Cien razones para amarte XCV
Esta es la Nonagésimo quinta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
“Si siempre intentas ser normal,
Maya Angelou
jamás podrás descubrir cuán maravilloso podrías ser”
Roque era el tonto del pueblo. Sin condescendencia, sin segundas intenciones ni mala baba, llamando a las cosas por su nombre, como se hace en los pueblos pequeños donde todo el mundo se conoce y no hay secretos que guardar porque son de dominio público, que para eso tenemos pregonero. Roque se quedó atrapado en la mina durante tres días. Cuando le rescataron la falta de oxígeno le había afectado al cerebro. Sus cinco compañeros no lograron salir, sus cuerpos se los tragó la tierra. Roque le contaba a todo aquel con quien se encontraba, una y otra vez, la historia de como la mina le escupió porque aquel día había desayunado pan con cebolla, y todos le escuchábamos porque sabíamos que era importante para él, mientras le pagábamos un corto de vino o una copita de orujo en el bar de Luisito. Nos daba collejas que no le devolvíamos, y en realidad estábamos convencidos de que en su simpleza había más cuento que otra cosa. Con apenas cincuenta años murió de silicosis, como casi todos los que habían trabajado en la mina. El pueblo entero fue al entierro, incluso mi primo Froi, que nunca iba a ninguno porque decía que la costumbre es la fuente del Derecho, y que podría alegarlo en un posible juicio para vivir eternamente. Mi primo Froi. Menudo personaje, irrepetible. Tenía una nariz superlativa, tan cyranesca como su ingenio. Presumía de ella y de su proporción con otras partes de su cuerpo, y nos sirvió de excusa para ganar alguna batalla dialéctica a los mozos de Matachana o Bembibre, aunque más de una vez no quedó otro remedio que arreglar las cosas a mamporros. Hijo de un estricto emigrante que volvió rico de América, se saltaba los cursos de dos en dos y a los 16 años ya estudiaba teleco en la Universidad Complutense de Madrid. La capital le engulló, la libertad y el dinero a veces complican las cosas, y a los pocos años volvió a Castro sin carrera y sin necesidad de tenerla según él mismo se decía, que ya huérfano y millonario y sin descendencia a la que dejar herencia no tenía otra cosa que hacer que disfrutar de la vida y de la amistad de sus vecinos.
Gente peculiar, singular, diferente, de la que deja huella. De la que aporta talante y personalidad a su tierra. Roque y Froi no eran los únicos, podría hablar del Nicanor, de Adela, del Tomás… Plusvalía de carácter para la comunidad, para bien o para mal la idiosincrasia del pueblo la marcaban en gran parte ellos. Y si en una aldea de apenas doscientos habitantes te encontrabas con personajes tan insólitos, pues en una ciudad de doscientos mil como Alcalá de Henares los debe de haber a patadas. O no. Me temo que las grandes urbes consiguen estandarizarnos, aplanan nuestras personalidades y homogenizan las mentalidades. El miedo al rechazo social y la necesidad de complacer a los demás nos convierten en esclavos del que dirán. E incluso cuando queremos ser originales lo hacemos de manera forzada para ser el centro de atención y sentirnos especiales. Pero siempre hay alguien inconformista que no renuncia a su identidad, y además le sale de forma natural.
Habrán pasado tres décadas. Plaza de los Santos Niños. Un no tan anciano hombre con pantalón de chándal, mocasines y gorra promocional de CajaMadrid pasea a un cordero ataviado con un jersey rojiblanco, sin duda confeccionado a mano, decorado con un gran escudo del Atlético de Madrid. Lo que a mí me llamó la atención por lo visto ya formaba parte del paisaje diario alcalaíno, personajes ambos, el hombre y el cordero, peatones asiduos del casco histórico complutense. Igual mi corazoncito colchonero hizo que me resultara más llamativo de lo normal, aunque la lógica me insistía en que no era usual que las mascotas dijeran beee en lugar de guau o miau, ya no en la ciudad, ni siquiera en mi pueblo, por mucho que allí estuviera el pirado de mi primo Froi. Durante los siguientes meses me los tropecé de forma habitual, hasta que un buen día cercano a las fiestas navideñas, no quiero pensar mal, la pareja se trasformó en unidad que en vez de caminar a seis patas sólo lo hacía sobre dos piernas. ¿Un final etnográficamente natural? Cuando años más tarde vi un episodio de los Simpson en el que Hommer se comía entre lágrimas una langosta que había criado desde pequeñita porque según sus palabras “ella lo habría querido así”, no pude evitar acordarme de aquel hombre y su cordero, atléticos ambos, al menos el primero por decisión propia, y de que fueron los primeros de una larga lista de extravagantes e insólitos individuos que conocí a lo largo de los años en Alcalá de Henares.
