado pronto. Está preciosa y, aunque la distancia que nos separa todavía es larga, ya siento el aroma de su piel impregnando mis sentidos. Nos besamos, nos sonreímos, ninguno sabe que decir, y mientras esperamos para acceder al teatro sólo se me ocurre romper el hielo hablándole de la Calle Cervantes, de que antes se llamaba de la Tahona, pero que le cambiaron el nombre porque hasta que Luis Astrana Marín demostró que había sido en la esquina de la calle Mayor con la calle Imagen se creía que el autor del Quijote había nacido allí. Debe pensar que soy un pedante, pero sigo hablando, no puedo soportar la incomodidad del silencio, no al menos en una primera cita. Le cuento que el teatro se construyó en 1888 en tan solo 29 días, y que en él por primera vez en Alcalá de Henares se proyectó una película de cine en 1897. Que en su interior se cantaron líneas y bingos y parejas de enamorados bailaron a ritmo de bolero y pasodoble. Que los fines de semana en sesión doble daban una de vaqueros y otra de romanos y que en una ocasión sirvió de hospital para los heridos del estallido del polvorín militar de Zulema en 1947. Y que, por supuesto, sobre su escenario Hamlet, Don Juan y Segismundo han recitado sus monólogos y Don Mendo ha visto morir hasta al apuntador. Abren las puertas, buscamos nuestras butacas. Lope nos espera.

Fotografía de Carolina Delgado

Segundo acto. La cena

Cada vez que entro al Corral de la Compaña me siento como si accediera a la habitación secreta escondida tras el tapiz de la alcoba principal de un castillo medieval. Un pasadizo a otro mundo que comunica el bullicio de la calle Mayor con el sosiego de la calle Santiago resguardado por su propia agitación, por su pulso personal. Nachos, jalapeños y cerveza con tequila convertidos en cena romántica al son de unos mariachis que les cantan a las mañanitas, a un Rey antimonárquico y a pintoras lloronas de vida quebrantada inmortalizadas por la voz rasgada de Chavela Vargas. Cojines en el suelo de una tetería anacrónica en el tiempo y el espacio para darle algo de exotismo al momento a costa de unas sufridas posaderas y de delatar la nula flexibilidad de mi cuerpo. Puerto de Indias con Sprite y whiskey solo con un hielo en el Hemisferio, sin duda Norte por los precios, buscando anular inhibiciones a base de alcohol y sutilezas lingüísticas. Ahora viene lo difícil, sin el silencio obligado de la platea y la conversación sencilla de la sobremesa. Salir al mundo, autoexpulsarnos de esa especie de vientre materno que nos protege del riesgo de estar a solas, de tener que conocernos de verdad porque ya ni los actores ni la comida hablan por nosotros.

Corral de la Compaña
Fotografía de Carolina Delgado

Tercer acto. El paseo

Le cojo de la mano y entrelazo mis dedos con los suyos. Me mira de reojo y me sonríe. La calle Mayor se nos antoja sofocante y huimos a través de una calle Imagen casi solitaria que nos recibe entre penumbras comparada con las dos luminosas vías separadas por unos escasos metros de distancia de los que ella es culpable. Casi enfrente una de la otra, las dos casas donde nacieron Miguel de Cervantes y Manuel Azaña, los más ilustres hijos de Alcalá de Henares. Cosas del destino. Esta vez no le cuento nada, ni siquiera cuando llegamos a la altura del Convento de las Carmelitas Descalzas, a pesar de que noto en mi garganta como tratan de salir por mi boca en contra de mis deseos las palabras que hablan de que allí vivió Santa Teresa de Jesús, de que Sor Luisa de Belén, hermana de Cervantes, fue en tres ocasiones priora del convento, y de que una imagen ya desaparecida de Nuestra Señora de Guadalupe da nombre a la calle. Logro reprimirme. No es momento para historietas. Es momento para mirarle a los ojos, esos hermosos ojos que me tienen hipnotizado, agarrarla por la cintura, acercar nuestros cuerpos, y besar esos labios hechiceros que esconden el secreto del sentido de la vida.

Último acto. El amor

Cogidos de la mano caminamos por la calle Nueva buscando intimidad para nuestros besos y nuestras caricias, guiados por una luna llena blanca como la nieve recién caída que nos oculta la presencia de las estrellas y se alza sobre la ciudad iluminándola en toda su belleza. El hecho de que en esta calle se ubicaran los negocios de carnicería en la judería medieval no le resta un ápice de romanticismo al instante. Pero por si acaso me lo callo. Es una noche maravillosa, y sólo nos han hecho falta tres callejuelas y un pasadizo. El amor no precisa de grandes escenarios. ¿No es Alcalá de Henares un lugar perfecto para enamorarse?

En lacallemayor nos parece que Alcalá está últimamente de moda para enamorarse, ¿no os parece? . Aunque, sinceramente, la historia que nos cuenta Antonio Lera nos parece mucho más poética ¿y a vosotros?

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