Cien razones para amarte XXXV
Esta es la trigésima quinta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
“Yo sé muy pocas cosas, es verdad. Pero me han dormido con todos los cuentos … Y sé todos los cuentos.”
León Felipe
Se sube el telón y aparecen una matemática y un historiador encima de un escenario. Se baja el telón, ¿cómo se titula la película? O mejor aún, ¿saben aquel que entran en un bar una matemática y un historiador y van y le dicen al camarero…? O ese otro de un inglés, un francés, una matemática y un historiador que van en un tren y se meten en un túnel… Así, a bote pronto, si no estuviera en antecedentes, que por suerte lo estoy, se me podrían ocurrir varias formas de rematar estos ejemplos del ingenioso catálogo de patrones argumentales del chiste patrio. Lo que seguro nunca pensaría, si no estuviera en antecedentes que como he dicho por suerte lo estoy, es en la poco lógica y probable conclusión de una matemática y un historiador contando cuentos sobre un escenario a un camarero, a un inglés y a un francés. Vale, cierto, eso difícilmente sucederá. Ni falta que hace, para ellos siempre habrá un expectante auditorio de bebés ya algo creciditos, niños con ganas de crecer, adultos deseando no haber crecido y juveniles abuelas felices de ver crecer a los demás, dichosos todos, al menos mientras dure el espectáculo, gracias a la armoniosa magia de la narración oral de Carmen y Manuel. O lo que es lo mismo, de una matemática y un historiador.
Porque hay que sentir mucha pasión y, perdón por la vulgaridad, tenerlos bien puestos, para hacer de tus sueños una profesión y de tu vocación una forma de existencia. Valientes es el adjetivo. Sólo lo consiguen los que lo arriesgan todo, aun a sabiendas que en la mayoría de los casos el fracaso los espera a la vuelta de la esquina. Pero cuando funciona, aunque tan solo sea para mal vivir, ¡ay cuando funciona!, puedes sentirte orgulloso de haberle dado un verdadero sentido a tu vida. O al menos imagino que debe ser así, no puedo saberlo con certeza, nunca tuve tanto valor, elegí el camino fácil. Pero Carmen y Manuel sí lo tuvieron, y decidieron que en lugar de resolver ecuaciones o memorizar reyes godos querían contar cuentos, y organizar festivales, y hacer talleres, y llamarse Légolas, que suena mucho más élfico y poético que Carmen y Manuel. Y ahí están, peleándose con pandemias y molinos de viento para seguir trayéndonos, un año más, aunque sea con aforos limitados y en dosis más pequeñas que en ocasiones anteriores, un Alcalá Cuenta que ya forma parte con todo merecimiento de la Historia cultural de nuestra ciudad.
Los cuentos. Tienen magia. La magia de trasladarnos a la infancia y recordar a nuestras madres y abuelas sentadas en el borde de nuestras camas o en una silla de madera cogiéndonos la mano o acariciándonos el pelo mientras el ritmo suave de sus palabras nos acunaban hasta llevarnos al reino de los sueños. Cuentos clásicos o inventados, historias vividas o fábulas con intenciones aleccionadoras. Daba igual, el epílogo perfecto a un mal o buen día, ya cómodamente protegidos por el suave escudo de unas sábanas de franela, era dormirte arrullado por las aventuras de un pirata que coleccionaba parches de ojo o una princesa que en lugar de poner guisantes debajo de su colchón se los comía. En mi memoria siempre el recuerdo de María Sarmiento y sus problemas con el viento cada vez que intentaba hacer de vientre o de Pedro el pastor huyendo de un inexistente lobo que de tanto mentarlo al final decidió presentarse. Este me lo contaban mucho, debía ser yo algo mentirosillo de pequeño…
Y ahora, ya casi cincuentón, con más pelo en la barriga que en la cabeza y con la mente ocupada en cosas más mundanas y en teoría, sólo en teoría, trascendentales para la vida cotidiana, no pierdo ocasión de buscar evadirme de mi anodina vida dejándome embrujar por su seductor verbo cuando algún cuentacuentos visita la ciudad. Cuentacuentos o cuentista, tal vez no es lo mismo, pero casi. Herederos de juglares y trovadores, primogénitos de bardos y copleros, quizá no traten de estafarte, pero embaucarte un poco sí que lo consiguen, como brujos o hechiceros que con sus pócimas y conjuros te hacen ver mundos que no existen o creer en cosas irreales. Tienen algo de tahúres y de vendedores ambulantes, como aquellos que con sus carros tirados por mulas visitaban los pueblos para vender sus brebajes y ungüentos “medicinales” y narrar las noticias de un mundo que mentalmente estaba mucho más lejano de lo que la aritmética distancia kilométrica dictaba. Porque no las decían simplemente, las narraban, y de que lo hicieran mejor o peor muchas veces dependía que salieran del pueblo con los bolsillos llenos o tuvieran que huir para no acabar untados en brea y emplumados. Hijos legítimos de Homero, que no necesitó escribir sus versos porque eran tan inmortales que sabía que otros le harían el trabajo sucio, un buen cuentacuentos siempre hará que sus historias suenen como desearías haberlas leído.
Alcalá es una ciudad de cuento. De caballeros andantes y bandoleros defensores de pobres y oprimidos, de príncipes mal criados y golfos de verso fácil, de aventureros soñadores y de princesas prometidas a reyes extranjeros. Cómo no imaginar que en las ruinas del castillo árabe un dragón custodia un tesoro o que bajo las aguas del río Henares se esconde un mundo de atlantes y sirenas. Es fácil, sólo tienes que recorrer sus calles y cerrar los ojos. Seguro que desde la ventana de la Casa de la Entrevista te llegará el murmullo de un monstruo que quiere meterte en la bañera para que estés más blandito antes de comerte o desde el patio de Santa María la Rica la voz inconfundible de Félix Albo te hipnotizará mientras cuenta porque un lugar cuyo nombre no quiere acordarse es conocido como “el pueblo de los mellados”. La sombra de Don Quijote es muy alargada.
“El que nace con la vocación de cuentista, trae al mundo un don que está en la obligación de poner al servicio de la sociedad.”
Juan Bosch
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