Cien razones para amarte XV
Esta es la decimoquinta entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
Esa fiel y fanática tropa de acérrimos fans, los 5 o 6 incluidos familiares
cercanos, que siguen sin desaliento mis relatos sobre las razones por las que amo Alcalá de Henares, se habrán percatado nada más leer el título que de la XIII se ha pasado a la XV directamente, hecho debido sin duda, habrán pensado, a una errata de la editora, ya que por la casi mística devoción que me tienen, totalmente justificada he de decir, ni por un instante habrán creído que el fallo haya podido ser mío. Y cuando hayan comenzado su ávida lectura habrán descubierto ya en la cabecera que, si se atienen a lo expuesto en el relato anterior, no deberían ir por ahí los tiros de la presente narración. Conclusión lógica: se han saltado uno. Pues no, en un alarde de prepotencia y de despotismo he tenido a bien obviar las leyes de las matemáticas, ignorando, sólo de momento eso sí, al XIV, y del tiempo, rompiendo, y ya es la segunda vez que lo hago, esa norma inicial que me había marcado de relatar mi relación con esta ciudad siguiendo un estricto orden cronológico.
Pero hay un motivo para este desvarío, y es importante. Hoy, 9 de junio, es el Día Internacional de los Archivos. Y es así porque otro 9 de junio, pero de 1948, la UNESCO estableció bajo su auspicio al Consejo Internacional de Archivos, con la intención de promover la salvaguarda de un patrimonio que es de todos, y de salvar la memoria de la gente, del tiempo y de la Historia:
Los archivos custodian decisiones, actuaciones y memoria. Los archivos conservan un patrimonio único e irremplazable que se transmite de generación en generación. Los documentos son gestionados en los archivos desde su origen para preservar su valor y su significado. Los documentos son fuentes fiables de información que garantizan la seguridad y la transparencia de las actuaciones administrativas. Juegan un papel esencial en el desarrollo de la sociedad contribuyendo a la constitución y salvaguarda de la memoria individual y colectiva. El libre acceso a los archivos enriquece nuestro conocimiento de la sociedad, promueve la democracia, protege los derechos de los ciudadanos y mejora la calidad de vida.”
Declaración Universal sobre los Archivos, aprobada en la Asamblea General del Consejo Internacional de Archivos, Oslo, septiembre de 2010.
En ningún lugar he sido tan feliz como encerrado entre las asépticas paredes de un Archivo. Armado, en mis inicios de cazador de documentos, con lápiz (los bolígrafos eran armas de destrucción totalmente prohibidas), goma de borrar, sacapuntas y folios en blanco (con los años llegarían los ordenadores portátiles) era capaz de pasar horas sin levantar la cabeza de una mesa ocupada por legajos casi ilegibles escritos por personajes en muchas ocasiones de existencia intrascendente para el devenir de la historia. Pero sus palabras, manuscritas hace cientos de años a fuerza de pluma y tintero, resonaban en mi mente como si el mismísimo escribiente me las estuviese susurrando al oído en ese mismo instante. En aquellos primeros contactos con los restos rescatados de la memoria manuscrita del pasado ya supe que mi sueño era ese, nadar entre documentos, pliegos y pergaminos, recipientes atemporales de la memoria de otras vidas. Y, buceando entre frases y palabras dichas o insinuadas, dar sentido no con suposiciones sino con los firmes cimientos que dan los datos, a un hecho, a un acto, o incluso, ¿por qué no?, a una época.
Sueños de joven aspirante a historiador que había leído demasiado sobreSchliemann . Sueños no cumplidos…en parte. Porque si bien es cierto que mi vida laboral no ha trascurrido precisamente por los caminos que hubiera deseado también es verdad que hubo largos periodos de mi existencia que se desarrollaron en algunos de los más importantes archivos históricos del mundo. Y el primero de todos, sito en Alcalá de Henares, con el que perdí mi virginidad historiográfica, fue el Archivo Histórico de la Provincia de Toledo de la Compañía de Jesús
Año 1995, carrera recién terminada y entre ceja y ceja el empeño de hacer una tesis doctoral. Director de tesis, Emilio Sola, el más loco, genial y peculiar profesor universitario que tuve el placer de conocer. Por referencias anteriores podría haber dejado entrever que el profesorado de mi facultad era poco menos que insufrible.También los había que merecían la pena, no demasiados, pero los había. Y Sola era único y especial. Tan único y especial que nos convenció a Jesús y a mí, pobres mancebos inocentes, de hacer una tesis doctoral sobre los jesuitas en Japón en los siglos XVI y XVII. Y nada mejor para comenzar a buscar documentación que el Archivo de los Jesuitas de Alcalá. Estaba cerca y eran jesuitas, algo encontraríamos. Primer escollo, conseguir que nos dieran libre acceso a sus fondos. Hubo que hacer una pequeña trampa. Por entonces, y supongo que todavía hoy, para poder acceder a un archivo con fondos históricos si eras un simple estudiante necesitabas que un profesor universitario o un investigador con prestigio te escribiera una carta de recomendación.Perfecto, Emilio Sola lo era. Pero también era comunista declarado con bien ganada y conocida fama de libertino. Así que tuvimos que recurrir a otro profesor más “conservador” y “recatado” para que recomendara a nuestros amigos jesuitas que permitieran nuestra entrada a su paraíso documental. Sin problema, y todo fue muy bien, al menos durante unos meses. No se sabe cómo, tal vez un divino chivatazo, pero los dueños del garito se enteraron de nuestra pequeña triquiñuela, y fuimos expulsados, “de por vida”, esa fue su sentencia exacta, de tan prometedora fuente de datos. Por suerte llegado tal momento ya habíamos recopilado todo lo que necesitábamos, publicándose incluso en la revista Estudios de Historia Social y Económica de América, nº 12/1995. Emilio Sola Team 1- Jesuitas 0. En la memoria, haber tenido entre mis dedos cartas escritas de puño y letra por el mismísimo San Ignacio de Loyola o por San Francisco Javier. Todavía siento un cosquilleo en el estómago al recordarlo.
