Cien razones para amarte LXIII
Esta es la Sexagésimo tercera entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
Comprendo que los moribundos atraigamos a los premios.”
Antonio Gala
Día 23 de abril de 1616. Los dos más grandes escritores de la Historia de la Literatura fallecen en esa fecha. Y por ello, más de cuatro siglos después, fue la elegida para celebrar el Día Internacional del Libro. Lo cual resulta irónico, porque lo cierto es que ni Cervantes murió el 23, lo hizo un día antes, en realidad el 23 fue el día de su entierro, ni Shakespeare dejó este mundo ya no en esa jornada, sino ni tan siquiera en el mes de abril, ya que por aquel entonces en Inglaterra regía el calendario Juliano, que estaba descompensado algunos días con respecto al Gregoriano que se usaba en España. Shakespeare expiró su último aliento, según criterio general, el 6 de mayo. Así que podríamos decir que es una celebración fraudulenta, a no ser que recurramos, para solventar tan enojoso dislate necrológico, a conmemorar la muerte del Inca Garcilaso de la Vega, que, éste sí, eligió tan luctuoso falso momento histórico para dejarse guiar por la luz hacia el otro barrio.
Las consecuencias de este error cronológico tampoco es que sean dramáticas. Si exceptuamos el trágico fin de un ya cuarentón Marty McFly trasformado en hípster intelectualoide del nuevo milenio, que en una infortunada e inconclusa cuarta parte de Regreso al Futuro quiso trasladarse al día exacto en que murieron ambos literatos creándose una paradoja temporal irresoluble ya que como todo el mundo sabe es imposible viajar al pasado a dos fechas a la vez. Los circuitos del tiempo entraron en conflicto lógico matemático consigo mismos provocando una reacción nuclear en el condensador de flujo que hizo estallar al DeLorean con el infortunado Marty en su interior. Fue el final de una saga que, a decir verdad, ya estaba un poco muerta desde la tercera entrega. La otra consecuencia en este caso no dramática sino todo lo contrario, es que cada 23 de abril en Alcalá de Henares se entrega el mayor reconocimiento que se le puede hacer a un escritor en lengua castellana: el Premio Cervantes.
Reyes campechanos de reputación discutible estrechando manos a diestro y siniestro y presentadoras de telediarios devenidas en reinas besando a niños y sonriendo a ancianas. Ministros de cultura de dudosa erudición memorizando títulos de libros y presidentes del gobierno de incierta moralidad buscando compañeros de foto con buena imagen. El alcalde de Alcalá que no falte, la muchedumbre complutense debe ver a su edil rodeado de la flor y nata de la política y la cultura nacional. Y el premiado, claro, que no se nos olvide. Lo más probable un varón de nacionalidad española. Son las estadísticas. Más de la mitad de los galardonados son españoles, será que no hay muchos buenos escritores en toda Hispanoamérica, y tan sólo seis de un total de 41 son mujeres. A mí me da que muy ecuánimes no son. Recuerdo con especial cariño cuando se le concedió a Ana María Matute. Fue en el 2010, y vino a recogerlo al año siguiente. Por aquel entonces yo trabajaba en el AGA, y para homenajear a la premiada se organizó una exposición sobre su obra. Antes de recibir el premio quiso pasar por el archivo y allí tuve la gran suerte de conocerla. Aquella venerable anciana prisionera de una silla de ruedas tuvo la cortesía de agradecer con su presencia la pequeña muestra de admiración que se le había preparado, en una ceremonia casi anónima, ajena a cámaras de televisión y micrófonos de reporteros.
Una venerable anciana. Como casi todos los premiados. Vale que es un premio a toda una obra, pero igual no hace falta apurar tanto, leches, que en más de una ocasión casi ha habido que ir desde el Paraninfo de la Universidad de Alcalá al tanatorio de la M-30. Una de las normas del galardón es que no puede ser concedido a título póstumo, pero casi siempre andan ahí rozando el larguero. Con algo de razón y poco de modales se quejaba Cela de que habiendo ganado el Nóbel se iba a morir antes de que le dieran el Cervantes. Al final se lo dieron, y, cínico él, lo aceptó gustosamente junto a la muy golosa dotación económica que en la actualidad es de 125.000 €. Cosas de genios. Cuando vino a recogerlo allí estuve yo, junto a mis más deslenguados e insolentes compañeros de carrera, mi compañía habitual, frente a la fachada del Colegio de San Ildefonso, en actitud jocoso-reivindicativa gritándole a los académicos de la RAE que admitieran la palabra “cocreta” en el diccionario. Nuestras protestas fueron a parar a oídos sordos. Pese a los falsos rumores, aun no lo han hecho.
No voy a decir que la lista de ganadores no sea justa. Sinceramente hay algunos a los que ni conocía con anterioridad a ser premiados. Otros no son de mi especial agrado, aunque viniendo de mí y de mi casi nula capacidad para discernir lo bueno de lo malo, eso es más bien un halago. Sí echo de menos a Julio Cortázar, Juan Rulfo o Gabriel García Márquez entre otros. Pero la mayoría de los que llenan tan distinguida nómina me han regalado maravillosas horas de placer con sus palabras entrelazadas a fuerza de alma y corazón y grabadas a base de tintero o tecla en negro sobre blanco. Jorge Guillén y su Clamor…que van a dar a la mar y Alejo Carpentier y El siglo de las luces. Los mágicos cuentos de Borges y Rafael Alberti con Una noche de guerra en el Museo del Prado. Torrente Ballester, en el Ferrol no sólo nacían caudillos genocidas, y La saga/fuga de J.B. y Buero Vallejo reinventando el teatro con la Historia de una escalera. Miguel Delibes y El Camino donde La sombra del ciprés es alargada después de pasar Cinco horas con Mario, rodeado de Las ratas y buscando El tesoro de El príncipe destronado. Cristalino quién es mi favorito. Vargas Llosa a pesar de Vargas Llosa logrando que prefiera parecerme a Lituma antes que a Remington Steele. La colmena de Cela y El Jarama de Ferlosio. Ana María Matute y su Olvidado Rey Gudú y el hilarante y Asombroso viaje de Pomponio Flato de Eduardo Mendoza. Gracias sin más. Hacen que el mundo sea mucho más interesante.
A mí también me dieron un trofeo en el mismo lugar donde se entrega el Premio Cervantes. En el Paraninfo del Colegio de San Ildefonso. En vez de por académicos estaba rodeado por mis compañeros de carrera, y los fotógrafos no eran periodistas sino madres y padres orgullosos. En lugar de frac o esmoquin vestía una americana marrón a cuadros y una corbata verde chillón del pato Lucas, y el trofeo no me lo entregó el Rey sino un Catedrático de Arte sarcástico en exceso con mi pelo largo y mi pendiente de aro. Y desde luego no fue por mis méritos literarios, ni siquiera por los académicos. Quedé segundo en un campeonato de mus. Extraescolares. Pero subí al estrado. En dos ocasiones en realidad, la primera a por una especie de copa con cuatro naipes representando, argot musístico, un solomillo, y la segunda, en una fila de a uno que podría haber enfilado directamente a la cola del paro, a por mi título de Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Alcalá de Henares. Visto lo visto no sabría decir cuál de los dos tenía más valor. Pero compartí escenario físico, que no temporal, con Goytisolos, Marsés, Umbrales y Zambranos. Es cuestión de tiempo, sólo necesito hacerme con un DeLorean y ser preciso con las fechas, para salir en la foto con alguno de ellos y el monarca de turno.
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