Cien razones para amarte XXVIII
Esta es la vigésima octava entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
Érase una vez un lugar donde, con la llegada de diciembre, las calles se iluminaban de luces de colores decorando árboles y farolas. Los tenderetes de regalos ocupaban plazas animando al curioseo general y a la compra ocasional y los puestos de castañas asadas inundaban con su aroma a humo el aire de la ciudad. Una noria gigante vigilaba desde las alturas la pista de patinaje y la rampa de nieve artificial que a sus pies invadían el recinto ferial, y desde la lejanía a su hermana pequeña que junto a un colosal abeto eléctrico artificial llenaban de vida la Plaza Cervantes. Érase una vez un lugar que tuvo la osadía de llamarse a sí mismo Ciudad de la Navidad, y lo que en otros sitios hubiese sido una clara muestra de vanidad y jactancia, aquí, en Alcalá, no era más que un fiel reflejo de la realidad.
Érase una vez música por la calle, conciertos de Año Nuevo, papás Noel colgando de escaleras en los balcones, hilo musical de villancicos en los centros comerciales, amigos brindando y abrazándose en los bares, cenas de empresa, niños estrenando juguetes y jóvenes con ropa nueva debutando en fiestas de Nochevieja. Polvorones, turrón y mazapán. Langostinos, canapés y chuletas de cordero. Roscones, fruta escarchada y rodajas de piña. Botellas de cava para beber y de anís para rascar. Cabalgatas con sirenitas, elefantes gigantes, piratas del Caribe y abuelas a la caza de caramelos y, por supuesto, con Melchor, con Gaspar y con Baltasar. La noche más mágica del año. La noche en que, aunque los nervios no te dejen dormir, hay que irse pronto a la cama si quieres encontrar al día siguiente regalos junto a tus zapatos.
Érase una vez un belén monumental en la antigua fábrica de GAL, y otro más pequeño en el Seminario Menor. Y cientos en los escaparates, y miles en los hogares, y exposiciones de dioramas y eternas entregas de premios en el Auditorio Paco de Lucía. Mulas, bueyes, caganers, olentzeros y muñecas de Famosa. Y Eloísa montando el del Colegio Cervantes, cada año diferente, cada año especial, con figuras hechas por sus alumnos con la ilusión que sólo los niños saben poner en las cosas pequeñas que, a pesar de lo que piensen los adultos, no es lo mismo que insignificantes. Escolares cantando villancicos en el Teatro Salón Cervantes y sembradores de estrellas rebosando un escenario de hierro y madera junto a la Capilla del Oidor. Jóvenes pidiendo el aguinaldo puerta por puerta, colas interminables para sentarse en las rodillas de Santa Claus y sueños depositados en décimos de lotería
Érase una vez la cena de Nochebuena. Discursos Reales poco realistas, Que bello es vivir, John McClane y fantasmas atacando al jefe por la tele, y tías pechugonas que te obligan a bailar el sarandonga. Cuñados discutiendo de fútbol y política y primos mayores presumiendo de móvil. El abuelo contando batallitas de juventud y la abuela llenándote el plato cada vez que te descuidas. Brindis bajo el lema “de hoy en un año” y besos y abrazos la mayoría sinceros, alguno forzado. Panderetas y bailoteo, sorbito de cava para los peques y cigarrillos en la terraza para los fumadores. Dos días con dolor de tripa y con resaca y restos de comida para toda la semana.
Érase una vez la cena de Nochevieja. Doce uvas a ritmo de campanada, Puerta del Sol, el escote de la Pedroche y una hora menos en Canarias. Serpentinas, matasuegras y empanadillas haciendo la mili en Móstoles. Karaoke en el salón, zapatos de tacón, ropa interior roja y blusas con brillantina. Escapadas juveniles a la una de la madrugada en busca de discoteca con cotillón y barra libre. Bingo casero, parchís, Wii Sports o Justdance para los más valientes. Dejar de fumar, apuntarse al gimnasio y otros muchos propósitos de Año Nuevo con corta fecha de caducidad. Esperanza, ilusión, el primer día del año, éste va a ser el bueno, quizá un nuevo renacer, tal vez por fin los sueños se hagan realidad. Probablemente no. Pero eso hoy da igual. Es Navidad en Alcalá de Henares.
Érase una vez unas navidades diferentes, distintas, en esos otros mundos que no queremos ver. De gente sin hogar ni familia, de soledad y de miedo. De niños y ancianos pasando frío y hambre mientras nosotros gastamos lo que no tenemos en cosas que no necesitamos y tiramos toneladas de comida a la basura. De guerras lejanas que nos obligamos a ignorar donde la Navidad, con suerte, significa un día de tregua, sin balas, sin bombas, sin muertes. De lugares donde todavía existen enfermedades mortales fáciles de curar con una simple y barata vacuna para la que no hay dinero mientras aquí ponemos pegas a las que nos dan gratis. De niños sin juguetes que tienen que trabajar desde pequeños para sobrevivir, pero, joder, lo importante es que este año no va a haber cabalgata. Y de familias que han perdido a sus abuelos mientras el resto, insensibles, protestamos porque no podemos juntarnos todos en una casa a cenar en Nochebuena. No nos permitamos, durante todo el año, olvidarnos de los que no comparten nuestra suerte.
Pero es Navidad en Alcalá de Henares. Y ese es un motivo extraordinario para sentirse feliz y tener el corazón rebosante de alegría. Más que en cualquier otro lugar del mundo. Y aunque echemos de menos tantas cosas que los tiempos que nos han tocado vivir nos han robado, siempre piensa que son mucho más importantes las que todavía tenemos. Porque en esta ciudad embrujadora y fascinante nunca van a faltar razones para (permitidme que me conceda aquí una alusión privada) mopa en mano si es necesario, divertirse, entretenerse, regocijarse, distraerse, esparcirse, gozarla y, lo más importante de todo, para compartir con tu gente momentos mágicos e inolvidables.
¿Y si además nevara?
Dedicado a mi primita recién nacida Maite y a sus papás Almudena y Fernando. El mejor regalo por Navidad. Una nueva Athleticzale ha llegado a Bilbo.
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