Pero lo de Japón no podía ser, y el propio Emilio Sola me recomendó cambiar no sólo el tema de mi tesis, sino de director. En aras de tener mayores posibilidades de éxito ponerme bajo los auspicios del catedrático era el consejo que de corazón me ofrecía mi querido mentor sobre cuestiones niponas. Y le hice caso. Error. Porque si bien es cierto que el tema sobre el que se me propuso realizar mi nuevo intento de tesis me resulto muy interesante, la Inquisición Española en el Reino de Sicilia en elsiglo XVI, no es menos verdad que yo contaba con un hándicap bastante grande para que mi nuevo director me mostrara un mínimo de ayuda o apoyo: no tenia, y sigo sin tener, pechos. En cualquier caso al menos de todo aquello pude sacar que disfruté de horas y horas de silencio y paz en 3 de los mejores archivos que existen en el mundo: el Archivo Histórico Nacional de Madrid, El Archivo General de Simancas de Valladolid, y el Archivo Apostólico Vaticano de Roma. Mi favorito, sin duda el de Simancas, un precioso castillo anclado en un pequeño pueblo de la llanura castellana, donde, por ser tan pocos, éramos casi una familia. El más espectacular, El Vaticano, con acceso facilitado, recomendación mediante, por Agostino Borromeo, descendiente directo del mismísimo San Carlo Borromeo. Y con guardias suizos flanqueando mi entrada al recinto con 2 arzobispos hablando de fútbol unos pasos tras de mí. Quitando lo de salvar a cardenales aspirantes a Papa de un asesino psicópata, era el puñetero Robert Langdon. Pero lo mejor, que en todos ellos pude disfrutar de la caligrafía más o menos legible de Felipe II, Carlos V, el Cardenal Cisneros, Juan de Austria, Papas, Virreyes, Inquisidores, jueces y abogados…y de tantos y tantos que, aunque desaparecieron ya hace siglos, siguen vivos en cada una de las letras que dejaron escritas.
Pero esto va de Alcalá de Henares. Y aquí tenemos el Archivo General de la Administración o AGA, por ahorrar letras. Y si todo lo contado anteriormente no solo no me reportaba beneficios económicos, al contrario, más bien unos gastos que hubo un momento que no pude seguir asumiendo, llegados a este punto y aunque fuera sólo por unos meses, rodeado de unos maravillosos compañeros que siempre llevaré en el corazón y teniendo de jefa a una gran mujer, de las mejores, Elena, amiga, que gran suerte la mía conocerte, logré hacer realidad mi sueño de trabajar en algo que me gustaba y que además me pagasen por ello. Y así entre diciembre de 2010 y mayo de 2011, y gracias a un contrato del INEM, quien lo hubiera creído, si alguien me preguntaba a que me dedicaba podía decir con orgullo que era técnico de archivo y que todos los días de lunes a viernes y de 9 a 14 horas los pasaba comprobando que la documentación que había llegado de las distintas administraciones se correspondiera realmente con lo que decían haber mandado. De todo un poco. Desde patentes e informes del ministerio de Industria, a guiones de películas (¡en mis manos tuve el guion original en español de Blade Runner!) revisados por el ministerio de Cultura antes del estreno. Y sobre todo el “armario de fusilados”, un monstruoso recuerdo de la barbarie humana y de la victoria del rencor y la venganza sobre la razón, un pozo sin fondo de frías fichas que resumían de manera cruel la vida de miles de seres humanos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, que iban a dejar de existir a la orden de fuego dada a un pelotón de fusilamiento que seguía sediento de la sangre de los perdedores de una guerra civil que hacía meses que había terminado.
Y es por este motivo, más que por ningún otro, por lo que los Archivos son importantes, fundamentales, valiosos. Porque nos obligan a no olvidar, aunque a veces duela. Sólo así, tal vez algún día, aprendamos de nuestro pasado y dejemos de cometer, generación tras generación, los mismos errores.
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