Hace unos meses entré en la Panadería. Pues vaya cosa os diréis, yo entro en una todos los días a comprar el pan. Ya, pero esta no es una de esas panaderías. La Panadería es un garito de copas en la calle Mayor al que iba asiduamente en mis años universitarios. No tenía gran cosa, era un local pequeño que no llamaba la atención precisamente por su decoración o su limpieza. Pero la música era la caña, rock y metal, y la clientela de lo más selecta, al menos desde mi punto de vista y el de mis amigos, pues era mayoritariamente frecuentado por extranjeras haciendo el Erasmus en la Universidad de Alcalá. Íbamos a intentar ligar, y en el intento se quedaba, ¡qué daño ha hecho la imagen de macho ibérico de Alfredo Landa seduciendo suecas en Benidorm, nos la llegamos a creer! Cuando lo de intentar confraternizar con las guiris se revelaba evidentemente utópico, pues nos poníamos a charlar un rato con Paul, mientras nos tomábamos una Carlsberg con Bon Jovi de sonido de fondo cantando que el amor es como una mala medicina. Un buen tipo, holandés antes de enamorarse, y alcalaíno después de hacerlo. Sin duda un tío con gancho, que ha dejado huella. Con una historia de las que una ciudad puede sentirse orgulloso. Vino y se quedó porque quiso, porque sabía que aquí iba a ser más feliz que en ningún otro lugar del mundo. Por cierto, el garito, igual que hace treinta años, ni un euro invertido en renovar la imagen, la misma máquina de dardos en la sala del fondo, su banco de hierro destroza traseros y los ya amarillentos carteles publicitarios de cervezas en las paredes, las ranas de la Budweiser repartiéndose los monosílabos de su marca de birra y Carl y Berg brindando con una pinta en alguna taberna de Copenhague. Una cosita más, ¿alguien sabe que ha sido de la Carlsberg?
Hay un dicho que dice que no eres de Alcalá de Henares si la gitana del romero no ha intentado venderte una ramita o leerte el futuro en la palma de la mano. Pues entonces yo soy de Alcalá de Henares. Siempre le dije que no, y me arrepiento un poco, a pesar de mi inflexible agnosticismo. Ahora tal vez podría contar que me había predicho que iba a ser padre de tres hijos y a ganar la lotería, y tendría guardada en mi vitrina de chorradas nostálgicas una rama de romero. Y me arrepiento porque hace tiempo que no la he vuelto a ver, y, curiosamente, a pesar de que nunca la hice caso y cuando la veía a lo lejos trataba de alejarme para que no me diera el coñazo, ahora me preocupa saber que ha sido de ella. Y el motivo es, sin lugar a dudas, porque era una parte importante, llámalo por tradición o por folclore o por lo que quieras, de la ciudad a la que amo. Si alguien sabe algo, por favor, que me lo diga. Ojalá ande de vacaciones tomándose una cerveza con Carl y con Berg.
Los llamaban frikis. Suena despectivo. Objeto de burla televisiva por parte de algunos pseudo periodistas que a falta de ingenio y talento ganaban audiencia a base de reírse de gente que en muchos casos sufría de problemas mentales. Personajes atípicos que se creen dioses inmortales, que aseguran que viajan en el tiempo o que han sido abducidos por extraterrestres. Que sueñan con ser artistas famosos y que aguantan que se mofen de ellos a cambio de tener su minuto de gloria. Lo más parecido que hemos tenido en Alcalá es a nuestro Toro Bravo, aunque creo que nunca le importaron lo más mínimo la fama y el reconocimiento. Y desde luego, a pesar de sus historias fuera de todo sentido común, tampoco creo que nadie en la ciudad, su ciudad, se burlara o riera de él. Tranquilamente sentado a la puerta de su taller en la calle Escritorios mostraba sus cuadros a quien los quisiera ver, y daba conversación que podía ser de todo menos aburrida. Era y es, no tengo noticias de que haya dejado de serlo, sobre todo un pintor, y de cierto talento y originalidad a mi criterio, que no será un criterio eminente ni mucho menos, pero es el mío, y a mí me ha funcionado bastante bien para algunas cosas importantes. Nunca ha vendido un cuadro, pero como él mismo recalca, porque no ha querido.
Podría hablar de más, algunos incluso amigos míos. Así a bote pronto me vienen a la cabeza los gemelos septuagenarios que se pasean por el barrio de Venecia y por el Val vestidos exactamente igual como si de Zipi y Zape se trataran. Estilo hermanos heavies de la Gran Vía madrileña. Gente sin miedo a ser diferente, habituada a vivir su vida sin preocuparse por lo que los demás pensemos, con tanta autoestima como para hacer lo que les apetece, cuando quieren, y donde les da la gana. Gente que brilla con luz propia. Yo les envidio. Porque estoy seguro de que los que leáis estas líneas si sois o habéis sido de Alcalá asentiréis con la cabeza esbozando una sonrisa en los labios al recordar a los personajes que he nombrado. Porque son inolvidables por el simple hecho de ser únicos, que es mucho más de lo que nunca seremos la inmensa mayoría de la masa de muchedumbre uniforme y adoctrinada que pulula por el mundo. Una ciudad es tan especial como especiales son sus habitantes, y por suerte Alcalá de Henares, como mi pueblo, en esto también va sobrada.
“Sé tu mismo, el resto de los papeles ya están cogidos”
Óscar Wilde
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