Cien razones para amarte XI
Y ya hemos pasado la decena con esta Úndecima entrega de la serie de artículos CIEN RAZONES PARA AMARTE sobre Alcalá de Henares con que nos deleita nuestro colaborador Antonio Lera sobre las cien razones que le han llevado a amar esta ciudad.
Es curioso, aunque seguro que ya lo sabíais, pero la calle más larga de la Villa de Madrid, y digo villa que no ciudad, es la de Alcalá. Y nadie duda, podría hasta cantarlo, que uno de sus monumentos más representativos es, ahí lleva 2 siglos y medio viendo pasar el tiempo, la Puerta de Alcalá. Es más, fue levantada en el punto exacto donde se encontraba una de las 5 entradas reales o de registro, o sea, en las que se pagaban impuestos, que a partir del siglo XVII flanqueaban la capital. Y siento ser reiterativo, se llamaba de Alcalá. No de Guadalajara o de Zaragoza. Ni siquiera de Barcelona. Por otro lado me llama la atención que la de Bilbao no fuera conocida como la de San Sebastián de los Reyes. Ni la de Toledo como la de Leganés. No sé si veis a donde quiero llegar.
Pues eso, que ciudades hay muchas, algunas incluso no pasan de “villa”, ahí lo dejo caer, pero como Alcalá pocas. Por su Historia, por su belleza, por su gente, por su vida, por tantos motivos que no por misteriosos dejan de ser reales. No creo que haya que esforzarse mucho para convencer de ello a cualquiera que pase por aquí aunque sea sólo unas horas. Pero por si acaso yo he prometido cien razones, y aún me quedaré corto. Y una de ellas es que si en los madriles pueden presumir de tener una Puerta de Alcalá pues decirles que deberían presumir más de que en Alcalá tengamos una Puerta de Madrid. De eso sí que deberían sentirse orgullosos.
¿Y a qué viene todo esto? Pues a que sí, que ahora entiendo perfectamente que por lógica indiscutible aquí tengamos la Puerta de Madrid, y a continuación la avenida del mismo nombre, pues era la salida que de manera natural llevaba al camino en cuyo remate uno se topaba con la capital del Reino. Y viceversa de allí para acá. Pero no siempre fue así, y he de reconocer, aun a riesgo de parecer poco espabilado, que, en aquellos días en los que Alcalá asomaba a mis sentidos como un mundo nuevo que explorar, cuando la contemplé por primera vez y me dijeron que su nombre era Puerta de Madrid, lo primero que pensé, y tonto de mí, no sólo pensé sino que fui tan estúpido de exclamar en alto, fue “¡y porqué coño se llama puerta de Madrid si está en Alcalá!”. Y es que con razón se dice que es mejor estar callado y parecer bobo que hablar y confirmarlo.
Llegados a ese punto y movido por mi neurótica necesidad de averiguar la respuesta de todo aquello a lo que no encontraba sentido, y teniendo en cuenta que por aquel entonces no existía la Wikipedia, asalté la biblioteca de mi facultad en busca de algún documento o libros, seres hoy en día casi mitológicos de una época no tan lejana, en los que encontrar contestación a esa ridícula cuestión que yo mismo me había planteado sin haber menester de ello. De lo que resulta, primero, que gracias a la Puerta de Madrid tuve constancia física, y no sólo por rumores, de que en mi facultad había una biblioteca, y que además se me permitía la entrada en ella. Es más, se me recomendaba. Y segundo, que aunque no mucho, sí descubrí que se trataba de un monumento que tenía algunas historias que contar, y que al conocerlas el acto de pasar bajo su arco central iba a significar algo más que simplemente el hallarse por azar en mi trayectoria al ir de un punto A hacia un punto B.
Pero lo cierto es, reconozcámoslo, que la Puerta de Madrid, que en cualquier otra ciudad sería uno de los puntos centrales de su arquitectura monumental, en Alcalá vive prácticamente desapercibida y olvidada entre una abundancia de monumentos y edificios con más Historia, valor artístico e interés estético. Es un patito feo conviviendo con una camada de hermosos y llamativos cisnes blancos. Y es tal vez por eso que le tengo un cariño tan especial. No sé porqué (en realidad sí, no debo engañarme) pero siempre he sentido una fascinación novelesca por los perdedores. Por Cyranos y Quijotes, Ricks Blaines y C.C. Baxters, Hectors y Espartacos. Quizá por eso Kubrick hizo desfilar a las tropas de un gladiador que no quiso ser esclavo de los romanos y que acabó siendo un héroe derrotado junto a una Puerta de Madrid que ya antes de empezar a pelear tenía perdida la batalla del protagonismo.
No debe ser fácil llevar la carga de ocupar el sitio de alguien que para muchos tenía más valor que tú. Sobre todo si para ponerte a ti hubo que destruirle a él. Nacer sobre las ruinas de un trozo de muralla medieval en una Alcalá que hoy vive de su pasado no es seguramente la mejor manera de hacerse popular. Pero no debemos olvidar que en aquellos años finales del siglo XVIII la conciencia de valor histórico y cultural no era la de hoy en día. Es más, la conciencia de valor histórico y cultural de muchos de los que ahora mismo toman las decisiones sobre el tema sigue sin ser la de hoy en día. Así que no creo que sea justo acusar al cardenal Lorenzana, que costeó las obras, ni al arquitecto Antonio Juana Jordán, que las dirigió, de ser culpables de un atentado contra el patrimonio monumental complutense. A fin de cuentas había un propósito. Sustituir una puerta estrecha y en codo que dificultaba la entrada a la ciudad, por otra más amplia y fácil de transitar, al estilo de arco triunfal tan de moda de la época.
Todos los años, más o menos en el tercer domingo del mes de abril, se celebra en Alcalá de Henares el día del atletismo. Normalmente bajo la lluvia, en abril lluvias mil, el refranero popular suele ser muy sabio a pesar del cambio climático, algunos cientos de locos con mallas ajustadas, camisetas de microfibra, deportivas de colores llamativos y móviles ceñidos al brazo, recorremos las calles de nuestra ciudad sin más motivación que el correr por correr, el retarnos a nosotros mismos, a nuestros cuerpos y a nuestra mente, a dejar atrás 21 kilómetros y 97 metros de senda de asfalto, acera, y en algunos tramos, adoquinado. Plaza Cervantes, Calle Mayor, Santos Niños, Plaza de San Diego, todos ellos lugares testigos de nuestros acelerados pasos. Pero mi momento favorito es sin duda cuando cruzamos, por 2 ocasiones, bajo los arcos de la Puerta de Madrid. Por alguna razón, no puedo evitarlo, tengo la necesidad, aunque ello conlleve hacer algunos metros de más, de cruzar bajo su arco central y sentir que en realidad estoy corriendo para sentirme más libre. Como aquellos miles de esclavos que, persiguiendo su sueño de libertad, marcharon tras los pasos de un gladiador visionario llamado Espartaco.
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