Estuvimos en Guadalajara en el Festival Gigante
Me gustan los festivales. Tengo recuerdos inolvidables de algunos, allá por los años 90, en el siglo pasado, qué digo, en el milenio pasado, con amigos y desconocidos que acabaron incluso en algunos casos formando parte de los primeros. Tampoco hace falta que me vaya tan lejos, ya en la nueva centuria también he vivido alguno. Por aquel entonces podías disfrutar de los grandes, y por grandes me refiero a los Iron Maiden, Scorpions, Pantera, Europe, Def Leppard, Mötley Crüe o Twisted Sister, sin que te clavaran más de cien euros por escucharlos desde la parte más alta y alejada de un estadio de fútbol, sentado y tomándote una cerveza por la que te han pedido cuatro veces más de lo que te cobran en el bar de tu barrio. Todo ha cambiado, ahora es impensable ver a Metallica o a ACDC en festivales de este tipo. Llenan estadios día tras día a precios de oro sin necesidad a veces ni de llevar teloneros.
Es cierto que como mucho tocaban una hora, y el espectáculo no era el mismo que cuando lo hacían solos. Pero merecía la pena, normalmente en el repertorio estaban sus grandes éxitos, y los festivales te daban la ocasión de ver a grupos menores buenísimos que no habrías conocido sin el reclamo de los famosos. Y eso es exactamente lo que me ha pasado en esta edición del Festival Gigante de Guadalajara. Lo mejor, lo desconocido. Aunque tampoco se puede decir que hubiera estrellas mundiales, pero sí bandas bastante conocidas al menos aquí en España. No es que esté muy puesto al día con la escena musical actual, tengo que reconocerlo. Vivo un poco en la nostalgia de la industria del vinilo y el casete, del CD a lo sumo. Pero dentro de unos años podré presumir de que vi a bandas de gran fama cuando apenas les seguían familiares, amigos, paisanos, y poquitos más. Y que predije su éxito. Hay un par de nombres que sin duda debería guardar en la memoria.
He de decir que la organización me pareció perfecta. No debe de ser nada fácil montar algo tan grande. Que digo grande, ¡Gigante! Tal vez faltaban puntos de agua para refrescarse, y alguna actividad más de ocio para los impasses musicales. Pero por lo demás no podría poner ninguna pega. Incluso aparcar cerca resultó sorprendentemente sencillo, algo que siempre se agradece. Que no hubiera demasiada gente también debió facilitar las cosas. No es que estuviera vacío, ni mucho menos, pero me temo que las previsiones no se acercaron a los deseos de los promotores. Una pena, muchos festivales míticos han desaparecido por culpa del fracaso económico. El sonido, genial, tal vez no tanto en el escenario pequeño, voces menores solapadas por los vatios potentes y simultáneos de los artistas principales. Los horarios, cumplidos a rajatabla. En el fondo un poco triste, no dar la posibilidad a los artistas a recrearse un poco, sobre todo a los que por méritos se lo reclamaba el público, que ya, sumiso al protocolo, ni eso. Siempre se ha dicho que la música es pura matemática, pero las emociones que despierta no deberían serlo.
Carolina Durante, La habitación roja, Funambulista…poco puedo decir de ellos que no sepa la mayoría de la gente. Sus éxitos suenan en la radio y en los tonos de llamadas de los móviles. Cabezas de cartel por derecho propio, después seguramente de años de ostracismo y de kilómetros de carretera en furgonetas de segunda mano. Miles de chavales y chavalas coreando sus canciones al unísono, yo como mucho algún estribillo de alguna suelta que me sonaba. Cumplieron todos con creces, dieron lo que de ellos se esperaba, ni una sola pega puede ponérseles. Pero lo mejor estuvo antes. La potencia de las Shego, al loro que este cuarteto de chicas cañeras llegará lejos, la energía de Travis Birds, la voz cálida de Ángela González, y la fuerza de Nat Simons y su banda. Pero sobre todo, lo mejor de todo el festival, Las sanguijuelas del Guadiana. Con su caterva de seguidores extremeños, orgullo regionalista reflejado en su nombre, su acento, sus canciones, su vigor, su descaro, su alegría, su música, las letras, con todo, se hicieron los dueños del cotarro. A pesar de ser los que abrieron la tarde del sábado, horario estival intempestivo el de las seis de la tarde, atrajeron a una legión de seguidores ataviados de banderas blanquiverdinegras, delatoras de su origen, que se lo pasaron en grande, con el punto álgido del divertidísimo moshpit que se marcó uno de sus cantantes. Lo dicho, de aquí a un par de años, dominadores del espacio musical nacional. De momento, el año que viene, en Madrid dos días seguidos en la sala La Riviera han colgado ya el cartel de no hay entradas.









Un festival Gigante que hace honor a su nombre. Tal vez no llegue a gigantesco, pero por momentos poco le ha faltado. Ojalá vuelva de nuevo algún año a Alcalá de Henares, de ese exilio alcarreño al que le llevaron hace dos años. Para ser justos, ha regresado a sus orígenes, en la ciudad castellano manchega empezó todo allá por el 2014, y con esta ya van once ediciones. Pero si no es así, tampoco pasa nada. Mientras no se lo lleven más lejos de Guadalajara. Veinte minutos en coche no son nada, y os aseguro que este año ha merecido la pena recorrerlos. Seguro que el próximo también la merecen.