Un incendio fortuito, una torre solitaria y una pista de skate

Cien razones para amarte XX

Esta es la vigésima entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.

Si hay un lugar desde el que se puede contemplar toda la belleza del casco histórico de Alcalá y de los parajes naturales que la rodean con una sola mirada de 360 ̊ese es sin duda la torre de la desaparecida Iglesia de Santa María la Mayor. Bueno, claro, si estás entre a los que subir 109 escalones hasta una altura de 34 metros no les supone ningún sacrificio. Para el resto de los mortales tras el esfuerzo de realizar tan ardua escalada será necesario una vez alcanzado el objetivo de llegar a la cima como mínimo un instante de descanso, más o menos largo dependiendo del estado de forma particular de cada uno y de la velocidad con la que (hay mucho gallito) se haya efectuado el ascenso, para poder estar en condiciones de disfrutar de manera satisfactoria de tan espectacular vista.

Yo subí hace unos años, y lo hice, algo que no puedo decir muy a menudo por desgracia, con bastante elegancia y decencia, a buen ritmo pero sin alardes innecesarios, con paso firme y regular. Y una vez alcanzada la meta, en la cima de un campanario sin campana, lo primero con lo que mis ojos regalaron un breve instante de emotiva nostalgia al resto de mis sentidos fue la visión del Colegio de Málaga, mi antigua Facultad, desde una perspectiva hasta entonces desconocida para mí. Y como no podía ser de otra manera, en el fondo me siento un fracasado que no ha cumplido sus expectativas y que piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, me vi hace casi 3 décadas caminando, ignorante entonces de su Historia, junto a la base de esa torre solitaria a la que había desdeñado en otra época y que cobraba repentina importancia sólo porque había logrado la ridícula hazaña de coronarla sin más trabajo que hacer una reserva por teléfono, pagar 1 euro y alzar mis rodillas a compás, izquierda derecha, izquierda derecha, en 109 ocasiones, 110 si contamos el escalón de acceso.

Fue entonces, con 25 años de retraso, cuando entendí que esa torre huraña y aislada, vigía absurda de un espacio vacío sólo perturbado por los restos pétreos de los indestructibles basamentos de 2 columnas, delatores de una pretérita y seguro que ostentosa monumentalidad, debió formar parte de un edificio al que el paso del tiempo y más probablemente los actos de los hombres habían hecho desaparecer. Y yo, que había caminado bajo su sombra durante años en más ocasiones de las 2 estrictamente necesarias para acudir al inicio de las clases y huir al final de las mismas por mor de mis más que habituales escapadas en busca de asueto espiritual y gastronómico, me sentí culpable por desconocer cuales habían sido las causas de que la Torre de Santa María no tuviera más compañía que las cigüeñas que anidaban en su cima ni más distracción que las piruetas en patinete de unos jóvenes de pantalones caídos y gorras multicolores, los villancicos navideños de infantiles cuadrillas de sembradores de estrellas y la colorida y reivindicativa celebración del Día del Orgullo Gay. A que exhibiciones tan dispares por no decir contradictorias tengan lugar en el mismo espacio de una ciudad sin que haya desavenencia alguna entre sus vecinos yo lo llamo Libertad. Con mayúscula, de la de verdad.

¿Un bombardeo durante la Guerra Civil? ¿Un incendio provocado? ¿Un fuego fortuito? No lo sé con seguridad, de todo he leído y oído. Yo prefiero quedarme con la última opción, por darle, a sabiendas de que con casi total seguridad estoy cometiendo un error, el beneficio de la duda a la condición humana. El caso es que de toda esa monumental edificación que fue la Parroquia de Santa María la Mayor solo quedan la torre y las capillas del Oidor y del Cristo de la Luz. Casi 700 años de metamorfosis que trasformaron una pequeña ermita del siglo XIII dedicada a San Juan de Letrán en las ruinas de una iglesia que empezó a construirse en 1453 por orden del Arzobispo Carrillo y que a pesar de un intento de reforma en 1553 por parte del mismísimo Gil de Hontañón no llegó a terminarse, por falta de medios económicos, hasta el siglo XIX, momento en el que se erigió la actual torre.

En esa pretérita ermita de San Juan de Letrán Don Pedro Díaz de Toledo, “oidor” del rey Juan II de Castilla, decidió fundar una capilla con la idea de convertirla en panteón familiar. De primeras, el saber que los reyes, caprichosos ellos, tenían a su disposición una especie de funcionario cuyo cargo era el de “oidor” no pudo menos que hacerme pensar, esbozando una pequeña sonrisa, miento, en realidad una sonora carcajada, en un Mel Brooks caracterizado de un preguillotinado Luis XVI llamando al “garçon del pis”* después de una loca partida de ajedrez viviente en la que alfiles, caballos y peones celebraban el jaque mate “tirándose” todos a una a la indefensa reina-sirvienta. Luego descubrí que la función del oidor del Rey no era aguantar sus quejas, chistes malos o bravuconadas, sino escuchar como juez a las partes de un pleito en nombre de Su Majestad, ocupado éste en sus regias funciones de cazar ciervos y jabalís, que para elefantes en aquellos tiempos no daba.

Hoy en día la Capilla del Oidor, además de ser la sede de la oficina de turismo de Alcalá, acoge junto a la del Cristo de la Luz una gran sede de exposiciones de la ciudad, siendo el centro de interpretación de “Los universos de Cervantes”. Entre otros muchos pequeños tesoros en su interior guarda la pila bautismal en la que fue bautizado Miguel de Cervantes. En 1905, y con motivo de la celebración del III aniversario de la publicación del Quijote, fue trasladada a su actual ubicación desde la base de la Torre de Santa María, lugar en el que se encontraba originariamente. Y si bien es cierto que la pila en realidad es una reconstrucción en la que se pueden observar varios fragmentos de la pieza original, no por ello vamos a dejar de darle el valor que se merece. Una vez al año, el 9 de octubre, coincidiendo con la fecha en la que nuestro autor más universal recibió el primero de los sacramentos católicos, es posible ver el libro original en el que quedó registrado tan histórico suceso allá por el año 1547. Si, es cierto, no son mas que símbolos, pero al final, para bien o para mal, los símbolos son nexos de unión que nos acercan, nos vinculan e incluso nos atan a otras personas. Un anillo de boda, una camiseta de Darth Vader, el tatuaje del escudo de un equipo de fútbol. Un loco aventurero que se empeñó en escribir pasados los 50 la más genial de las novelas de la literatura universal nos hizo el regalo de nacer en nuestra ciudad. Y él es, sin lugar a dudas, nuestro mayor símbolo, el que une a todos los alcalaínos. Y aunque la iglesia no haya tenido a bien canonizar a nuestro vecino más ilustre, tampoco es necesario. Ya lo hacemos nosotros. El 9 de octubre, San Cervantes.

* Mel Brooks. “La loca historia del mundo”. 1981.

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