Cien razones para amarte XVII
Esta es la decimoséptima entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
Me llamó la atención. No el hecho de que una colonia cada vez más amplia de inmigrantes procedentes de África se hubiese asentado en Alcalá de Henares, en esos años finales de los 80 y principios de los 90 estaba comenzando a convertirse en algo habitual, sino que tuviesen tantas facilidades y privilegios por el simple hecho de ser llamativas y aportar algo de color a la ciudad. No era justo. Ya me lo parecía entonces y con los años, viendo como su presencia aumentaba y sus derechos crecían, me lo sigue pareciendo. Y lo digo cómo lo siento, aunque sea políticamente incorrecto y me tachen de xenófobo y demagogo populista con ínfulas de salva patrias.
Cuando empecé a estudiar en Alcalá y me fijé en ellas por primera vez he de reconocer que me parecieron exóticas y hermosas. No eran muchas, pero llamaban la atención de una forma provocadora e hipnótica. Aunque muy pintorescas por su belleza y elegancia, no era eso lo que las hacía tan especiales. Era su porte, su forma de vivir entre nosotros como si no existiéramos, como si fuésemos meros espectadores de su presencia. Su altivez y arrogancia eran fruto de una legítima vanidad que no podía serles reprochada. Y aun así dolía. Ver como de manera arbitraria y parcial recibían prebendas institucionales mientras oriundos y nativos tenían que luchar día a día para lograr alimentar a sus familias. Y así pasó, que cada vez venían más para quedarse. El efecto llamada.
Las podías ver asomarse a los balcones de sus lujosos áticos en los edificios más emblemáticos de la ciudad. Presumidas y orgullosas mostraban sus estilizados cuerpos con la confianza que les daba sentirse protegidas y a salvo en unos hogares que prácticamente les habían regalado y que por ley eran sagrados e inviolables. Ante cualquier contingencia o desperfecto la ayuda llegaba rauda y presta para salvaguardar la lujosa forma de vida que se las había concedido a cambio de nada. ¿Qué caían enfermas? Ahí estaba GREFA, su propio hospital particular y exclusivo para lo que hiciera falta. ¿Que alguien las amenazaba a ellas o a sus familias? El colectivo Ciconia se ocupaba de salvarlas ante cualquier peligro que les acechase, recurriendo a abogados y a movilizaciones populares si era necesario. Así ha sido desde que por primera vez vine a Alcalá hace más de 30 años y así sigue siendo. ¡Si hasta tienen su propio reality show que emite su vida en directo a través de un canal de Youtube!
Con estas condiciones nadie les puede recriminar que no quieran volver a su país. Al principio, cuando llegaba el invierno, regresaban, aunque fuera sólo por unos meses, a sus hogares en África en busca de calor y de alimentos. Pero ya no. ¿Para qué? ¿Por qué motivo van a recorrer miles de kilómetros para trabajar por algo que aquí consiguen sin esfuerzo? Sólo tienen que extender sus desmedidas alas blancas y planear sobre la ciudad, o crotorar a ritmo del castañeo de su excesivo pico naranja desde el tejado del Colegio de Málaga, de la Universidad Cisneriana o de cualquier otro edificio digno de sentir el tacto de sus largas patas rojizas, para que todos los alcalaínos alcen la vista al cielo y las observen con veneración e idolatría. Y mientras tanto las desdeñadas palomas o los insignificantes gorriones son ignorados cuando no despreciados y perseguidos. Aplaudiremos entre risas si vemos a uno atrapado entre las fauces de un gato comentando cruelmente que “mejor, uno menos que me llena el coche de mierda”. ¡Joder! ¡Ni que las cigüeñas no cagaran! ¡Vaya si lo hacen, y de qué manera!
Defendamos lo nuestro. A nuestros pequeños pajarillos de ciudad que en los amaneceres de verano nos despiertan con su dulce trinar. A nuestra mística paloma, símbolo cultural de la Paz y del Espíritu Santo que revolotea por nuestros tejados sin más pretensión que encontrar un lugar donde posarse para observar el mundo. No necesitan campanarios ni torres para fabricar sus nidos y criar a sus polluelos, la recia rama de un humilde árbol les es suficiente. Lo único que les falta es que les demos tan sólo un poco de ese amor que otorgamos en exclusividad a la fastuosa cigüeña blanca, más hermosa, más elegante, más única. De eso no hay ninguna duda. Pero, después de todo, ¿no tenemos los feos también derecho a que nos quieran un poco?
Sé, con casi total certeza, que mis pocos lectores, seguidores fieles de esta atrevida y un poco imprudente empresa de encontrar 100 razones para amar Alcalá de Henares, han captado la sutil ironía que se esconde tras las líneas y palabras expuestas arriba. Y se habrán percatado de lo fácil que es, utilizando verdades a medias cuando no mentiras descaradas y fácilmente desmontables, eso sí, si se tiene un real interés en desmontarlas, convertir en enemigo y culpable a cualquiera que queramos usar como objetivo.
Nadie se habría planteado jamás mirar a las cigüeñas de nuestra ciudad de otra manera que no fuera con orgullo y cariño. Adornando con su presencia y la de sus nidos las cúspides de nuestra herencia monumental son un símbolo, ya imprescindible, de una Alcalá que muestra al mundo con orgullo que la naturaleza y el patrimonio histórico pueden coexistir enriqueciéndose la una al otro. Sin embargo, es posible que con haber dicho que son africanas, que se les regalan los nidos, o que tienen su propio hospital privado, alguien tenga la idea de plantearse iniciar una campaña para retirarles sus “privilegios” o incluso expulsarlas sin más. Si no fuera por la posibilidad, tal como están las cosas, de que llegara a tener éxito, podría ser hasta divertido.
Si te lo estabas pensando, siento defraudarte amigo. Porque no te van a valer ninguno de esos argumentos. Ni son inmigrantes, ni les regalan la vivienda, ni tampoco tienen sanidad privada. Nacen aquí, y aquí pasan casi todo el año. Únicamente emigran en los meses de invierno, y cada vez menos gracias a nuestra envidiable gestión de los vertederos, en busca de alimentos al Norte de África. Así que, si alguien puede considerarlas inmigrantes, esos son los africanos. Ellas mismas construyen sus nidos. Si alguna vez te has parado a observarlas seguro que las has visto, en la época previa al apareamiento, sobrevolando la ciudad con ramas u otros materiales en sus picos. Únicamente se interviene cuando algún nidal, debido a su gran peso, sufre peligro de derrumbe o de causar daños a personas o edificios. Y GREFA, como sus siglas bien claramente definen, es un “Grupo para la Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat”, o sea, fauna, no sólo cigüeñas, y autóctona, que esta palabra, si la entiendes sin necesidad de que te la expliquen, ya en su significado deja muy claro el origen de nuestra alada protagonista.
Si al terminar de leer la primera parte habías empezado a sentir en tus entrañas un sentimiento de inquina y antipatía por las cigüeñas, por favor, acéptame un consejo: no todo lo escrito es cierto, ni todas las opiniones legítimas. Con un poco de labia y las palabras adecuadas hasta la más sucia falacia puede parecernos una hermosa realidad. Busca sin miedo la verdad, porque la falsedad puede llevarte al odio. Y el odio, para todos, siempre es inútil y peligroso, pero si además nace de las mentiras, es monstruosamente estúpido.
“El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos.”
Miguel de Cervantes, El coloquio de los perros.
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