Catalina de Erauso. La monja alférez

Mujeres Infinitas por Maribel Domínguez

Catalina de Erauso (San Sebastián 1592 – Ciudad de México 1650).

Catalina de Erauso, la monja alférez, aunque en realidad nunca llegó a ser monja, pero sí a ser alférez. Fue una mujer que vestía con ropas de hombre, algo fuera de lo común para la época en la que le tocó vivir. Hoy en día toleramos los cambios de sexo y de identidad (excepto algunos sectores, claro) pero como en todo, siempre hubo personas pioneras que vivieron adelantadas a su tiempo y que no lo debieron tener nada fácil y, aun así, fueron protagonistas de sus propias vidas.

Hija de una dama noble y de un capitán vascuence que estaba al servicio del rey, fue la menor de seis hermanos. Ella decidió no seguir el camino propio del sexo de mujer al que estaba destinada por tradición familiar. A los cuatro años ingresó en un convento de las dominicas de San Sebastián, junto a sus hermanas. Desde niña tuvo un carácter muy fuerte y rebelde, y por ello fue trasladada, como castigo y con el propósito de cambiar su temperamento, a un monasterio de clausura, donde las normas eran aún más estrictas. Fue humillada y vejada por una de las superiores religiosas, consiguiendo escapar del convento a los 15 años sin profesar.

Para no ser reconocida se vistió de hombre. Trabajó en la casa de un médico en Vitoria, que era un pariente lejano. Éste ni siquiera la reconoció. Le robó algo de dinero y a los tres meses partió hacia Valladolid. Allí sirvió de paje a un secretario del rey. Cambió su nombre femenino por el masculino de Francisco de Loyola. Por su fuerte carácter siempre andaba metida en peleas. Fue encarcelada por una riña, en la que arrojó piedras a unos jóvenes que se mofaban de ella por su aspecto, dejándoles malheridos. Regresó a Bilbao, y en sus memorias cuenta que, en esta ciudad, se encontró con su padre y que éste tampoco la reconoció. Allí decidió emprender una nueva vida y emprender un viaje hacia las Américas.

Se enroló en un barco vestida de hombre, aunque lo podría haber hecho vestida de mujer, pues estaba permitido que doncellas casaderas viajaran al nuevo mundo. Pero ella decidió ir ataviada con ropa de varón. Por su carácter pendenciero en el viaje no estuvo exenta de trifulcas y peleas. Incluso se dice que robó a la tripulación, en concreto quinientos pesos del camarote del capitán. Llegó a las costas de Perú y se estableció como ayudante de un comerciante. Ella cuenta que mantuvo relaciones con una sobrina de éste, se sobreentiende que de índole sexual, y a consecuencia de ello fue despedida.

Así que decidió alistarse como soldado en las filas del ejército español. Emprendió una expedición para luchar contra los indios mapuches de Chile. Allí luchó ferozmente, en un terreno hostil, con valentía y fiereza, durante cuatro años. Su propio hermano Miguel, que también luchaba contra los indios, pidió que se la ascendiera a capitán. Pero siempre metida en líos, asesinó a un indio desarmado y por esta razón no llegó a ser capitán y sólo alcanzó el rango de alférez.

Pasó bastantes años en el ejército, su verdadera vocación. Por su fuerte carácter siguió metiéndose en peleas e incluso en duelos. Mató un hombre en una pelea debido a una disputa durante una partida de naipes, y es encarcelada. Tenía, como era habitual en la soldadesca, una gran afición por juego. Se refugió “a sagrado”, es decir en la iglesia. Para evitar la horca confesó al obispo que en realidad era una mujer. Dos matronas la examinaron y certificaron que efectivamente es una mujer y además doncella y virgen. Es obligada a entrar en un convento y a regresar a España en 1624 con el beneplácito del obispo.

La recibió el rey Felipe IV, que le mantuvo su graduación militar, alférez, y le permitió usar su nombre masculino, concediéndole incluso una pensión por los servicios prestados a la Corona en la lucha de Chile. Hasta fue recibida por el papa Urbano VIII, con el que se entrevistó consiguiendo que le diera permiso para vestir y firmar como hombre. A partir de ahí se pierde su rastro, pero se sabe que murió en el continente americano, a donde regresó, dedicándose a trasladar pasajeros y equipajes desde el puerto de Veracruz con una recua de mulas. Se data su muerte en el año 1650 en Cutilaxtla, México.

Me apasiona la vida de esta mujer, de carácter fuerte y pendenciero, que no se doblegó ante su destino de ser monja o doncella casadera. Habría que tenerla como ejemplo, cuando nos conformamos con el destino que otros eligen para nosotros. Es muy meritorio, quizá por su lucha y arrojo en la conquista del territorio araucano, que, en aquellos tiempos, el mismísimo rey la permitiera “ser un hombre” y la reconociera como soldado español. Han tenido que pasar muchos años para que las mujeres puedan hacer carrera militar profesional, algo que se ha conseguido hace muy poco tiempo. También es de gran valor que un papa la recibiera, a pesar prejuicios sexistas y morales que existían en la sociedad y en el mundo religioso de la época.