Hubo quienes siglos atrás quisieron imaginar que el origen de la peste que los exterminaba podía ser un sortilegio astrológico. La conjunción de planetas singulares en un lugar y momento determinado, o los eclipses, o el paso de un cometa, condicionaron, según los nigromantes medievales, la virulencia de una calamidad que asoló Europa entre los funestos años 1346 y 1361. Aunque fue trasmitida por las ratas, ni los príncipes ni los vasallos, sojuzgados por apocalípticos augures iluminados y frailes inquisidores, nunca dejaron de verlo como un maléfico fenómeno sobrenatural atribuible a la cólera del altísimo, enfurecido por los “execrables pecados cometidos por la idólatra humanidad”. Seis siglos después, la conjunción de ratas y ocultistas profecías astrales volvió a devastar Europa, enlutando al paso de la oca sus cielos marciales de ángeles exterminadores con el hollín fúnebre y fanático de inhumanas chimeneas impías. De aquello y dos devastadoras guerras mundiales nos quedó una lección aprendida. Apagados los hornos asesinos se encendieron otros nuevos de hambrientos crisoles industriales. Y sus erectas chimeneas no dejan de vomitar desde entonces espesos venenos negros contaminantes con ADN de cadenas de montaje.
Empíricamente, un bacilo anaerobio facultativo y patógeno primario, la enterobacteria Yersinia pestis, fue el causante de la plaga de la Edad Media. El autor de la segunda fue el virus tóxico del fanatismo, del racismo, del nacionalismo y el imperialismo. Y la avaricia insolidaria, como aplicación política de la idea de la supremacía del más fuerte, sentada en un trono de macho alfa.
Causa-efecto: el blanco virginal del casquete polar se nos tiñe de negro petrolero y licua, desparramándose entre los barrotes de nuestros códigos de barras camino de cualquier alcantarilla, por la que asoma el rostro del insaciable consumo con maquillaje de payaso terrorífico. S.O.S
Cocos, estafilococos, bacilos, virus, CO2… Es cuestión de filosófica vida o muerte que la humanidad cambie su ideario, reinvente su política y vuelva a coser sus reventadas costuras. No con hilo de acero rematado por cuchillas de concertina, ni con el elitista egoísmo multimillonario avaro que obligaba en el siglo XIV al desheredado a convivir con ratas y en el XXI al hambriento a llevarse a la boca pangolines trasmisores de aniquiladoras pandemias.
La verticalidad de las chimeneas está tirada con aparejadora plomada y cimentada con hormigón. En la mano de un dibujante, la humana perpendicularidad de su lápiz no puede evitar, por el contrario, ser tan precaria como la de la torre de Pisa. Pero no su propósito. Puesto que, en el caricato, en general, su responsabilidad y lealtad hacia la naturaleza en todas sus expresiones está fuera de toda duda, y a la hora de denunciar el acoso y derribo a la que se la somete nunca le tiembla el pulso. Es este un oficio de compromiso. A diferencia del luto fúnebre de los negros de fumarola disparados con certera puntería por las fabriles chimeneas, los tonos azabaches delineados por la dibujante mina de grafito no taladran nuestra capa de ozono. La escuchan y consuelan.
Julio Rey
Director del área gráfica del IQH
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Fuente culturalcala
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