Un italiano en busca de dineritos, un príncipe cojo algo mujeriego y el amor de juventud que me dio calabazas.

Cien razones para amarte XXXIII

Esta es la trigésima tercera entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

El amor no correspondido… ¡Cómo duele carajo! Y no es porque lo necesites como el aire que respiras, ni porque se te niegue una compañía con la que sientes mariposas en el estómago, ni por ninguna de esas tonterías romanticonas de películas de vampiros adolescentes melancólicos y moñas. Es por el orgullo herido, por sentirte menospreciado, por no verte retribuido en la misma medida que crees merecer. Es por puro y duro egoísmo. Y cuando por fin comprendes que es un amor imposible, que nunca te dará lo que esperas de él, incluso cuando has llegado al acoso, al chantaje emocional, a rebajarte y humillarte despojándote de toda dignidad, entonces recurrirás al desprecio, serás mezquino y ruin, incluso cruel. Solo por despecho ¡Qué poco estamos preparados para el desengaño, para el rechazo! Negarás y renegarás, para convencerte a ti mismo y a los demás de que ese amor nunca existió, y la soberbia envenenará tu corazón, porque sabrás que te estás mintiendo. No luches, es una batalla perdida, siempre perdurará escondido en un rincón de tu alma, esperando esa chispa que lo vuelva a encender, porque como bien cantó un poeta madrileño que decidió nacer en Úbeda, los amores que matan nunca mueren.

Yo tuve uno de esos amores. Intenté olvidarla, pero sé que es imposible. Y aún más en una ciudad como Alcalá, donde cada calle y cada plaza, cada edificio y cada monumento me la recuerdan y me traen a la memoria aquellos años en que todavía creía que algún día sería mía. Su aroma flota en el aire y el viento al rilar susurra su nombre, todo en esta ciudad me sabe a ella. Deambulo errático al encuentro de esos rincones en los que jugaba a inventarla, a imaginarla a mi antojo, más amena, más frívola, más pueril. Y mis pasos me llevan de manera inconsciente a la calle San Juan, al antiguo Monasterio de San Juan de la Penitencia, a la contra toda lógica conocida como Casa de la Entrevista. Y digo contra toda lógica porque por mucho que pongan una placa para conmemorarla, la primera entrevista entre Colón y los Reyes Católicos no tuvo lugar en este edificio, que ni siquiera existía entonces, sino en el cercano Palacio Arzobispal. Un error de la memoria o un fallo del GPS, lo mismo da, si ellos no se lo toman en serio yo tampoco, suficiente excusa para un joven estudiante con ganas de chanza al que le dio por fantasear cómo debió ser aquella famosa reunión:

lateral casa entrevista

– Buenas Majestades, que venía yo a comentarles que como resulta que al final la tierra es redonda si me dejáis unos barcos, navegando hacia el Oeste, seguro que llego a la India, al Catay y al Cipango más rápido que los demás y nos hacemos con una nueva ruta de las especias.

– Tú lo flipas colega, con la que tenemos montada en Granada estamos ahora como para gastar dineritos en cruceros de placer.

– Que al final se paga solo Rey. Además, ¿esto no es Castilla? Pues yo vengo a preguntarle a la que “tanto monta”, no al que “monta tanto”. ¿Qué me dice mi Reina guapa?

– Pues que me pillas pelada de dineritos, pero gracias por lo de guapa

– Es que es usted un primor Reina mía.

– Te estás pasando macarroni, córtate un pelo que estoy delante. Mira que ni yo soy Enrique IV ni tú Beltrán de la Cueva.

– No te mosquees Fernandito, que sólo es un piropo inocente. La que es guapa es guapa.

– Me sonrojáis marinero, me veis así por las joyas y el maquillaje.

– La joya sois vos, no necesitáis llevar otras. Traed que yo os las guardo.

Y esta es la verdadera historia de cómo Cristóbal Colón consiguió el dinero para financiar su viaje, y de casualidad descubrir América, vendiendo las joyas de Isabel la Católica. Así, a lo Andrés Pajares. Y si bien es cierto que no tengo ninguna prueba que confirme que en realidad fuera así, tampoco las hay de que no lo fuese.

palacio-arzobispal

Casi 80 años más tarde otro ilustre monarca español, Felipe II, tuvo a bien mandar a su hijo a estudiar a Alcalá de Henares. Y menuda pieza era el Infante. De nombre Carlos, y de prenombre Don, correr tras las faldas más que por debilidad lo tenía por profesión, hasta que un día, precisamente en el Palacio Arzobispal, no se sabe si a causa del vino o de su cojera o de ambas a la vez, persiguiendo a una criada tropezó y cayó por unas escaleras, quedando tan mal parado que no hubo médico que lo curara, habiendo de recurrirse al cuerpo incorrupto de Fray Diego de Alcalá con el que encamaron al príncipe, obrándose el milagro de su prodigiosa recuperación. La del príncipe, no la del fraile. Y Felipe II, que era muy devoto y muy agradecido y que tenía mucha mano con el Papa, como muestra de gratitud le dio a la Iglesia otro Santo, y a Alcalá un nuevo Patrón y un día de fiesta cada 13 de noviembre. Estas fueron las primeras palabras que el Infante Don Carlos dirigió a la prensa manuscrita de la época nada más salir de su convalecencia:

Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir.

¿Pero quién fue ese amor de juventud por el que aún palpita mi corazón cuando la nostalgia y la melancolía escapan de la cárcel del resentimiento? Clío es su musa, una musa que nunca quiso compartir mi cama ni susurrarme al oído. Sus labios me fueron esquivos y jamás me miró directamente a los ojos, y a pesar de que yo te regalé mi juventud, mis mejores años, tú, Historia, amada mía, nunca me correspondiste, a sabiendas quizá de que no te merecía, que no lo sacrificaría todo por ti. Es cierto, me confieso culpable, no estuve a la altura que un ser divino como tú merece. No me entregué al cien por cien, no hubo renuncias ni privaciones. Coqueteé con Euterpe y con Talía, y gocé del amor terrenal de las mujeres y de la amistad mundana de los hombres. No tenías motivos para pagar con amor lo que sólo parecía capricho, antojo pasajero y fugaz pasatiempo. Pero yo te quise, estoy seguro. Y lo sé porque estás presente en todas y cada una de las razones que hasta ahora he tenido para amar Alcalá de Henares. Y lo seguirás estando en todas las que faltan, hasta llegar a las cien.

La historia … testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, testigo de la antigüedad.

Cicerón

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