Dos artistas, Antonio Oteiza y Pepa Burillo, se encontraron en el otoño de 2016 gracias a unos amigos comunes. El encuentro se produjo en el estudio de Antonio, en el convento de Nuestra Señora de los Ángeles, en El Pardo. Antonio Oteiza es sacerdote capuchino.
¿Qué hace que dos artistas se reconozcan al punto de querer que sus obras compartan espacio? No podrá responder quien no haya participado del vértigo tenso del instante contingente, de lo no sabido que se conquista en el mismo hacer, del intento de alcanzar lo que se evade. En aquella visita del convento de El Pardo reconocieron al otro como posible compañero y eso es suficiente.
Dos trayectorias autónomas se pueden entrelazar y sincronizar durante un tiempo antes de actuar quizá como trampolín gravitatorio una de otra y seguir adelante con un empuje nuevo. Girarían formando un sistema binario y en el centro no habría sino el espacio tenso: el centro de un paraíso. Un paraíso como innecesario perfeccionamiento del mundo, como sola aspiración que en nada impide el curso corriente de las cosas pero le superpone un estado ideal, una referencia absoluta a efectos de evaluación y también de juicio. La conciencia del paraíso acaso como condena del mundo en su concepción, y como salvación de él en el empeño material de su busca.
Vía culturalcala.com
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